/ miércoles 29 de julio de 2020

El Cumpleaños del Perro | El hijo de Saúl

Hace unos días el periódico The Washington Post publicó una lista que a juicio de este famoso rotativo son las 23 mejores películas en lo que va del siglo que corre. Uno de esos filmes seleccionados es El hijo de Saúl/ Hungría- 2015

Una de las características de las óperas primas es el brío de su apuesta estética, así como la retahíla – evidente o soterrada – de sus influencias asimiladas. Es el caso de El hijo de Saúl, dirigida por Lásló Nemes, la cual es una auténtica revelación por el uso del lenguaje cinematográfico y, sobre todo, por la eficacia en su ejecución formal.

Con la poderosa fotografía cámara en mano de Mátyás Erdély, que haría la envidia de los hermanos Dardenne, El hijo de Saúl es un filme aterrador cuya crudeza no está en el primer plano. Lásló Nemes opta por el formato 4:3 (pantalla cuadrada) para apuntalar la mirada asfixiante de Saúl/ Geza Röhring, siempre enfocado por la cámara, dejando en segundo plano – segmentado por el 4:3 – lo atroz de las secuencias: cuerpos ensangrentados o mutilados.

Saúl, en un campo de exterminio nazi, integra los llamados Sonderkommando por prisioneros judíos obligados a meter a los prisioneros en las cámaras de gas y luego incinerarlos.

Saúl cree ver a su hijo morir allí. Pide que el cuerpo no sea descuartizado. Saúl cumple en silencio labor: revisa las pertenencias de valor de los sentenciados a los crematorios; apila los cuerpos. Lava los pisos manchados de sangre. Duerme en bartolinas.

La brutalidad del filme no radica en lo visible en primer plano. La cámara, como testigo inclemente, siempre atrás de la nuca de Saúl, registra la rutina del Holocausto con tal frialdad que deja impávido al espectador más indiferente. Mano maestra la de Lásló Nemes/ Budapest, Hungría. 1977.

¿Qué hace que El hijo de Saúl sea una joya fílmica? Quizás el masticado uso del efecto iceberg con reelaborada originalidad o el hecho que familiares del director murieron, efectivamente, en los campos de extermino lo que permitió darle a su relato una límpida mirada honesta, ajena al sentimentalismo a veces ramplón de La lista de Schindler.

Cual si fuese una tragedia griega donde los eventos centrales se dirimieran fuera de cuadro, Nemes resuelve con certeza lo neurálgico del extermino a través de sonidos en off (gritos, balazos, pisadas, cremación, quebraduras de huesos, etc.).

Incluso, la redención implícita de Saúl por querer enterrar a su supuesto hijo, queda como una lección de sobrevivencia, pese al ambiguo final.

Ganadora del Gran Premio del Jurado de Cannes en 2015 y del Óscar por Mejor Película Extranjera, El hijo de Saúl es una auténtica lección de cine contemporáneo…

Hace unos días el periódico The Washington Post publicó una lista que a juicio de este famoso rotativo son las 23 mejores películas en lo que va del siglo que corre. Uno de esos filmes seleccionados es El hijo de Saúl/ Hungría- 2015

Una de las características de las óperas primas es el brío de su apuesta estética, así como la retahíla – evidente o soterrada – de sus influencias asimiladas. Es el caso de El hijo de Saúl, dirigida por Lásló Nemes, la cual es una auténtica revelación por el uso del lenguaje cinematográfico y, sobre todo, por la eficacia en su ejecución formal.

Con la poderosa fotografía cámara en mano de Mátyás Erdély, que haría la envidia de los hermanos Dardenne, El hijo de Saúl es un filme aterrador cuya crudeza no está en el primer plano. Lásló Nemes opta por el formato 4:3 (pantalla cuadrada) para apuntalar la mirada asfixiante de Saúl/ Geza Röhring, siempre enfocado por la cámara, dejando en segundo plano – segmentado por el 4:3 – lo atroz de las secuencias: cuerpos ensangrentados o mutilados.

Saúl, en un campo de exterminio nazi, integra los llamados Sonderkommando por prisioneros judíos obligados a meter a los prisioneros en las cámaras de gas y luego incinerarlos.

Saúl cree ver a su hijo morir allí. Pide que el cuerpo no sea descuartizado. Saúl cumple en silencio labor: revisa las pertenencias de valor de los sentenciados a los crematorios; apila los cuerpos. Lava los pisos manchados de sangre. Duerme en bartolinas.

La brutalidad del filme no radica en lo visible en primer plano. La cámara, como testigo inclemente, siempre atrás de la nuca de Saúl, registra la rutina del Holocausto con tal frialdad que deja impávido al espectador más indiferente. Mano maestra la de Lásló Nemes/ Budapest, Hungría. 1977.

¿Qué hace que El hijo de Saúl sea una joya fílmica? Quizás el masticado uso del efecto iceberg con reelaborada originalidad o el hecho que familiares del director murieron, efectivamente, en los campos de extermino lo que permitió darle a su relato una límpida mirada honesta, ajena al sentimentalismo a veces ramplón de La lista de Schindler.

Cual si fuese una tragedia griega donde los eventos centrales se dirimieran fuera de cuadro, Nemes resuelve con certeza lo neurálgico del extermino a través de sonidos en off (gritos, balazos, pisadas, cremación, quebraduras de huesos, etc.).

Incluso, la redención implícita de Saúl por querer enterrar a su supuesto hijo, queda como una lección de sobrevivencia, pese al ambiguo final.

Ganadora del Gran Premio del Jurado de Cannes en 2015 y del Óscar por Mejor Película Extranjera, El hijo de Saúl es una auténtica lección de cine contemporáneo…