Las actrices que han participado en el cine mexicano han dejado una herencia evidente: el fortalecimiento del melodrama. La duda surgía: ¿quién ha derramado más lágrimas en el celuloide de este país: Marga López o Libertad Lamarque?
Yo diría que la sempiterna abuelita Sara García, auténtica dama del drama. Revisando su extensa filmografía, pueden rastrearse más de 120 películas en las cuales doña Sara García plasmó su histrionismo. Y qué decir de la española exiliada en México Prudencia Grifell. O de las camaleónicas caracterizaciones de Emma Roldán. O de las incursiones comiquísimas de Blanca de Castejón (la loca que albergaba vagos en la exquisita “Escuela de vagabundos”/ 1954).
Cómo no recordar a las divas per se: Dolores del Río y María Félix. Sin duda que hubo otras actrices con mayor solvencia y posibilidades cinematográficas. Probablemente la actriz más eficaz, rentable y perdurable en nuestro cine sea Marga López. Fue la que más cintas realizó con el ídolo Pedro Infante (seis), y fue solicitada por directores interesantes como Luis Buñuel, Ismael Rodríguez y Emilio Fernández.
Actriz completa y medular es Silvia Pinal. Maestra para la comedia (“El inocente”, “La mujer de oro”), el melodrama (“Divertimento”, “Las mariposas desecadas”) hasta su consagración con “Viridiana” en las mejores cinematecas del mundo. Presencias elegantes las de Anita Blanch (la amante madura de Pedro Armendáriz en “La noche avanza”, de Roberto Gavaldón), Andrea Palma (nuestra Marlene Dietrich) en tres momentos insuperables del cine mexicano: “La mujer del puerto”, “Distinto amanecer” y “Aventurera”, Gloria Marín en “Historia de un amor”, Leticia Palma (“En la palma de tu mano”), Blanca Estela Pavón (soberbia en la aún no bien valorada “La mujer que yo perdí”), la sensual Lupe Vélez (“Naná” y “La zandunga”), y las infaltables en repartos secundarios: Amelia Wilhelmi y Delia Magaña, las famosas Guayaba y Tostada en los clásicos arrabaleros “Nosotros los pobres” y “Ustedes los ricos”. Para la anécdota queda este dato: la actriz que participó en más películas en el cine mexicano fue Leonor Gómez, en más de mil 200, la cual merecería un verdadero homenaje nacional.
Actrices con capacidad indiscutible para la interpretación fueron Amanda del Llano (“Campeón sin corona”), Silvia Derbez (la hermana menor de Marga López en “Salón México”), Rita Macedo (“Ensayo de un crimen”), Carmen Montejo y Katy Jurado (ambas en “Nosotros los pobres”), Lilia Prado (favorita de Buñuel en “Subida al cielo” y “La ilusión viaja en tranvía”) y Columba Domínguez (“Pueblerina”). Aunque cabría anotar los casos excepcionales de Virginia Fábregas, Esperanza Iris, María Conesa y Rosaura Revueltas, actrices apartadas del cine que dejaron su huella plasmada en al menos una cinta cada una.
No queda duda de que el rostro más bello captado por el cine mexicano fue el de Miroslava Stern. Toda ella fresca, europea, frágil y estupendamente hermosa (la llamaban Mirosmango). Recuerdo a Miroslava en “Trotacalles” (donde es manipulada y vejada por una cinturita: Ernesto Alonso) y en “Escuela de vagabundos”, comedia hilarante, que a cincuenta años de filmada sigue siendo una película amena y entretenida.
En los últimos años, las actrices más solventes y efectivas en el cine mexicano han sido María Rojo, Diana Bracho, Blanca Guerra, Ana Ofelia Murguía (excelente y desperdiciada), Arcelia Ramírez, Lucha Villa, Vanesa Bauche y la tampiqueña talentosa Cecilia Suárez.
¿Vale la pena escribir sobre actrices a quienes la mayoría de la gente ya no recuerda? Sí, para constatar que dentro de una sociedad machista figuras impactantes como las de María Félix, Katy Jurado, Lupe Vélez, Silvia Pinal y Dolores del Río fueron capaces de surgir.
Una de las características de cualquier cinematografía es la de contar con actores sólidos, solventes y famosos (no necesariamente en ese orden). Como ejemplos podemos anotar la italiana con Marcelo Mastroiani, la estadounidense con Marlon Brando o Spencer Tracy, la inglesa con Lawrence Olivier, la española con Fernando Rey, la francesa con Gerard Depardeu y la mexicana… con varios que en el presente texto comentaré.
Desde sus orígenes -la compra de los primeros cinematógrafos Lumiere por el gobierno de Porfirio Díaz- el cine mexicano puede considerarse afortunado. Fue pionero en América Latina en la difusión del cine y dio al mundo a quien sin enfado puede adjudicársele el mote de “primer actor” del cine mexicano: Porfirio Díaz.
Díaz empleó para su propaganda personal los primeros cortos o “tomas” realizados con el incipiente invento de los magnates Lumiere. Así, se conservan en imágenes los paseos del presidente Díaz por Palacio Nacional, por Chapultepec, con su gabinete, con su esposa Carmelita y otros colaboradores.
No es hasta la década de los treinta que la industria del cine mexicano puede considerarse como tal. El éxito de la primera cinta sonora, “Santa”/1931, le dio a la producción de películas un auge que vino a cimentarse y a multiplicarse de manera decisiva con “Allá en el rancho grande”/1936.
Antes, en 1933 con “El compadre Mendoza”, y en 1935 con “¡Vámonos con Pancho Villa!” (ambas dirigidas por Fernando de Fuentes), el cine mexicano apuntó hacia películas de interés nacional con propuestas artísticas. De esa época sobresalen dos actores: Alfredo del Diestro (chileno naturalizado mexicano) y Antonio R. Frausto, iniciadores del histrionismo fílmico en nuestro país. Aunque las apariciones de Fernando Soler y Joaquín Pardavé se habían dado antes, en filmes silentes, el despunte de estos se dio a partir de los años 30 y 40.
Actores importantes fueron los hermanos Soler: Fernando, Andrés, Domingo y Julián. Lo mismo cultivaron el drama, la comedia que la zarzuela, al igual que el incomparable Joaquín Pardavé quien, además, fue director, compositor y bailarín en sus inicios, allá en las carpas de los años 20.
No pueden soslayarse las presencias de Germán Valdés "Tin Tan" y Mario Moreno "Cantinflas", los dos más grandes actores cómicos que ha tenido México. Lo mismo que Fernando Soto “Mantequilla”, Adalberto Martínez "Resortes", Mario el “Harapos” García, Roberto el “Panzón” Soto y Manuel Medel, quienes le dieron a la comedia popular un nivel que no ha vuelto a alcanzar.
Los casos de Arturo de Córdova (yucateco todo él), Armando Calvo, Jorge Mistral (españoles ambos), Emilio Tuero, Ramón Armengod y Antonio Badú fueron sintomáticos de una cinematografía que disponía de rostros para engalanar las historias incrustadas en sendos melodramas de éxito.
Punto y aparte se sitúan Pedro Infante, Pedro Armendáriz y Jorge Negrete, actores con honda presencia popular y, en el caso de Infante, de verdadera idolatría años después de su deceso. (Queda para la anécdota Humberto Rodríguez por ser el actor que apareció en más películas: arriba de 700, seguido de Mario Almada con más de 450.)
En los años recientes Ernesto Gómez Cruz, Enrique Lucero, Alejandro Parodi, José Carlos Ruiz, Manuel Ojeda, Demián Bichir, Gael García Bernal y sobre todo, Damián Alcázar, le han dado a la actuación en nuestro cine una solvencia y calidad siempre bienvenidas.
Es difícil decir cuáles actores han sido los mejores en el cine mexicano. Sin embargo, los nombres de Fernando Soler, Joaquín Pardavé y Damián Alcázar tendrían que estar en los primeros lugares de la lista…