/ miércoles 28 de octubre de 2020

El cumpleaños del perro | Hombre sin rostro

Hermanos: Úrsula, Ana Bertha, Raúl, estoy triste porque no logro quitar los nubarrones de mi cielo. No salgo del recuerdo, del pasado. Me siento inútil, como goma de mascar en el pavimento.

Hombre árbol, nombre de agua, burla del destino todo eso soy. No tengo colores ya en mi prometedor arcoíris. Desde el día en que le dije a nuestra madre que Tampico me asfixiaba no soy feliz. Han pasado tantos días que no sé de calendarios que me consuelen. El tiempo es verdugo siempre por donde se le vea.

Cuando camino solo eso soy justamente: soledad en llamas, detritus de planes, ruina de la memoria henchida por un puerto que ya no es el mismo que dejé.

Las calles de Tampico también tienen fantasmas. Y para ver espectros no hay más que cerrar los ojos.

Tengo miedo, han reventado frente a mi cara muchas burbujas que traían algún proyecto y no las atendí. ¿Dónde estaba, qué hacía que yo iba en dirección contraria al mundo?

El tiempo es bueno cuando te sientes vivo, interesante. No bebo, no fumo, solo leo poesía, escribo de cine y me estrello contra la luna.

He gastado tanto en mi memoria que siento que en ella es donde verdaderamente vivo. Lo sé, las cenizas no tienen propiedad porque nadie las quiere.

He ardido varias veces y – oh insignificante Ave Fénix – nadie ha visto mi espectáculo de piras.

La eternidad no tiene puertas. El olvido muchas. ¿Quién me dio este manojo de llaves?

Le he dado la espalda a la esperanza o el color vacui es mi preferido. ¿Qué hago? ¿Dónde pongo a Tampico al final de cuentas? Es la ciudad que amo.

La Plaza de Armas está poblada siempre de ángeles; no debe haber otra cosa allí porque la libertad es sagrada. Sonoro aire, arlequín de la noche, Tampico es retahíla de nombres de calles.

La metáfora aún vive, quizás arrinconada, asfixiada de las edades y los unicornios tatuados de ácido.

Esta plaza es hábitat de solitarios, rectángulo de horarios petrificados por la nostalgia. Si abro el puño salen palomas rotas, palabras sin peso, desprovistas de tramas.

Alas de hierro, mirada de aire, pasos de harina: yo ahora, yo siempre. ¿No lo ven, hermanos, que inexisto?

Hombre sin rostro, hombre-humo… Navegante si batel, sin rumbo. Pongo mi cabeza en la almohada y no duermo, engaño a Morfeo.

Tampico me parece una isla de fuego. Ciudad-puerto que se ve cansada de olor a salitre y a historia de marineros que juraban haber visto sirenas.

Tampico, donde nació nuestra madre y, lo saben Úrsula, Ana Bertha, Raúl, es un pedazo de mi alma y de las suyas…

Hermanos: Úrsula, Ana Bertha, Raúl, estoy triste porque no logro quitar los nubarrones de mi cielo. No salgo del recuerdo, del pasado. Me siento inútil, como goma de mascar en el pavimento.

Hombre árbol, nombre de agua, burla del destino todo eso soy. No tengo colores ya en mi prometedor arcoíris. Desde el día en que le dije a nuestra madre que Tampico me asfixiaba no soy feliz. Han pasado tantos días que no sé de calendarios que me consuelen. El tiempo es verdugo siempre por donde se le vea.

Cuando camino solo eso soy justamente: soledad en llamas, detritus de planes, ruina de la memoria henchida por un puerto que ya no es el mismo que dejé.

Las calles de Tampico también tienen fantasmas. Y para ver espectros no hay más que cerrar los ojos.

Tengo miedo, han reventado frente a mi cara muchas burbujas que traían algún proyecto y no las atendí. ¿Dónde estaba, qué hacía que yo iba en dirección contraria al mundo?

El tiempo es bueno cuando te sientes vivo, interesante. No bebo, no fumo, solo leo poesía, escribo de cine y me estrello contra la luna.

He gastado tanto en mi memoria que siento que en ella es donde verdaderamente vivo. Lo sé, las cenizas no tienen propiedad porque nadie las quiere.

He ardido varias veces y – oh insignificante Ave Fénix – nadie ha visto mi espectáculo de piras.

La eternidad no tiene puertas. El olvido muchas. ¿Quién me dio este manojo de llaves?

Le he dado la espalda a la esperanza o el color vacui es mi preferido. ¿Qué hago? ¿Dónde pongo a Tampico al final de cuentas? Es la ciudad que amo.

La Plaza de Armas está poblada siempre de ángeles; no debe haber otra cosa allí porque la libertad es sagrada. Sonoro aire, arlequín de la noche, Tampico es retahíla de nombres de calles.

La metáfora aún vive, quizás arrinconada, asfixiada de las edades y los unicornios tatuados de ácido.

Esta plaza es hábitat de solitarios, rectángulo de horarios petrificados por la nostalgia. Si abro el puño salen palomas rotas, palabras sin peso, desprovistas de tramas.

Alas de hierro, mirada de aire, pasos de harina: yo ahora, yo siempre. ¿No lo ven, hermanos, que inexisto?

Hombre sin rostro, hombre-humo… Navegante si batel, sin rumbo. Pongo mi cabeza en la almohada y no duermo, engaño a Morfeo.

Tampico me parece una isla de fuego. Ciudad-puerto que se ve cansada de olor a salitre y a historia de marineros que juraban haber visto sirenas.

Tampico, donde nació nuestra madre y, lo saben Úrsula, Ana Bertha, Raúl, es un pedazo de mi alma y de las suyas…