/ domingo 7 de noviembre de 2021

El cumpleaños del perro | “Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras” o el vicio de la memoria de Alexandro Roque

El capítulo XIV de “Elogio de la locura”, de Erasmo de Rotterdam, se llama “Los beneficios de la locura son superiores a los de los dioses, porque hace duradera la juventud y aleja la vejez”.

En este sentido es que el puñado de textos que integran “Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras”, de Alexandro Roque, se beneficia (y beneficia también a los lectores) no de locura alguna sino de la antípoda planteada por Erasmo de Rotterdam: la juventud de la anécdota, de la historia, de la secretitud del relato, por un lado, y por otro, la vejez de los estilos o de eso que Susan Sontag llamaba habitantes de la imaginación donde la cordura necesariamente estorbaba para la instauración de la fábula y/ o la alegoría, de lo contrario serían inaceptables las andanzas de Alonso de Quijano o el séquito de mariposas amarillas cada vez que aparecía Mauricio Babilonia en el Macondo de García Márquez, o los subterfugios fantásticos de algunos cuentos de Julio Cortázar donde la realidad que viven sus personajes son válidos bajo el hálito de la locura de la rutina del diario vivir que da paso a esa zona de irracionalidad que es la fantasía contestataria.

Pero Alexandro Roque extiende su mirada poliédrica hacia el texto como si pusiera a este bajo el microscopio del estallido de los géneros: microrrelato, aforismo, epigrama, anécdota, cuento, diario, crónica y todo territorio breve donde deambule la prosa. Para Carlos Fuentes la prosa es una fosa donde cae la historia contada y, al volver a emerger, regresa transformada o ¿transtornada? Algunas respuestas las podemos encontrar en los textos del libro de Roque; por ejemplo, en el relato que abre el libro: “Cómo llegué aquí”, cuando un hombre queda atrapado en el manicomio donde supuestamente la novia era la loca. ¿Lo racional torcido, como lo plantea Sartre en “La náusea”? ¿O la realidad desquiciada por la verdadera locura de lo real como en el final de la obra maestra “Él”, de Buñuel, cuando el desquiciado Francisco Galván, en la locura que le dio la paz de un convento, dice que él tenía razón, al señalar la supuesta infidelidad de su esposa por la que perdió la razón.

Los textos de Alexandro Roque son hipodérmicos, ocultos, cuáles minas a punto de estallar. Lo vemos en el relato “Exorcismo” donde un hombre encerrado se expresa el Anticristo, para lo cual el autor esboza una perturbadora interrogante: “¿qué tan consciente está un loco de su locura?” O en “Melanina y sal”, quizá su mejor texto, la historia de un hombre que cohabita con un pulpo donde su realidad se extrapola, se expone al calor del mundo a tal grado que viaja con el cefalópodo en avión a una playa de Acapulco y que confiesa que el pulpo lo salvó de volverse loco. De allí que sea revelador cuando el autor describe:

“Me acostumbré a bañarme de a botecito con tal de permitirle al pulpo estar tranquilo, no me gustaba la idea de ponerlo en una cubeta mientras yo tomaba la ducha, pues había oído que se estresan mucho en cautiverio. (…) Si lo oía tocar el vidrio de la bañera, cubierta ya permanentemente con un piso de piedrecitas, yo corría a ver qué quería. Obviamente es un decir, porque no habla, como si no lo supiera. No estoy loco, los locos no saben cuidar a un pulpo”.

La literatura requiere espacios de expansión, de territorialidad para su total existencia y comprensión. Mejor aún: la literatura es un universo de autonomías y necesarias correspondencias con las entidades como la lógica, la verosimilitud más que con la verdad. Pero manifestar lógica en un mundo donde la ficción es la materia prima de una estructura orgánica pareciera contrariedad. La lógica, en términos del Premio Nobel de Literatura Yorgos Seferis, como un puente de narración siempre a punto de caerse. Y ese es el punto de los relatos que nos presente Roque en su libro: historias a punto de caerse a un precipicio de ilógica, de irracionalidad no obstante jamás reclamando un territorio de verdades (eso sería asunto del panfleto o de lo clínico) porque un texto literario, a diferencia de uno científico o académico, no se somete a la prueba de la verdad, porque es ficción, y al serlo, permite que, precisamente exista la verosimilitud para que, de este modo, también se convierta en un fiel espejo de las acciones de la condición humana, por más desarticulado que pudiera parecer como en el cuento “Obsesión” donde se lee en una línea, cito: “Loco es el que no suelta su teléfono, que no pone atención en clases por actualizar sus redes sociales”. O en el relato “Textos raros” cuando el personaje apunta: “Nervioso, empecé a roer la pared del salón con mis minúsculos dientes, entre las risas de los alumnos. En cuanto el agujero estuvo lo suficientemente grande me escabullí por él”.

Sin embargo, Alexandro Roque va más allá con la alada imaginación y propone, como todo autor, un mundo propio. En el relato “Desconexión”, un hombre arma un robot para que lo sustituya en sus clases y en su quehacer cotidiano total, el androide ahora quiere deshacerse del tipo.

Con ello, Roque se ajusta a un asunto entendido y aceptado en la antigüedad griega: la locura, la necedad, la moria era un vicio, un bien de la memoria. Es decir, todo lo recordado, todo lo imaginado es, bajo esta óptica, locura porque se escribe, se dice, se expresa, se manifiesta.

“Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras” es una mirada desde la ficción al presente del hombre que pasa por estadios de enajenación, soledad, trabajos desangelados, relaciones complejas y que en la literatura encuentran cabida la locura, la sobriedad esclavizada por la impureza del diario vivir y donde la trascendencia se escapa de las manos como palomas que vuelan a horizontes aún más inciertos.

Por ello, las líneas del micro texto “Purificación” son hondamente reveladoras, cito: “Usted tiene la mente muy percudida, me manifestó la especialista. (…) Debo tallar, tallar hasta sacarme sangre con estropajos, párrafos y mucha tinta”. Porque las historias del libro de Roque nos recuerdan que el oficio literario requiere tallar, repujar el verso, la prosa porque “al final de cuentas la palabra locura viene de locus, es decir lo dicho…”.

El capítulo XIV de “Elogio de la locura”, de Erasmo de Rotterdam, se llama “Los beneficios de la locura son superiores a los de los dioses, porque hace duradera la juventud y aleja la vejez”.

En este sentido es que el puñado de textos que integran “Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras”, de Alexandro Roque, se beneficia (y beneficia también a los lectores) no de locura alguna sino de la antípoda planteada por Erasmo de Rotterdam: la juventud de la anécdota, de la historia, de la secretitud del relato, por un lado, y por otro, la vejez de los estilos o de eso que Susan Sontag llamaba habitantes de la imaginación donde la cordura necesariamente estorbaba para la instauración de la fábula y/ o la alegoría, de lo contrario serían inaceptables las andanzas de Alonso de Quijano o el séquito de mariposas amarillas cada vez que aparecía Mauricio Babilonia en el Macondo de García Márquez, o los subterfugios fantásticos de algunos cuentos de Julio Cortázar donde la realidad que viven sus personajes son válidos bajo el hálito de la locura de la rutina del diario vivir que da paso a esa zona de irracionalidad que es la fantasía contestataria.

Pero Alexandro Roque extiende su mirada poliédrica hacia el texto como si pusiera a este bajo el microscopio del estallido de los géneros: microrrelato, aforismo, epigrama, anécdota, cuento, diario, crónica y todo territorio breve donde deambule la prosa. Para Carlos Fuentes la prosa es una fosa donde cae la historia contada y, al volver a emerger, regresa transformada o ¿transtornada? Algunas respuestas las podemos encontrar en los textos del libro de Roque; por ejemplo, en el relato que abre el libro: “Cómo llegué aquí”, cuando un hombre queda atrapado en el manicomio donde supuestamente la novia era la loca. ¿Lo racional torcido, como lo plantea Sartre en “La náusea”? ¿O la realidad desquiciada por la verdadera locura de lo real como en el final de la obra maestra “Él”, de Buñuel, cuando el desquiciado Francisco Galván, en la locura que le dio la paz de un convento, dice que él tenía razón, al señalar la supuesta infidelidad de su esposa por la que perdió la razón.

Los textos de Alexandro Roque son hipodérmicos, ocultos, cuáles minas a punto de estallar. Lo vemos en el relato “Exorcismo” donde un hombre encerrado se expresa el Anticristo, para lo cual el autor esboza una perturbadora interrogante: “¿qué tan consciente está un loco de su locura?” O en “Melanina y sal”, quizá su mejor texto, la historia de un hombre que cohabita con un pulpo donde su realidad se extrapola, se expone al calor del mundo a tal grado que viaja con el cefalópodo en avión a una playa de Acapulco y que confiesa que el pulpo lo salvó de volverse loco. De allí que sea revelador cuando el autor describe:

“Me acostumbré a bañarme de a botecito con tal de permitirle al pulpo estar tranquilo, no me gustaba la idea de ponerlo en una cubeta mientras yo tomaba la ducha, pues había oído que se estresan mucho en cautiverio. (…) Si lo oía tocar el vidrio de la bañera, cubierta ya permanentemente con un piso de piedrecitas, yo corría a ver qué quería. Obviamente es un decir, porque no habla, como si no lo supiera. No estoy loco, los locos no saben cuidar a un pulpo”.

La literatura requiere espacios de expansión, de territorialidad para su total existencia y comprensión. Mejor aún: la literatura es un universo de autonomías y necesarias correspondencias con las entidades como la lógica, la verosimilitud más que con la verdad. Pero manifestar lógica en un mundo donde la ficción es la materia prima de una estructura orgánica pareciera contrariedad. La lógica, en términos del Premio Nobel de Literatura Yorgos Seferis, como un puente de narración siempre a punto de caerse. Y ese es el punto de los relatos que nos presente Roque en su libro: historias a punto de caerse a un precipicio de ilógica, de irracionalidad no obstante jamás reclamando un territorio de verdades (eso sería asunto del panfleto o de lo clínico) porque un texto literario, a diferencia de uno científico o académico, no se somete a la prueba de la verdad, porque es ficción, y al serlo, permite que, precisamente exista la verosimilitud para que, de este modo, también se convierta en un fiel espejo de las acciones de la condición humana, por más desarticulado que pudiera parecer como en el cuento “Obsesión” donde se lee en una línea, cito: “Loco es el que no suelta su teléfono, que no pone atención en clases por actualizar sus redes sociales”. O en el relato “Textos raros” cuando el personaje apunta: “Nervioso, empecé a roer la pared del salón con mis minúsculos dientes, entre las risas de los alumnos. En cuanto el agujero estuvo lo suficientemente grande me escabullí por él”.

Sin embargo, Alexandro Roque va más allá con la alada imaginación y propone, como todo autor, un mundo propio. En el relato “Desconexión”, un hombre arma un robot para que lo sustituya en sus clases y en su quehacer cotidiano total, el androide ahora quiere deshacerse del tipo.

Con ello, Roque se ajusta a un asunto entendido y aceptado en la antigüedad griega: la locura, la necedad, la moria era un vicio, un bien de la memoria. Es decir, todo lo recordado, todo lo imaginado es, bajo esta óptica, locura porque se escribe, se dice, se expresa, se manifiesta.

“Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras” es una mirada desde la ficción al presente del hombre que pasa por estadios de enajenación, soledad, trabajos desangelados, relaciones complejas y que en la literatura encuentran cabida la locura, la sobriedad esclavizada por la impureza del diario vivir y donde la trascendencia se escapa de las manos como palomas que vuelan a horizontes aún más inciertos.

Por ello, las líneas del micro texto “Purificación” son hondamente reveladoras, cito: “Usted tiene la mente muy percudida, me manifestó la especialista. (…) Debo tallar, tallar hasta sacarme sangre con estropajos, párrafos y mucha tinta”. Porque las historias del libro de Roque nos recuerdan que el oficio literario requiere tallar, repujar el verso, la prosa porque “al final de cuentas la palabra locura viene de locus, es decir lo dicho…”.