/ miércoles 17 de noviembre de 2021

El cumpleaños del perro | La historia de las cosas

Cuando compramos un producto que hemos consumido poco o nada ponemos atención al destino que le depara a la envoltura, empaque o ensamblaje del mismo. No es de nuestro interés, aparentemente, si se lleva al cabo un reciclaje o reducción de contaminante del material desechado.

Es este punto cuando se tiene en cuenta a la economía de los materiales la cual, en términos de rigor de estudio, llama extracción, producción, distribución, consumo y descarte al flujo de los materiales empleados.

En el proceso de extracción se lleva la explotación del medio ambiente y se llega al extremo de agotar los recursos naturales del planeta. Se estima que ya un tercio de las reservas naturales se han dañado en los últimos treinta años.

En el proceso de producción se mezclan con químicos sintéticos que contienen altos niveles de toxicidad. Un dato de miedo: todo lo que comemos, bebemos y respiramos contiene tóxicos. Pero es la leche materna humana la que más tóxico contiene, por lo que desde pequeños los hombres están sujetos a un destino de envenenamiento o destino cancerígeno.

La contaminación es brutal. Tan sólo en EUA se estima que se producen dos mil millones de kilos de tóxicos al año. Y las plantas que los producen se trasladan a países, dejando una premisa inhumana: no les importa que la gente pueda morir por los efectos de esos tóxicos.

En el proceso de distribución se cumple la venta de los productos con altos niveles de toxicidad. Aunque se presenta una falacia: precios baratos, sin embargo el precio es alto puesto que las personas lo pagan con las tierras que han perdido en las que trabajan en forma de esclavos.

En el proceso de consumo los gobiernos, en contubernio con las empresas, permiten y echan a andar agresivos planes de propagada o publicidad para que la gente consuma con prontitud y casi de manera voraz los productos tóxicos para que los conviertan en basura con la idea que vuelvan a consumir para que se queden en ese status de manera ascendente, generando un dato alarmante: el 99 por ciento de lo que se consume en seis meses se convierte en basura.

En el descarte se desechan los materiales de los productos que se han consumido y luego se incineran, contribuyendo a la contaminación ambiental de forma irreversible. Y ni hablar de los materiales que tardan años, cientos o miles de años en degradarse.

¿Qué hacer? Todo parece indicar que la humanidad está condenada a ser consumista perenne puesto que su ritmo de vida o rutina lo induce, precisamente, a ser consumidor en niveles alarma. ¿Cómo es posible esto? La gente trabaja y a veces tiene dos empleos y cuando llega a su casa lo que hace inmediatamente es sentarse a ver televisión y ésta lo bombardea con publicidad que le dice que necesita comprar más y más, aunque en realidad no le sea indispensable ningún producto.

La gente, con el paso del tiempo, tiende a no ser feliz, a llenarse de deudas, de rutinas asfixiantes con la mala alimentación, con lo que no requiere y tiene que comprar porque ha sido inducido por la publicidad.

Sin embargo hay que tomar en cuenta que hay programas que protegen bosques, siembran árboles, establecen protocolos de salvaguardar empleos, rellenos sanitarios y vigilancia de reducción de contaminantes.

El valor más importante que tenemos es la vida, hay que cuidarla, preservarla. Están sucediendo cosas importantes para que el planeta no se nos deshaga en las manos.

Debemos hacer algo, algo nuevo que rompa con rutinas de consumo dañinas. Hay que voltear hacia la producción de alimentos orgánicos, de energías renovables, de eso llamado vida verde.

Cuando compramos un producto que hemos consumido poco o nada ponemos atención al destino que le depara a la envoltura, empaque o ensamblaje del mismo. No es de nuestro interés, aparentemente, si se lleva al cabo un reciclaje o reducción de contaminante del material desechado.

Es este punto cuando se tiene en cuenta a la economía de los materiales la cual, en términos de rigor de estudio, llama extracción, producción, distribución, consumo y descarte al flujo de los materiales empleados.

En el proceso de extracción se lleva la explotación del medio ambiente y se llega al extremo de agotar los recursos naturales del planeta. Se estima que ya un tercio de las reservas naturales se han dañado en los últimos treinta años.

En el proceso de producción se mezclan con químicos sintéticos que contienen altos niveles de toxicidad. Un dato de miedo: todo lo que comemos, bebemos y respiramos contiene tóxicos. Pero es la leche materna humana la que más tóxico contiene, por lo que desde pequeños los hombres están sujetos a un destino de envenenamiento o destino cancerígeno.

La contaminación es brutal. Tan sólo en EUA se estima que se producen dos mil millones de kilos de tóxicos al año. Y las plantas que los producen se trasladan a países, dejando una premisa inhumana: no les importa que la gente pueda morir por los efectos de esos tóxicos.

En el proceso de distribución se cumple la venta de los productos con altos niveles de toxicidad. Aunque se presenta una falacia: precios baratos, sin embargo el precio es alto puesto que las personas lo pagan con las tierras que han perdido en las que trabajan en forma de esclavos.

En el proceso de consumo los gobiernos, en contubernio con las empresas, permiten y echan a andar agresivos planes de propagada o publicidad para que la gente consuma con prontitud y casi de manera voraz los productos tóxicos para que los conviertan en basura con la idea que vuelvan a consumir para que se queden en ese status de manera ascendente, generando un dato alarmante: el 99 por ciento de lo que se consume en seis meses se convierte en basura.

En el descarte se desechan los materiales de los productos que se han consumido y luego se incineran, contribuyendo a la contaminación ambiental de forma irreversible. Y ni hablar de los materiales que tardan años, cientos o miles de años en degradarse.

¿Qué hacer? Todo parece indicar que la humanidad está condenada a ser consumista perenne puesto que su ritmo de vida o rutina lo induce, precisamente, a ser consumidor en niveles alarma. ¿Cómo es posible esto? La gente trabaja y a veces tiene dos empleos y cuando llega a su casa lo que hace inmediatamente es sentarse a ver televisión y ésta lo bombardea con publicidad que le dice que necesita comprar más y más, aunque en realidad no le sea indispensable ningún producto.

La gente, con el paso del tiempo, tiende a no ser feliz, a llenarse de deudas, de rutinas asfixiantes con la mala alimentación, con lo que no requiere y tiene que comprar porque ha sido inducido por la publicidad.

Sin embargo hay que tomar en cuenta que hay programas que protegen bosques, siembran árboles, establecen protocolos de salvaguardar empleos, rellenos sanitarios y vigilancia de reducción de contaminantes.

El valor más importante que tenemos es la vida, hay que cuidarla, preservarla. Están sucediendo cosas importantes para que el planeta no se nos deshaga en las manos.

Debemos hacer algo, algo nuevo que rompa con rutinas de consumo dañinas. Hay que voltear hacia la producción de alimentos orgánicos, de energías renovables, de eso llamado vida verde.