/ lunes 2 de marzo de 2020

El cumpleaños del perro | El hombre que le cortó un ojo al cine

A 120 años del nacimiento de Luis Buñuel, la obra del autor de Un perro andaluz/ 1929 sigue manteniendo las coordenadas morales, estéticas, surrealistas y cinematográficas que le han situado como uno de los referentes insoslayables del séptimo arte de todos los tiempos.

Luis Buñuel Portolés nació en España, el 22 de febrero de 1900, en el bostezo el siglo veinte, y murió el 29 de julio de 1983, en la Ciudad de México. Autor de una obra fílmica personal, Buñuel es el más grande realizador en nuestra lengua.

Aunque, claro, el idioma del cineasta es la imagen. ¿Qué puede encontrar en las películas de Buñuel el espectador joven? Lo mismo que el cinéfilo irredento: el impulso genésico del realizador que hizo arte y sostuvo un diálogo, desde la carencia ontológica, con las contradicciones humanas y los tentáculos de la doble moral judeocristiana.

¿Por dónde asir el cine de Buñuel? ¿Por su etapa surrealista? ¿Su periodo mexicano? Si bien las películas de Buñuel abarcaron las cinematografías de España, Francia y México, es en tierra azteca donde este poeta visual alcanzó el oficio en la dirección, y un humanismo no tocado en sus primeros textos fílmicos.

El cine de Buñuel fue, antes que nada, libertad. No hay arte sin ella. Sería mero panfleto ideológico una obra sin libertad. Y decir libertad en un artista como Luis Buñuel es decir transgresión, rebeldía, insatisfacción y, en el último de los casos, sublimación del espíritu. Siempre he pensado que con el paso del tiempo es que las obras artísticas empiezan a significar.

El presente es como un cordón umbilical que alimentará la posteridad de una pieza de arte. Buñuel hizo arte con el cine. Le cortó un ojo al cine para que empleemos otro ojo, el de la subjetividad. Las películas del aragonés se entienden desde el interior del hombre.

Virgilio del subconsciente, Buñuel guía al cinéfilo por territorios eternos, los del espíritu, para constatar que no hay tiempo en el arte: hay instantes que se repiten ante cada nueva proyección de los filmes. Buñuel es el poeta maldito que abofeteó al cristianismo desde el espanto de la amoralidad y la sombra del reduccionismo ideológico (Simón del desierto/ 1964), es el cronista invisible-terrible que lanzó ácido al rostro de las instituciones caducas (La familia- Susana/ 1951, la religión (Nazarín/ 1958, Viridiana/ 1961) y los ghettos clasistas híper hipócritas (El ángel exterminador/ 1962).

En el cine de Buñuel hay algo que aún vive, que palpita: el hombre mismo desde la inutilidad misma del acto de vivir.


A 120 años del nacimiento de Luis Buñuel, la obra del autor de Un perro andaluz/ 1929 sigue manteniendo las coordenadas morales, estéticas, surrealistas y cinematográficas que le han situado como uno de los referentes insoslayables del séptimo arte de todos los tiempos.

Luis Buñuel Portolés nació en España, el 22 de febrero de 1900, en el bostezo el siglo veinte, y murió el 29 de julio de 1983, en la Ciudad de México. Autor de una obra fílmica personal, Buñuel es el más grande realizador en nuestra lengua.

Aunque, claro, el idioma del cineasta es la imagen. ¿Qué puede encontrar en las películas de Buñuel el espectador joven? Lo mismo que el cinéfilo irredento: el impulso genésico del realizador que hizo arte y sostuvo un diálogo, desde la carencia ontológica, con las contradicciones humanas y los tentáculos de la doble moral judeocristiana.

¿Por dónde asir el cine de Buñuel? ¿Por su etapa surrealista? ¿Su periodo mexicano? Si bien las películas de Buñuel abarcaron las cinematografías de España, Francia y México, es en tierra azteca donde este poeta visual alcanzó el oficio en la dirección, y un humanismo no tocado en sus primeros textos fílmicos.

El cine de Buñuel fue, antes que nada, libertad. No hay arte sin ella. Sería mero panfleto ideológico una obra sin libertad. Y decir libertad en un artista como Luis Buñuel es decir transgresión, rebeldía, insatisfacción y, en el último de los casos, sublimación del espíritu. Siempre he pensado que con el paso del tiempo es que las obras artísticas empiezan a significar.

El presente es como un cordón umbilical que alimentará la posteridad de una pieza de arte. Buñuel hizo arte con el cine. Le cortó un ojo al cine para que empleemos otro ojo, el de la subjetividad. Las películas del aragonés se entienden desde el interior del hombre.

Virgilio del subconsciente, Buñuel guía al cinéfilo por territorios eternos, los del espíritu, para constatar que no hay tiempo en el arte: hay instantes que se repiten ante cada nueva proyección de los filmes. Buñuel es el poeta maldito que abofeteó al cristianismo desde el espanto de la amoralidad y la sombra del reduccionismo ideológico (Simón del desierto/ 1964), es el cronista invisible-terrible que lanzó ácido al rostro de las instituciones caducas (La familia- Susana/ 1951, la religión (Nazarín/ 1958, Viridiana/ 1961) y los ghettos clasistas híper hipócritas (El ángel exterminador/ 1962).

En el cine de Buñuel hay algo que aún vive, que palpita: el hombre mismo desde la inutilidad misma del acto de vivir.