/ viernes 27 de marzo de 2020

El cumpleaños del perro | La película imposible del cine mexicano

El cine mexicano, hay que decirlo con todas sus letras: no ha podido con la famosa novela de Juan Rulfo. No ha logrado capturar ni la atmósfera ni el fluir narrativo visual en las dos versiones realizadas: Pedro Páramo/ 1964, dirigida por Carlos Velo (adaptada por Carlos Fuentes) y El hombre de la Media Luna/ 1976, una versión de José Bolaños –con el apoyo del propio Juan Rulfo en el guión- bastante superior a la anterior.

En la primera cinta, el estadounidense John Gavin interpretó al cacique Pedro Páramo; en la segunda, Manuel Ojeda. Además, el filme de José Bolaños contó con la música del célebre Ennio Morricone.

“Vine a Comala” -dice Juan Preciado- “porque me dijeron que acá vivía mi padre”, y al igual que en el poema del florentino, Preciado descenderá al submundo que -según los preceptos teológicos- antecede al Paraíso- y buscará a Pedro Páramo, como Telémaco a Ulises. (Acaso, ¿Rulfo con Pedro Páramo reavivó como género los antiguos coloquios de los muertos: los Diálogos de Platón o la Comedia de Dante?)

A lo largo de la novela sabemos que ningún paraíso aguarda. El infierno son los otros, apuntó Sartre. Para Rulfo el infierno está aquí, en este mundo porque no conocemos otro (Leibniz revisitado: “vivimos en el mejor de los mundos posibles”).

Rulfo no predica, no reclama, no juzga (no es labor de la literatura), simplemente deja que sus personajes hablen, mientras él –narrador omnipresente- cumple el anhelo de Borges y Pessoa: desaparecer como autor; es decir; calla, se retira para que los murmullos de los fantasmas de Comala cuenten sus historias. En las antiguas mitologías escandinavas los fantasmas no eran dioses ni héroes. Eran proyecciones, sombras del hombre. Comala es refugio de sombras, mejor dicho: es el purgatorio literario donde la historia, la antropología, la religión, la injusticia social y, sobre todo, el amor celebran un festín. El de las fuertes cosas del espíritu.

Pablo Neruda apuntaba que lo que nos salvará de lo insoportable de vivir es el amor. Pedro Páramo es, también, una historia de amor: el que siente Pedro por Susana San Juan o el de ésta por su marido Florencio. Pedro, el cacique, el rencor vivo, el riega-hijos, el súcubo de la revolución, es prisionero de un amor no correspondido: "Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que pudiera conseguir de modo que no quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti".

Pedro Páramo es también poesía: "Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío"… “No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".

No es para desechar el saludo que hacía Borges de Rulfo como un poeta, y señalaba, además, el autor del Aleph a los novelistas como a los verdaderos poetas. Afirmación refutable del viejo Borges porque, ¿acaso no son poetas Shakespeare con sus obras teatrales, o Fellini y Tarkovsky con sus películas? Hay en Pedro Páramo tanta poesía como Rulfo la sintió, la dosificó.

Antes que nada la novela de Rulfo es un imaginario literario singular, único en nuestro idioma, que admite innumerables interpretaciones. Se le ha querido encontrar influencia a la prosa de Rulfo con los grandes escritores como Faulkner, Prost, Joyce o Kafka; sin embargo, el apego a las supersticiones, a los mitos de aparecidos, a los veneros populares y a las descripciones marcadamente locales de paisajes fantasmales, hacen que la literatura rulfiana se acerque más a los autores nórdicos como Lagerlöff, Ramuz, Bjornson, Hamsun e, inclusive, con la Emily Brönte de Cumbres Borrascosas, en el tratamiento del amor fou –tan atrayente para los surrealistas franceses-.

Sin embargo, Pedro Páramo ha sido encasillada como novela de la Revolución, colocada al lado de textos como Los de Abajo, de Mariano Azuela. Aunque de manera premonitoria, Pedro Páramo puede ser vista como una de las fundadoras del llamado Realismo Mágico que enarbolarían García Márquez (quien ha reconocido la influencia de Rulfo en su obra), Juan Carlos Onetti y Jorge Amado. Más aún: por sus apuestas y experimentaciones formales, no es arriesgado decir que Pedro Páramo es la primera obra vanguardista de nuestras letras mexicanas…

El cine mexicano, hay que decirlo con todas sus letras: no ha podido con la famosa novela de Juan Rulfo. No ha logrado capturar ni la atmósfera ni el fluir narrativo visual en las dos versiones realizadas: Pedro Páramo/ 1964, dirigida por Carlos Velo (adaptada por Carlos Fuentes) y El hombre de la Media Luna/ 1976, una versión de José Bolaños –con el apoyo del propio Juan Rulfo en el guión- bastante superior a la anterior.

En la primera cinta, el estadounidense John Gavin interpretó al cacique Pedro Páramo; en la segunda, Manuel Ojeda. Además, el filme de José Bolaños contó con la música del célebre Ennio Morricone.

“Vine a Comala” -dice Juan Preciado- “porque me dijeron que acá vivía mi padre”, y al igual que en el poema del florentino, Preciado descenderá al submundo que -según los preceptos teológicos- antecede al Paraíso- y buscará a Pedro Páramo, como Telémaco a Ulises. (Acaso, ¿Rulfo con Pedro Páramo reavivó como género los antiguos coloquios de los muertos: los Diálogos de Platón o la Comedia de Dante?)

A lo largo de la novela sabemos que ningún paraíso aguarda. El infierno son los otros, apuntó Sartre. Para Rulfo el infierno está aquí, en este mundo porque no conocemos otro (Leibniz revisitado: “vivimos en el mejor de los mundos posibles”).

Rulfo no predica, no reclama, no juzga (no es labor de la literatura), simplemente deja que sus personajes hablen, mientras él –narrador omnipresente- cumple el anhelo de Borges y Pessoa: desaparecer como autor; es decir; calla, se retira para que los murmullos de los fantasmas de Comala cuenten sus historias. En las antiguas mitologías escandinavas los fantasmas no eran dioses ni héroes. Eran proyecciones, sombras del hombre. Comala es refugio de sombras, mejor dicho: es el purgatorio literario donde la historia, la antropología, la religión, la injusticia social y, sobre todo, el amor celebran un festín. El de las fuertes cosas del espíritu.

Pablo Neruda apuntaba que lo que nos salvará de lo insoportable de vivir es el amor. Pedro Páramo es, también, una historia de amor: el que siente Pedro por Susana San Juan o el de ésta por su marido Florencio. Pedro, el cacique, el rencor vivo, el riega-hijos, el súcubo de la revolución, es prisionero de un amor no correspondido: "Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que pudiera conseguir de modo que no quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti".

Pedro Páramo es también poesía: "Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío"… “No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".

No es para desechar el saludo que hacía Borges de Rulfo como un poeta, y señalaba, además, el autor del Aleph a los novelistas como a los verdaderos poetas. Afirmación refutable del viejo Borges porque, ¿acaso no son poetas Shakespeare con sus obras teatrales, o Fellini y Tarkovsky con sus películas? Hay en Pedro Páramo tanta poesía como Rulfo la sintió, la dosificó.

Antes que nada la novela de Rulfo es un imaginario literario singular, único en nuestro idioma, que admite innumerables interpretaciones. Se le ha querido encontrar influencia a la prosa de Rulfo con los grandes escritores como Faulkner, Prost, Joyce o Kafka; sin embargo, el apego a las supersticiones, a los mitos de aparecidos, a los veneros populares y a las descripciones marcadamente locales de paisajes fantasmales, hacen que la literatura rulfiana se acerque más a los autores nórdicos como Lagerlöff, Ramuz, Bjornson, Hamsun e, inclusive, con la Emily Brönte de Cumbres Borrascosas, en el tratamiento del amor fou –tan atrayente para los surrealistas franceses-.

Sin embargo, Pedro Páramo ha sido encasillada como novela de la Revolución, colocada al lado de textos como Los de Abajo, de Mariano Azuela. Aunque de manera premonitoria, Pedro Páramo puede ser vista como una de las fundadoras del llamado Realismo Mágico que enarbolarían García Márquez (quien ha reconocido la influencia de Rulfo en su obra), Juan Carlos Onetti y Jorge Amado. Más aún: por sus apuestas y experimentaciones formales, no es arriesgado decir que Pedro Páramo es la primera obra vanguardista de nuestras letras mexicanas…