/ domingo 14 de noviembre de 2021

El cumpleaños del perro | El escritor ante el cine

Es conocida la pelea y posterior ruptura entre el cineasta Alejandro González Iñárritu (hoy solo firmante como Alejandro G. Iñárritu) y el escritor Guillermo Arriaga quien le dio al primero el guion de “Pero blanco, perro negro” que terminó titulándose “Amores perros”.

Los diferendos empezaron desde el principio: la obcecada visión (y empeño) de Arriaga por sostener al escritor del guion como el verdadero autor del filme, cosa que Iñárritu no aceptó de manera contundente. Parecería asunto del chisme o de la farándula, pero lo cierto es que son atendibles ambas posturas. Por un lado, un guion es el germen de la historia a ser contada en imágenes más nunca será un texto literario, puesto que quien visiona, en última instancia dicho guion, es el director apoyado, naturalmente, por un crew creativo y participativo en las diferentes ramas de la producción fílmica.

Arriaga aboga por una traición en el “pacto” que ambos hicieron en relación de firmar a alimón el multipremiado “Amores perros”, al estilo (sic) “de los hermanos Coen. Iñárritu declaró que fue, precisamente, Arriaga el que traicionó el espíritu de la película al no aceptar su triste realidad: el filme es siempre obra del director.

Discutir quién es el autor de una película es un tema ya rebasado por lo que involucra la creación fílmica que es por completo distinta a la literaria. En esta última confluyen factores como la visión única, intimista y de reelaboración bajo el tamiz de lo cultural y lo estrictamente personal. En cambio, una película por sí sola un solo hombre o mujer jamás podría llevarla a cabo por su misma naturaleza de entidad audiovisual.

Recordemos la anécdota que siempre espetaba el célebre director Emilio Fernández, sin duda el tótem de la Época de Oro del cine nacional, en cada entrevista que ofrecía: la escritura del guion de “María Candelaria”/ 1945 especialmente para la estrella mexicana de Hollywood Dolores del Río, en diez servilletas mientras tomaba un café él y la diva en mención. Y el desarrollo es harto conocido: quien terminó dándole el giro de guion (o libro cinematográfico, como en ese entonces se llamaba) fue el novelista costumbrista Mauricio Magdaleno sin que trascendiera jamás reclamo de este sobre la famosa película que contaba la historia de amor, en Xochimilco, entre María Candelaria y Lorenzo Rafael (que María pronunciaba Lorenzo Rafáil). Y abonando sobre lo mismo, aunque en otra línea de creación (la fotografía), también se argüía que era tal la carga de estética de Gabriel Figueroa en los filmes que hizo con Emilio Fernández (“Enamorada”, “La perla”, “Río Escondido”, “Pueblerina”) que bien podrían haberse fácilmente firmado entre ambos. Lo mismo, retomando a Iñárritu, se podría apostillar de su labor en los filmes que ha realizado con el inmenso Emanuel Lubezki y que le han acarreado premios Oscar: “Birdman” y “El renacido”, dándose el caso que el famoso crítico de cine Jorge Ayala Blanco declarara del filme protagonizado por Leonardo DiCaprio, el “Renacido”, que “era mucho Lubezki para tan poco Iñárritu”.

Por más que se quiera lo contrario, el cine y la literatura son y seguirán siendo dos lenguajes, dos cosmovisiones del hombre y de la sociedad en que se desenvuelve. Un texto fílmico guardará distancia (ni por encima ni por abajo) del texto literario.

Así, por ejemplo, tenemos las referencias obligadas de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y William Faulkner quienes mantienen su condición de irrefutables en el renglón de la literatura, pero de los guiones que escribieron para la pantalla grande podemos decir simplemente que fueron malísimos.

El cine es otra cosa, otro ritmo, su dimensionamiento intelectual y artístico posee vida propia. Ver al hombre a través del cine es hacerlo desde una óptica bastante diferente al de la literatura.

Aunque sí es oportuno y aleccionador atender las reflexiones que un escritor consagrado pueda tener ante el cine, como las que vertió el Premio Nobel de Literatura Jean- Marie Gustave Le Clézio en su libro “Ballaciner” (Editorial Gallimard/ 2007).

A continuación, una extracción de las palabras introductorias de Le Clezio a “Ballaciner”:

“Hay que decidirse por una nueva moral. Cámara en mano, los cineastas han inventado una responsabilidad que ningún otro medio de comunicación les había otorgado. ¿Tendríamos la misma idea del mundo sin los reportajes de guerra, sin las escenas dramáticas de los grandes eventos que sacuden el planeta, sin los temblores de tierra, sin los ciclones, sin las catástrofes naturales? ¿Nos sentiríamos concernidos de la misma manera por la contaminación, la desertización, el desangramiento de las grandes selvas, esenciales al equilibrio de nuestro planeta, sin las imágenes que nos muestran los estragos producidos por estas catástrofes?

“En 1918, el tifo (la gripa española) mató a más gente que la guerra en las trincheras. Pero son las imágenes de las guerras las que nos quedan en la memoria, porque los millones de personas que desaparecieron a causa de esta enfermedad murieron callados, en sus casas, cuando los campos de batalla se habían silenciado, además, la mayoría de las víctimas eran niños y ancianos.

“Esas imágenes no llegaron hasta nosotros, los nombres de esas víctimas no están grabados en los monumentos. (…)

“Esas imágenes, cualquiera que sea el análisis que se haga, cualquiera que sea a la conclusión a la que lleguemos, no se borrarán, quedarán grabadas en nuestra memoria por siempre. En cien años, en mil años – si el mundo dura hasta allá- ellas seguirán existiendo. “Esa es la nueva moral de nuestra era. No tiene nada que ver con nuestras ideologías, ni con la religión, ni con las consideraciones políticas. La cámara en mano aporta pruebas. Algunas son contestables, otras no lo son, no lo serán jamás…”

Es conocida la pelea y posterior ruptura entre el cineasta Alejandro González Iñárritu (hoy solo firmante como Alejandro G. Iñárritu) y el escritor Guillermo Arriaga quien le dio al primero el guion de “Pero blanco, perro negro” que terminó titulándose “Amores perros”.

Los diferendos empezaron desde el principio: la obcecada visión (y empeño) de Arriaga por sostener al escritor del guion como el verdadero autor del filme, cosa que Iñárritu no aceptó de manera contundente. Parecería asunto del chisme o de la farándula, pero lo cierto es que son atendibles ambas posturas. Por un lado, un guion es el germen de la historia a ser contada en imágenes más nunca será un texto literario, puesto que quien visiona, en última instancia dicho guion, es el director apoyado, naturalmente, por un crew creativo y participativo en las diferentes ramas de la producción fílmica.

Arriaga aboga por una traición en el “pacto” que ambos hicieron en relación de firmar a alimón el multipremiado “Amores perros”, al estilo (sic) “de los hermanos Coen. Iñárritu declaró que fue, precisamente, Arriaga el que traicionó el espíritu de la película al no aceptar su triste realidad: el filme es siempre obra del director.

Discutir quién es el autor de una película es un tema ya rebasado por lo que involucra la creación fílmica que es por completo distinta a la literaria. En esta última confluyen factores como la visión única, intimista y de reelaboración bajo el tamiz de lo cultural y lo estrictamente personal. En cambio, una película por sí sola un solo hombre o mujer jamás podría llevarla a cabo por su misma naturaleza de entidad audiovisual.

Recordemos la anécdota que siempre espetaba el célebre director Emilio Fernández, sin duda el tótem de la Época de Oro del cine nacional, en cada entrevista que ofrecía: la escritura del guion de “María Candelaria”/ 1945 especialmente para la estrella mexicana de Hollywood Dolores del Río, en diez servilletas mientras tomaba un café él y la diva en mención. Y el desarrollo es harto conocido: quien terminó dándole el giro de guion (o libro cinematográfico, como en ese entonces se llamaba) fue el novelista costumbrista Mauricio Magdaleno sin que trascendiera jamás reclamo de este sobre la famosa película que contaba la historia de amor, en Xochimilco, entre María Candelaria y Lorenzo Rafael (que María pronunciaba Lorenzo Rafáil). Y abonando sobre lo mismo, aunque en otra línea de creación (la fotografía), también se argüía que era tal la carga de estética de Gabriel Figueroa en los filmes que hizo con Emilio Fernández (“Enamorada”, “La perla”, “Río Escondido”, “Pueblerina”) que bien podrían haberse fácilmente firmado entre ambos. Lo mismo, retomando a Iñárritu, se podría apostillar de su labor en los filmes que ha realizado con el inmenso Emanuel Lubezki y que le han acarreado premios Oscar: “Birdman” y “El renacido”, dándose el caso que el famoso crítico de cine Jorge Ayala Blanco declarara del filme protagonizado por Leonardo DiCaprio, el “Renacido”, que “era mucho Lubezki para tan poco Iñárritu”.

Por más que se quiera lo contrario, el cine y la literatura son y seguirán siendo dos lenguajes, dos cosmovisiones del hombre y de la sociedad en que se desenvuelve. Un texto fílmico guardará distancia (ni por encima ni por abajo) del texto literario.

Así, por ejemplo, tenemos las referencias obligadas de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y William Faulkner quienes mantienen su condición de irrefutables en el renglón de la literatura, pero de los guiones que escribieron para la pantalla grande podemos decir simplemente que fueron malísimos.

El cine es otra cosa, otro ritmo, su dimensionamiento intelectual y artístico posee vida propia. Ver al hombre a través del cine es hacerlo desde una óptica bastante diferente al de la literatura.

Aunque sí es oportuno y aleccionador atender las reflexiones que un escritor consagrado pueda tener ante el cine, como las que vertió el Premio Nobel de Literatura Jean- Marie Gustave Le Clézio en su libro “Ballaciner” (Editorial Gallimard/ 2007).

A continuación, una extracción de las palabras introductorias de Le Clezio a “Ballaciner”:

“Hay que decidirse por una nueva moral. Cámara en mano, los cineastas han inventado una responsabilidad que ningún otro medio de comunicación les había otorgado. ¿Tendríamos la misma idea del mundo sin los reportajes de guerra, sin las escenas dramáticas de los grandes eventos que sacuden el planeta, sin los temblores de tierra, sin los ciclones, sin las catástrofes naturales? ¿Nos sentiríamos concernidos de la misma manera por la contaminación, la desertización, el desangramiento de las grandes selvas, esenciales al equilibrio de nuestro planeta, sin las imágenes que nos muestran los estragos producidos por estas catástrofes?

“En 1918, el tifo (la gripa española) mató a más gente que la guerra en las trincheras. Pero son las imágenes de las guerras las que nos quedan en la memoria, porque los millones de personas que desaparecieron a causa de esta enfermedad murieron callados, en sus casas, cuando los campos de batalla se habían silenciado, además, la mayoría de las víctimas eran niños y ancianos.

“Esas imágenes no llegaron hasta nosotros, los nombres de esas víctimas no están grabados en los monumentos. (…)

“Esas imágenes, cualquiera que sea el análisis que se haga, cualquiera que sea a la conclusión a la que lleguemos, no se borrarán, quedarán grabadas en nuestra memoria por siempre. En cien años, en mil años – si el mundo dura hasta allá- ellas seguirán existiendo. “Esa es la nueva moral de nuestra era. No tiene nada que ver con nuestras ideologías, ni con la religión, ni con las consideraciones políticas. La cámara en mano aporta pruebas. Algunas son contestables, otras no lo son, no lo serán jamás…”