/ miércoles 24 de junio de 2020

El cumpleaños del perro | La mejor película mexicana de los 70 

Cada vez que vuelvo a ver El Apando/ 1975, la inquietante cinta de Felipe Cazals estrenada en 1976, basada en el libro homónimo de José Revueltas, me convenzo que es el mejor filme mexicano de los setenta.

Con un guion del mismo Revueltas y José Agustín, Felipe Cazals logra uno de los filmes más irritantes, molestos y amorales del cine mexicano. Amoral en el sentido de apertura total, de permitir que la cochambre humana se deje ver y oler –artísticamente- en la pantalla. Alguna vez le pregunté el crítico Tomás Pérez Turrent cuál era el elenco más efectivo en película mexicana alguna y me dijo sin chistar: el que conjuntó Cazals en El Apando.

Y, efectivamente, las actuaciones de Salvador Sánchez, María Rojo, Manuel Ojeda, Ana Ofelia Murguía, Delia Casanova y, sobre todo, la de José Carlos Ruiz, son de antología.

La fotografía de Alex Phillips, Jr logró captar bien el infierno que Cazals quiso proyectar a través de los tres personajes principales: Albino (Salvador Sánchez), Polonio (Manuel Ojeda) y El Carajo (José Carlos Ruiz), drogadictos que purgan sus condenas en Lecumberri.

Mediante la contención melodramática y la cascada de palabrotas –contexto idóneo para contar la historia-, Cazals bucea por un mundo lleno de lodo moral, donde el erotismo es una isla codiciada para tres Robinsones que, sin embargo, encuentran en la droga su bálsamo espiritual.

El texto de Revueltas no admite términos medios y eso lo entendió bien Cazals, por ello la película puede molestar al espectador que no se instale, mínimamente, en la cloaca de las vidas de Albino, Polonio y El Carajo.

“Se nombra lo que existe, aunque sea irreal”, apunta en alguna línea Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. El hecho de que carezcan de nombres propios la mayoría de los personajes de El Apando es turbador, parecería que estamos ante una improbabilidad de la ficción, sólo que esa es la pepita de oro del guion (y el libro) de Revueltas: desde lo no nombrado escudriñar una realidad existente, la de seres ontológicos, ásperos, burdos y, paradójicamente libres.

Sí, Albino, Polonio y El Carajo son personajes libres en tanto que carecen de moral. Cazals construye y reconstruye un filme impecable desde el punto de vista dramático. Le da a su historia una continuidad y un sentido lógicos, verosímiles (de allí que el final, donde los guardias someten sanguinariamente a los presos, sea irrebatible).

El Apando es una película que delata, a su vez, los tejes y manejes de las cárceles mexicanas: sus cotas de poder, sus aristas de corrupción y la cada vez más evidente tesis de que no regeneran a los presos.

A cuarenta y cinco años de haberse filmado, El Apando sigue irritando porque persisten en el sistema carcelario los puntos que allí se denuncian y porque aún continúan habitando sus ergástulas los Albinos, los Apolonios y los Carajos…

Cada vez que vuelvo a ver El Apando/ 1975, la inquietante cinta de Felipe Cazals estrenada en 1976, basada en el libro homónimo de José Revueltas, me convenzo que es el mejor filme mexicano de los setenta.

Con un guion del mismo Revueltas y José Agustín, Felipe Cazals logra uno de los filmes más irritantes, molestos y amorales del cine mexicano. Amoral en el sentido de apertura total, de permitir que la cochambre humana se deje ver y oler –artísticamente- en la pantalla. Alguna vez le pregunté el crítico Tomás Pérez Turrent cuál era el elenco más efectivo en película mexicana alguna y me dijo sin chistar: el que conjuntó Cazals en El Apando.

Y, efectivamente, las actuaciones de Salvador Sánchez, María Rojo, Manuel Ojeda, Ana Ofelia Murguía, Delia Casanova y, sobre todo, la de José Carlos Ruiz, son de antología.

La fotografía de Alex Phillips, Jr logró captar bien el infierno que Cazals quiso proyectar a través de los tres personajes principales: Albino (Salvador Sánchez), Polonio (Manuel Ojeda) y El Carajo (José Carlos Ruiz), drogadictos que purgan sus condenas en Lecumberri.

Mediante la contención melodramática y la cascada de palabrotas –contexto idóneo para contar la historia-, Cazals bucea por un mundo lleno de lodo moral, donde el erotismo es una isla codiciada para tres Robinsones que, sin embargo, encuentran en la droga su bálsamo espiritual.

El texto de Revueltas no admite términos medios y eso lo entendió bien Cazals, por ello la película puede molestar al espectador que no se instale, mínimamente, en la cloaca de las vidas de Albino, Polonio y El Carajo.

“Se nombra lo que existe, aunque sea irreal”, apunta en alguna línea Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. El hecho de que carezcan de nombres propios la mayoría de los personajes de El Apando es turbador, parecería que estamos ante una improbabilidad de la ficción, sólo que esa es la pepita de oro del guion (y el libro) de Revueltas: desde lo no nombrado escudriñar una realidad existente, la de seres ontológicos, ásperos, burdos y, paradójicamente libres.

Sí, Albino, Polonio y El Carajo son personajes libres en tanto que carecen de moral. Cazals construye y reconstruye un filme impecable desde el punto de vista dramático. Le da a su historia una continuidad y un sentido lógicos, verosímiles (de allí que el final, donde los guardias someten sanguinariamente a los presos, sea irrebatible).

El Apando es una película que delata, a su vez, los tejes y manejes de las cárceles mexicanas: sus cotas de poder, sus aristas de corrupción y la cada vez más evidente tesis de que no regeneran a los presos.

A cuarenta y cinco años de haberse filmado, El Apando sigue irritando porque persisten en el sistema carcelario los puntos que allí se denuncian y porque aún continúan habitando sus ergástulas los Albinos, los Apolonios y los Carajos…