/ viernes 17 de enero de 2020

El Cumpleaños del Perro I Monterrey 16

Monterrey 16, colonia Campbell. Leonor, madre, cuánto tengo por recordarte. Una vida no me bastaría.

Fuiste una mujer enorme para los tuyos, para los que quisieron poner muros a tu alrededor. En tu apellido Mejía cupieron la blancura de tu piel y la perseverancia honrada de tu padre, Francisco, amén de la agria ternura de doña Úrsula, tu madre.

Madre, por ti Tampico lo llevo dentro de mi alma, como a una segunda piel… Caminar por esas calles del Paseo Bellavista en la edad de mis años de secundaria ahora me parecen escenas bañadas por una nostalgia inexplicable. Con los años nos hacemos viejos pero también nos resignamos. La resignación es la hermana gemela de la muerte. Bajo por mi calle, la Monterrey. Allí veo, a doña Esperanza, en la barda de su casa. La recuerdo a las seis de la tarde - conversando con mi madre sobre el beisbolista Ángel Castro-, mientras su nieto Jesús, a quien de cariño le decimos Pelón, demuestra su enorme destreza en el fútbol ante otros niños más bien torpes. A dos casas, don Alfonso Medrano baja de su auto de la ruta Cascajal, llevando, me parece, una bolsa de pan. En el frontispicio del edificio al que siempre conocimos por el de un tal señor Basáñez, veo a Jesús Tamez, Chuyina, a Martín y Rubén Solano (al primero por afecto le decían El Chino, al segundo Curro), a José Luis, apodado La Boa, un joven con polio quien una vez me dijo que vivir así era una maldita bendición. Por cierto, Tamez tuvo un privilegio concedido a pocos: se casó con su novia de secundaria, Patricia si mal no recuerdo. La colonia, el barrio se convierte en una isla emocional en los primeros años de nuestra vida social. Allí dejamos la energía puesta en la novedad del mundo. En la colonia, en ese microcosmos rayano, empieza nuestro viaje sentimental por la ciudad. Calle Monterrey, colonia Campbell en mi recuerdo te veo como el territorio donde aparecieron apaches, bandidos, partidos de beis y fut, juegos de las escondidas con los ahora celebridades de mi infancia: Doroteo, Víctor Manuel, Claudio, Esteban, Félix, Rigoberto, Sergio y Francisco (ambos los hermanos Laroche), Mauro, y otros tantos que en la neblina del tiempo se me disipan. Veo en este momento la pelota (bateada por nuestro estimado Chuyina) en el patio de doña Gloria, cuyo esposo don Pedro -según me contó mi madre- fue el diligente cartero de la colonia por años. Veo, también, a Félix platicándonos la vez que, en su empleo como conductor de tráiler de cierto circo famoso, se las vio de veras "negras" con un oso ya merito le daba el celebérrimo abrazo, y todo por quedar bien con algunas chicas que curioseaban ante el enorme plantígrado. Y veo a don Amador Solano ir de prisa hacia el mercado Juárez -me parece que era allí- a su taller de relojería, no sin antes ver a don Juan López, ya lesionado de sus piernas, tomando el sol y gritándome: "Juanillo". La presencia es esencia, testimonio de lo real. El tiempo ahora no me permite ejecutar la recordación con fidelidad. Tengo nubarrones no por la edad, claro que no, no soy tan viejo, sólo que a mi mente -como a cualquiera de nosotros- la tienen secuestrada otros sucesos. En un poema, la Nobel de Literatura Wislawa Szymborska dice. "Una cosa no acepto/volver a ese lugar, /renuncio al privilegio/ de la presencia". Yo no, no renuncio al privilegio de volver a presencias en mi memoria, al teatro de mi infancia cuando mi tío José, hermano de mi madre, me mandaba semanalmente a comprar un libro y yo, mal sobrino, compraba dos: el de él y, por supuesto, el mío. La calle Monterrey fue el universo de mis años infantiles, no significó algo importante tal vez porque nunca vivió por ese rumbo político o funcionario alguno. Corrijo: sí tuvo significado para sus habitantes que teníamos la extraña condición de ser "fronterizos", ya que una calle transversal General Corona nos unía con la colonia Cascajal, el barrio donde creció el enorme cantante (y ahora sepultado en el olvido) Genaro Salinas. ¿En qué esquina del tiempo se queda la infancia, empolvándose? ¿Por qué lo que más queremos más rápido se nos va? Lo nuestro es pasar, dijo Machado en un verso. Aunque Paz nos espetó que "el presente es perpetuo". Tránsito y perpetuidad, eso es el tiempo. Memoria y aprehensión. Hoy, a tantos años, veo mi calle Monterrey y me parece ver a mi madre, Leonor Mejía, abriéndome sus brazos como la madre universal que fue para nosotros sus hijos: Ana Bertha, Úrsula, Raúl y quien esto escribe desde algún lugar del recuerdo de sus años para siempre idos.

Monterrey 16, colonia Campbell. Leonor, madre, cuánto tengo por recordarte. Una vida no me bastaría.

Fuiste una mujer enorme para los tuyos, para los que quisieron poner muros a tu alrededor. En tu apellido Mejía cupieron la blancura de tu piel y la perseverancia honrada de tu padre, Francisco, amén de la agria ternura de doña Úrsula, tu madre.

Madre, por ti Tampico lo llevo dentro de mi alma, como a una segunda piel… Caminar por esas calles del Paseo Bellavista en la edad de mis años de secundaria ahora me parecen escenas bañadas por una nostalgia inexplicable. Con los años nos hacemos viejos pero también nos resignamos. La resignación es la hermana gemela de la muerte. Bajo por mi calle, la Monterrey. Allí veo, a doña Esperanza, en la barda de su casa. La recuerdo a las seis de la tarde - conversando con mi madre sobre el beisbolista Ángel Castro-, mientras su nieto Jesús, a quien de cariño le decimos Pelón, demuestra su enorme destreza en el fútbol ante otros niños más bien torpes. A dos casas, don Alfonso Medrano baja de su auto de la ruta Cascajal, llevando, me parece, una bolsa de pan. En el frontispicio del edificio al que siempre conocimos por el de un tal señor Basáñez, veo a Jesús Tamez, Chuyina, a Martín y Rubén Solano (al primero por afecto le decían El Chino, al segundo Curro), a José Luis, apodado La Boa, un joven con polio quien una vez me dijo que vivir así era una maldita bendición. Por cierto, Tamez tuvo un privilegio concedido a pocos: se casó con su novia de secundaria, Patricia si mal no recuerdo. La colonia, el barrio se convierte en una isla emocional en los primeros años de nuestra vida social. Allí dejamos la energía puesta en la novedad del mundo. En la colonia, en ese microcosmos rayano, empieza nuestro viaje sentimental por la ciudad. Calle Monterrey, colonia Campbell en mi recuerdo te veo como el territorio donde aparecieron apaches, bandidos, partidos de beis y fut, juegos de las escondidas con los ahora celebridades de mi infancia: Doroteo, Víctor Manuel, Claudio, Esteban, Félix, Rigoberto, Sergio y Francisco (ambos los hermanos Laroche), Mauro, y otros tantos que en la neblina del tiempo se me disipan. Veo en este momento la pelota (bateada por nuestro estimado Chuyina) en el patio de doña Gloria, cuyo esposo don Pedro -según me contó mi madre- fue el diligente cartero de la colonia por años. Veo, también, a Félix platicándonos la vez que, en su empleo como conductor de tráiler de cierto circo famoso, se las vio de veras "negras" con un oso ya merito le daba el celebérrimo abrazo, y todo por quedar bien con algunas chicas que curioseaban ante el enorme plantígrado. Y veo a don Amador Solano ir de prisa hacia el mercado Juárez -me parece que era allí- a su taller de relojería, no sin antes ver a don Juan López, ya lesionado de sus piernas, tomando el sol y gritándome: "Juanillo". La presencia es esencia, testimonio de lo real. El tiempo ahora no me permite ejecutar la recordación con fidelidad. Tengo nubarrones no por la edad, claro que no, no soy tan viejo, sólo que a mi mente -como a cualquiera de nosotros- la tienen secuestrada otros sucesos. En un poema, la Nobel de Literatura Wislawa Szymborska dice. "Una cosa no acepto/volver a ese lugar, /renuncio al privilegio/ de la presencia". Yo no, no renuncio al privilegio de volver a presencias en mi memoria, al teatro de mi infancia cuando mi tío José, hermano de mi madre, me mandaba semanalmente a comprar un libro y yo, mal sobrino, compraba dos: el de él y, por supuesto, el mío. La calle Monterrey fue el universo de mis años infantiles, no significó algo importante tal vez porque nunca vivió por ese rumbo político o funcionario alguno. Corrijo: sí tuvo significado para sus habitantes que teníamos la extraña condición de ser "fronterizos", ya que una calle transversal General Corona nos unía con la colonia Cascajal, el barrio donde creció el enorme cantante (y ahora sepultado en el olvido) Genaro Salinas. ¿En qué esquina del tiempo se queda la infancia, empolvándose? ¿Por qué lo que más queremos más rápido se nos va? Lo nuestro es pasar, dijo Machado en un verso. Aunque Paz nos espetó que "el presente es perpetuo". Tránsito y perpetuidad, eso es el tiempo. Memoria y aprehensión. Hoy, a tantos años, veo mi calle Monterrey y me parece ver a mi madre, Leonor Mejía, abriéndome sus brazos como la madre universal que fue para nosotros sus hijos: Ana Bertha, Úrsula, Raúl y quien esto escribe desde algún lugar del recuerdo de sus años para siempre idos.