/ domingo 21 de noviembre de 2021

El cumpleaños del perro | Esto es un puerto

A Enrique Pumarejo Medellín, hombre inteligente y de sensibilidad literaria

Y aquí no hay sirenas, ni mirmidones combatientes del honor. Hay sol, humedad de recuerdos durmiendo entre el regazo de princesas desvalidas.

Tampico es ciudad y es puerto, es decir, detritus y asma de Neptuno. Tampico es una virgen que grita por noches ardientes y brazos hercúleos que la saquen de su modorrra de siglos.

De lejos Tampico duele porque el néctar dulce de la nostalgia se transforma en ácido, en adiós de sombras.

Cuando estás en Tampico eres importante porque tus pasos son tuyos, tienen las huellas de tus amores. Allá está el puente sobre el río Pánuco. Cinturón de acero, curva de iras, arco iris sempiterno de acero.

Y allá está la Laguna del Carpintero donde la ciudad cae a gotas y la gente prolonga su memoria de agua.

Hace unos días regresé a este puerto por invitación de un hombre amable que tiene en la voz los pétalos suavemente ardientes del poema, Enrique Pumarejo Medellín. Esa tarde Pumarejo nos llevó en su auto hacia la que fue mi casa y de mi madre y de mis hermanos. Me sentí fuerte porque iba conmigo mi hijo el cual no conocía en donde su padre moró antes de dejar el mar e irse a la montaña de Xalapa a reiniciar su vida.

Esta es mi colonia, la Campbell, en la calle Monterrey, donde crecí, jugué los juegos a la edad precisa y donde a veces, con las nebulosas piernas del recuerdo con piel de Anteo - caminé hacia la casa que me dio abrigo.

Pero ya no es mi calle. Es una bajada solitaria donde las huellas que pisé se han borrado por el polvo del tiempo. Mi casa no existe más, la han derrumbado y han construido una fría y rutinaria casa de block de dos pisos con dos tercios del largo patio segmentado para adquirir más valor. Así, entré en la construcción y salió un joven que debe tener unos veinte años y que entiendo es el encargado de la obra. Le dije, con voz cortada por la emoción de los veinte años que me separaban de la última que vi enfrente la casa el número 16 y a que ahora no está ya más, que allí había vivido y que nada más tomaba fotos para recordar cómo es ahora el lugar, el hogar donde pasé mi infancia y adolescencia.

Después de visitar la calle Monterrey, Pumarejo ahora mi amigo entrañable, nos llevó a conocer los lugares del puerto que dejé y que ahora están cambiados, es decir con el vaho del progreso porque he decir que a Tampico lo vi más limpio, sentí sus brazos de madre universal menos ásperos y con otra sonrisa.

Tampico sigue siendo mi casa. Casa de luz, paredes de sombras, espacio sin rostros – lánguida geometría -, Tampico, tienes ventanas, cíclopes de historias, de planes, de desvelos.

Piso de melancolías, araña viuda en rincones pretéritos… Casa de luz, domicilio extraviado en un poema anfibio. Luz/ sombras, huellas en las habitaciones que se niegan a ser derrumbadas.

Tampico, sol de nombres. Sol. Soledad. Solamente. Solo: de pie entre columnas de aire.

Casa de luz, superficie de espinas, cementerio en los labios del tiempo, cadáveres de palabras que alguna vez dijeron ciertos nombres que ya no significan: la Unión, Hospital Canseco, Casino Moctezuma.

Tampico- puerto, puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, histeria/ historia de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas huérfanas.

Casa de sombras, olores de luces sometidas a la dictadura del olvido.

Cocina sin sexo, aceite, especies de rencores, sartenes testigos de horarios caníbales.

Tampico, grifo de aguas infames, lavabo cruel de manos sin guantes, sin dedos piadosos. Casa de sombraluz. Casa de luzsombra, entidad donde habitaron prófugos de innombrables besos, de asfixiantes vidas.

Punto geográfico, ubicación orgánica, festín y coordenadas dementes que cumplen su orgía de latitudes húmedas. Voces, llantos, ojos, detrás de tragaluces ciegas. Tampico.

Casa de luz. Caza de fantasmas. Caso de pérdidas. Prisión de Eros. Cacería de piel, de miedos, de sudores ignotos: lubricación de la desmemoria.

Polvo milenario, de siglos sigilosos en cartas no enviadas en zapatillas de cenicientas violadas por la apatía.

Cae. Todo cae. Newton confirmado, tiempo espeso como gota de acero derretido. Cae el ánimo. Todo es vertical. Caemos, constantes, contantes, cortantes.

Cae el rostro y no hay sombras para burlarnos de los que vienen a decirnos que todo lo tenemos contado, como trigo en el pan del destino.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas, Caer es el verbo totalitario.

Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada. El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Este es Tampico, una casa donde hay luz y sombras y vacíos perpetuos de vidas que cumplieron el ciclo de todos los tiempos, todo el tiempo.

Y también es un puerto y yo estoy lejos. Marinero, como mi padre, surco mares tristes de fracasos. Nadie sabe de mí y el catalejo de mi existencia está roto. ¿Adónde voy si todo me asfixia? Hacia ti Tampico, que me abres tus brazos cálidos con olor a Miramar y a huasteca.

Siempre te recuerdo, Tampico. Soy de aquí, no me he ido del todo.

Al mirar el cielo de Tampico sabes que hay dolores, esperanzas e indignación. Sin embargo, es tan grande el amor por este puerto que te sientes tierno, capaz de abrazar a quien se te cruce en tu camino.

A Enrique Pumarejo Medellín, hombre inteligente y de sensibilidad literaria

Y aquí no hay sirenas, ni mirmidones combatientes del honor. Hay sol, humedad de recuerdos durmiendo entre el regazo de princesas desvalidas.

Tampico es ciudad y es puerto, es decir, detritus y asma de Neptuno. Tampico es una virgen que grita por noches ardientes y brazos hercúleos que la saquen de su modorrra de siglos.

De lejos Tampico duele porque el néctar dulce de la nostalgia se transforma en ácido, en adiós de sombras.

Cuando estás en Tampico eres importante porque tus pasos son tuyos, tienen las huellas de tus amores. Allá está el puente sobre el río Pánuco. Cinturón de acero, curva de iras, arco iris sempiterno de acero.

Y allá está la Laguna del Carpintero donde la ciudad cae a gotas y la gente prolonga su memoria de agua.

Hace unos días regresé a este puerto por invitación de un hombre amable que tiene en la voz los pétalos suavemente ardientes del poema, Enrique Pumarejo Medellín. Esa tarde Pumarejo nos llevó en su auto hacia la que fue mi casa y de mi madre y de mis hermanos. Me sentí fuerte porque iba conmigo mi hijo el cual no conocía en donde su padre moró antes de dejar el mar e irse a la montaña de Xalapa a reiniciar su vida.

Esta es mi colonia, la Campbell, en la calle Monterrey, donde crecí, jugué los juegos a la edad precisa y donde a veces, con las nebulosas piernas del recuerdo con piel de Anteo - caminé hacia la casa que me dio abrigo.

Pero ya no es mi calle. Es una bajada solitaria donde las huellas que pisé se han borrado por el polvo del tiempo. Mi casa no existe más, la han derrumbado y han construido una fría y rutinaria casa de block de dos pisos con dos tercios del largo patio segmentado para adquirir más valor. Así, entré en la construcción y salió un joven que debe tener unos veinte años y que entiendo es el encargado de la obra. Le dije, con voz cortada por la emoción de los veinte años que me separaban de la última que vi enfrente la casa el número 16 y a que ahora no está ya más, que allí había vivido y que nada más tomaba fotos para recordar cómo es ahora el lugar, el hogar donde pasé mi infancia y adolescencia.

Después de visitar la calle Monterrey, Pumarejo ahora mi amigo entrañable, nos llevó a conocer los lugares del puerto que dejé y que ahora están cambiados, es decir con el vaho del progreso porque he decir que a Tampico lo vi más limpio, sentí sus brazos de madre universal menos ásperos y con otra sonrisa.

Tampico sigue siendo mi casa. Casa de luz, paredes de sombras, espacio sin rostros – lánguida geometría -, Tampico, tienes ventanas, cíclopes de historias, de planes, de desvelos.

Piso de melancolías, araña viuda en rincones pretéritos… Casa de luz, domicilio extraviado en un poema anfibio. Luz/ sombras, huellas en las habitaciones que se niegan a ser derrumbadas.

Tampico, sol de nombres. Sol. Soledad. Solamente. Solo: de pie entre columnas de aire.

Casa de luz, superficie de espinas, cementerio en los labios del tiempo, cadáveres de palabras que alguna vez dijeron ciertos nombres que ya no significan: la Unión, Hospital Canseco, Casino Moctezuma.

Tampico- puerto, puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, histeria/ historia de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas huérfanas.

Casa de sombras, olores de luces sometidas a la dictadura del olvido.

Cocina sin sexo, aceite, especies de rencores, sartenes testigos de horarios caníbales.

Tampico, grifo de aguas infames, lavabo cruel de manos sin guantes, sin dedos piadosos. Casa de sombraluz. Casa de luzsombra, entidad donde habitaron prófugos de innombrables besos, de asfixiantes vidas.

Punto geográfico, ubicación orgánica, festín y coordenadas dementes que cumplen su orgía de latitudes húmedas. Voces, llantos, ojos, detrás de tragaluces ciegas. Tampico.

Casa de luz. Caza de fantasmas. Caso de pérdidas. Prisión de Eros. Cacería de piel, de miedos, de sudores ignotos: lubricación de la desmemoria.

Polvo milenario, de siglos sigilosos en cartas no enviadas en zapatillas de cenicientas violadas por la apatía.

Cae. Todo cae. Newton confirmado, tiempo espeso como gota de acero derretido. Cae el ánimo. Todo es vertical. Caemos, constantes, contantes, cortantes.

Cae el rostro y no hay sombras para burlarnos de los que vienen a decirnos que todo lo tenemos contado, como trigo en el pan del destino.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas, Caer es el verbo totalitario.

Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada. El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Este es Tampico, una casa donde hay luz y sombras y vacíos perpetuos de vidas que cumplieron el ciclo de todos los tiempos, todo el tiempo.

Y también es un puerto y yo estoy lejos. Marinero, como mi padre, surco mares tristes de fracasos. Nadie sabe de mí y el catalejo de mi existencia está roto. ¿Adónde voy si todo me asfixia? Hacia ti Tampico, que me abres tus brazos cálidos con olor a Miramar y a huasteca.

Siempre te recuerdo, Tampico. Soy de aquí, no me he ido del todo.

Al mirar el cielo de Tampico sabes que hay dolores, esperanzas e indignación. Sin embargo, es tan grande el amor por este puerto que te sientes tierno, capaz de abrazar a quien se te cruce en tu camino.