/ viernes 6 de noviembre de 2020

El cumpleaños del perro | El telón de azúcar

Indudablemente el documental, en tanto como producto audiovisual, es un discurso político en virtud de que establece una hermenéutica y redirecciona su origen de mimesis.

Un documental es, en su condicionante de puesta en escena, diegético, ficcionante y confronta aspectos artísticos con ahondamientos –precisamente– de discurso político, entendido como tal al que inspecciona “su” realidad con la otra, la que está allí frente a la cámara.

El documental se hace con el corazón y el intelecto. Es un producto anfibio donde la realidad se baña en aguas de la estética. Y aún más, contiene las pulsaciones más hondas del director en cuanto a su discurso tanto artístico como social.

Si bien el cine empezó a hablar con voz del documental, es cierto que a través de la ficción se le ha buscado acomodo a la realidad. La imagen, se ha dicho hasta el hastío, dice más que mil palabras, aunque se diluye si detrás de la lente no hay esa mirada anfibia que reubique a los hechos que siempre buscan mentirnos acorde quién los cuente.

En el documental “El telón de azúcar” / 2005, la hija del siempre recordado Patricio Guzmán (La batalla de Chile) Camila Guzmán, regodea en 80 minutos su vida transcurrida en la isla de Cuba, de 1973 a 1990.

Acostumbrados a la autocomplacencia y al agregado fastidioso de un mundo cuasi idílico en los asuntos de recordación de la infancia, Camila Guzmán advierte que echarles miel a las hojuelas de los acontecimientos solo acarrearía futilidad y deshonestidad intelectual. Por ello, ante la carencia del rigor y la sólida estructura del documental como tal, Camila Guzmán saca a flote la emotividad de sus entrevistados, mayormente excompañeros de escuela e hijos de refugiados en Cuba.

Con el registro verista y la anécdota directa, “El telón de azúcar” es un trabajo fílmico que no busca explicar al sistema político cubano sino a la vida que sortearon las familias durante las diferentes etapas por las que ha pasado el régimen castrista.

Todo en lo que se creyó, en las esperanzas, en los bálsamos de la ideología, en los mejores niveles de bienestar social se diluye en la voz que narra cómo ese paraíso se ha convertido en ruinas.

Documental directo, con algunas vueltas de tuerca para buscar emotividad en el espectador, “El telón de azúcar” es un texto fílmico sobre el desencanto de una generación de cubanos que ha ido emigrando de la isla a lo largo de los años…

Indudablemente el documental, en tanto como producto audiovisual, es un discurso político en virtud de que establece una hermenéutica y redirecciona su origen de mimesis.

Un documental es, en su condicionante de puesta en escena, diegético, ficcionante y confronta aspectos artísticos con ahondamientos –precisamente– de discurso político, entendido como tal al que inspecciona “su” realidad con la otra, la que está allí frente a la cámara.

El documental se hace con el corazón y el intelecto. Es un producto anfibio donde la realidad se baña en aguas de la estética. Y aún más, contiene las pulsaciones más hondas del director en cuanto a su discurso tanto artístico como social.

Si bien el cine empezó a hablar con voz del documental, es cierto que a través de la ficción se le ha buscado acomodo a la realidad. La imagen, se ha dicho hasta el hastío, dice más que mil palabras, aunque se diluye si detrás de la lente no hay esa mirada anfibia que reubique a los hechos que siempre buscan mentirnos acorde quién los cuente.

En el documental “El telón de azúcar” / 2005, la hija del siempre recordado Patricio Guzmán (La batalla de Chile) Camila Guzmán, regodea en 80 minutos su vida transcurrida en la isla de Cuba, de 1973 a 1990.

Acostumbrados a la autocomplacencia y al agregado fastidioso de un mundo cuasi idílico en los asuntos de recordación de la infancia, Camila Guzmán advierte que echarles miel a las hojuelas de los acontecimientos solo acarrearía futilidad y deshonestidad intelectual. Por ello, ante la carencia del rigor y la sólida estructura del documental como tal, Camila Guzmán saca a flote la emotividad de sus entrevistados, mayormente excompañeros de escuela e hijos de refugiados en Cuba.

Con el registro verista y la anécdota directa, “El telón de azúcar” es un trabajo fílmico que no busca explicar al sistema político cubano sino a la vida que sortearon las familias durante las diferentes etapas por las que ha pasado el régimen castrista.

Todo en lo que se creyó, en las esperanzas, en los bálsamos de la ideología, en los mejores niveles de bienestar social se diluye en la voz que narra cómo ese paraíso se ha convertido en ruinas.

Documental directo, con algunas vueltas de tuerca para buscar emotividad en el espectador, “El telón de azúcar” es un texto fílmico sobre el desencanto de una generación de cubanos que ha ido emigrando de la isla a lo largo de los años…