/ lunes 31 de mayo de 2021

El cumpleaños del perro | El perturbador Francois Ozon

Uno de los cineastas franceses contemporáneos más interesantes es Francois Ozon cuyo estilo es transgresor, incómodo y que explora zonas del comportamiento humano más contradictorios.

Desde su ópera prima (Mirando al mar/ 1997), hasta su reciente, El verano del 85/ 2020, Ozon ha plasmado un cine a ratos escatológico (La piscina/ 2003), cruelmente desesperanzador (Tiempo de vivir/ 2005) hasta de denuncia de la perversidad (Gracias a Dios/ 2018), bajo la tutela evidente de Resnais, Visconti o Fassbinder, no deja indiferente a espectador alguno.

Mirando al mar es un filme con un fuerte hálito hitchcokneano, el extraño que altera un orden establecido y que alcanza en Teorema/ 1968, de Pasolini, un aura subjetiva amoral social interesante.

En la historia de Sasha/ Sasah Hails y Tatiana/ Marina de Van, Ozon plantea un juego de tal perversidad sofisticado y aleatorio que raya en una poesía visual escatológica donde Sade, Bataille y Buñuel arman un Arca de Noé introspectiva no para rescatar algo, sino para instaurar una atmósfera de latente muerte.

La llegada de Tatiana a la casa de Sasha es un batel de sospechas ya adquiridas en nuestros naufragios fílmicos antes referidos, pero con una variante: la perversidad, como esa profunda piel de la que hablaba Julio Cortázar.

La aparente excursionista Tatiana no solo sitúa su tienda de campaña en el patio de la casa de Sasha: apoltrona un microcosmos donde los juegos entendidos de Eros inician un festín llevadero gracias a la sobriedad del relato melodramático de Ozon con encuadres sin alardes y movimientos de cámara, eso sí, algunas veces indóciles (el niño en la arena mientras Sasha se introduce a un bosque o cuando Tatiana embarra de mierda el cepillo de dientes de su anfitriona y lo vuelve a dejar en el vaso).

Mirando al mar no es una apuesta fílmica: en sí es una perturbación por parte de Ozon sin el latido de Virginia Woolf como en Bajo la arena/ 2001 o la sombra de un Eric Rohmer en Tiempo de vivir/ 2005; Mirando al mar es Ozon en su jugo por la insólita naturalidad con que urde telarañas subjetivas en donde caen sus personajes.

Los personajes de Ozon son como una brisa que paulatinamente se va convirtiendo en tempestad amoral (la escritora de La piscina/ 2003) a través de develamientos parcos, sostenidas por un erotismo soterrado y acaso protagónico, de allí que la circunstancia de Tatiana para cometer el acto final del filme es coherente y atractivamente sombrío…

Uno de los cineastas franceses contemporáneos más interesantes es Francois Ozon cuyo estilo es transgresor, incómodo y que explora zonas del comportamiento humano más contradictorios.

Desde su ópera prima (Mirando al mar/ 1997), hasta su reciente, El verano del 85/ 2020, Ozon ha plasmado un cine a ratos escatológico (La piscina/ 2003), cruelmente desesperanzador (Tiempo de vivir/ 2005) hasta de denuncia de la perversidad (Gracias a Dios/ 2018), bajo la tutela evidente de Resnais, Visconti o Fassbinder, no deja indiferente a espectador alguno.

Mirando al mar es un filme con un fuerte hálito hitchcokneano, el extraño que altera un orden establecido y que alcanza en Teorema/ 1968, de Pasolini, un aura subjetiva amoral social interesante.

En la historia de Sasha/ Sasah Hails y Tatiana/ Marina de Van, Ozon plantea un juego de tal perversidad sofisticado y aleatorio que raya en una poesía visual escatológica donde Sade, Bataille y Buñuel arman un Arca de Noé introspectiva no para rescatar algo, sino para instaurar una atmósfera de latente muerte.

La llegada de Tatiana a la casa de Sasha es un batel de sospechas ya adquiridas en nuestros naufragios fílmicos antes referidos, pero con una variante: la perversidad, como esa profunda piel de la que hablaba Julio Cortázar.

La aparente excursionista Tatiana no solo sitúa su tienda de campaña en el patio de la casa de Sasha: apoltrona un microcosmos donde los juegos entendidos de Eros inician un festín llevadero gracias a la sobriedad del relato melodramático de Ozon con encuadres sin alardes y movimientos de cámara, eso sí, algunas veces indóciles (el niño en la arena mientras Sasha se introduce a un bosque o cuando Tatiana embarra de mierda el cepillo de dientes de su anfitriona y lo vuelve a dejar en el vaso).

Mirando al mar no es una apuesta fílmica: en sí es una perturbación por parte de Ozon sin el latido de Virginia Woolf como en Bajo la arena/ 2001 o la sombra de un Eric Rohmer en Tiempo de vivir/ 2005; Mirando al mar es Ozon en su jugo por la insólita naturalidad con que urde telarañas subjetivas en donde caen sus personajes.

Los personajes de Ozon son como una brisa que paulatinamente se va convirtiendo en tempestad amoral (la escritora de La piscina/ 2003) a través de develamientos parcos, sostenidas por un erotismo soterrado y acaso protagónico, de allí que la circunstancia de Tatiana para cometer el acto final del filme es coherente y atractivamente sombrío…