/ viernes 23 de octubre de 2020

El cumpleaños del perro | En la noche hay fugas clandestinas

Tampico, como ciudad, habla, dice y comunica. Los dialectos de Cronos son la noche y el día. El día es batahola y rictus de signos sonoros. El lenguaje de la noche es de sombras, de ecos amotinados en los dolores del cuerpo. La sombra es un viaje alterno al silencio de los años. Callar es permitir que salgan fantasmas a desmentir el tiempo.

En la noche busco siluetas perdidas en la ausencia, descifro el rictus del polvo. Mi sombra a alguien, entonces, le pertenece. Sombra: guardián de horas petrificadas. A un tiempo mi voz nombra lo transcurrido, se instala en los dominios ajenos, insolventes del miedo.

“Los elementos de la noche”, anota José Emilio Pacheco. ¿Y cuáles son esos elementos? Los que se perciben con la mente, con la piel.

En la noche coexisten Dios y el diablo, el silencio y la danza paralela de las palabras. Habitante de la noche es aquel que se tutea con la eternidad del instante, con la vulgaridad de la pasión.

Me gusta oler el aire de la noche porque es el territorio por donde deambula mi madre, mi tío José, mis mayores idos. (Estamos hechos de los muertos que se nos adelantaron.)

Hay días en que rompo con el mundo, con Tampico y con la colonia donde vivo. No quiero saber el color de las cosas, me duele la dulzura del crepúsculo. Estoy, de esta forma, condenado a una soledad con tentáculos de sombras.

Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria. Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.

El crepúsculo está hecho con sangre de la noche. Violenta y santa, etérea y perenne, la noche es la hija bastarda del tiempo. Ah, pero cómo me gusta oler el aire de la noche porque es Tampico y huele a brisa viuda, a historias de marineros (mi padre era marino) que aún cuentan sus andanzas de lluvia y resequedad de años.

Más allá de la luz no hay dónde descansar. Acaso en el hueco de la mano o en las manecillas de un reloj desmemoriado. Altas noches, subterráneos días. Los ángeles afianzan la duda. El aire es cielo. El aire que todos somos.

En la noche hay fugas clandestinas, siglos que estallan en las vísceras de los segundos. En la oscuridad hay otro idioma, otros números rigen la suma la voz adquiere otro tono. A plena luz el corazón duerme en su metamorfosis. El aire delata la radiografía de los signos del adiós de las miradas. Túnel acortado el tiempo registra el tránsito.

Alzo la vista, la noche sangra. Lágrimas de luz caen, forman arroyos que van hacia algún sueño.

El tiempo es sangre, piel y memoria. La brizna rota delata una huida, una estampida hacia ninguna parte. No son estos años los que he querido vivir. Me he conformado con ver tormentas que no provoqué. Hasta el suelo que piso no es mío. En las manos se me durmieron los más negros jacintos. Los sueños se petrificaron cuando quise arrancarles un pétalo de cristal. La espada del valiente no fue fabricada para mí. El tiempo nos odia, non golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado. Al abrir los ojos constato lo temporal, a ojos cerrados soy inmortal.

La luz es líquida. Mi voz es agua. La edad es una lluvia persistente que me persigue a todos lados…


Tampico, como ciudad, habla, dice y comunica. Los dialectos de Cronos son la noche y el día. El día es batahola y rictus de signos sonoros. El lenguaje de la noche es de sombras, de ecos amotinados en los dolores del cuerpo. La sombra es un viaje alterno al silencio de los años. Callar es permitir que salgan fantasmas a desmentir el tiempo.

En la noche busco siluetas perdidas en la ausencia, descifro el rictus del polvo. Mi sombra a alguien, entonces, le pertenece. Sombra: guardián de horas petrificadas. A un tiempo mi voz nombra lo transcurrido, se instala en los dominios ajenos, insolventes del miedo.

“Los elementos de la noche”, anota José Emilio Pacheco. ¿Y cuáles son esos elementos? Los que se perciben con la mente, con la piel.

En la noche coexisten Dios y el diablo, el silencio y la danza paralela de las palabras. Habitante de la noche es aquel que se tutea con la eternidad del instante, con la vulgaridad de la pasión.

Me gusta oler el aire de la noche porque es el territorio por donde deambula mi madre, mi tío José, mis mayores idos. (Estamos hechos de los muertos que se nos adelantaron.)

Hay días en que rompo con el mundo, con Tampico y con la colonia donde vivo. No quiero saber el color de las cosas, me duele la dulzura del crepúsculo. Estoy, de esta forma, condenado a una soledad con tentáculos de sombras.

Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria. Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.

El crepúsculo está hecho con sangre de la noche. Violenta y santa, etérea y perenne, la noche es la hija bastarda del tiempo. Ah, pero cómo me gusta oler el aire de la noche porque es Tampico y huele a brisa viuda, a historias de marineros (mi padre era marino) que aún cuentan sus andanzas de lluvia y resequedad de años.

Más allá de la luz no hay dónde descansar. Acaso en el hueco de la mano o en las manecillas de un reloj desmemoriado. Altas noches, subterráneos días. Los ángeles afianzan la duda. El aire es cielo. El aire que todos somos.

En la noche hay fugas clandestinas, siglos que estallan en las vísceras de los segundos. En la oscuridad hay otro idioma, otros números rigen la suma la voz adquiere otro tono. A plena luz el corazón duerme en su metamorfosis. El aire delata la radiografía de los signos del adiós de las miradas. Túnel acortado el tiempo registra el tránsito.

Alzo la vista, la noche sangra. Lágrimas de luz caen, forman arroyos que van hacia algún sueño.

El tiempo es sangre, piel y memoria. La brizna rota delata una huida, una estampida hacia ninguna parte. No son estos años los que he querido vivir. Me he conformado con ver tormentas que no provoqué. Hasta el suelo que piso no es mío. En las manos se me durmieron los más negros jacintos. Los sueños se petrificaron cuando quise arrancarles un pétalo de cristal. La espada del valiente no fue fabricada para mí. El tiempo nos odia, non golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado. Al abrir los ojos constato lo temporal, a ojos cerrados soy inmortal.

La luz es líquida. Mi voz es agua. La edad es una lluvia persistente que me persigue a todos lados…