/ lunes 20 de enero de 2020

El Cumpleaños del Perro | La película que dejó inconclusa Heath Ledger

Cuando el 22 de enero de 2008 murió el actor australiano Heath Ledger, ya había rodado un 30 por ciento de su participación en el filme El imaginario mundo del doctor Parnassus/ EUA- 2009, de Terry Gilliam.

Y en cierta forma la fama y la consagración le sonreían con amplias expectativas, puesto que su rol del Joker en El Caballero de la Noche le auguraba un Oscar, cosa que logró aunque de manera póstuma.

Terry Gilliam echa en el mismo saco a Wiene, Goethe, Raspe y Aronosfsky en El imaginario mundo del doctor Parnassus, para aglutinar una fábula semiépica fantasmagórica anti Lewis Carroll para convertirse, literalmente, en un moderno Mélies y desenfundar una historia que parecería destinada, a media filmación, al arca del desastre por la muerte repentina de su actor central Heath Ledger.

Pero el viaje onírico nigromante que emprende Gilliam a través del doctor Parnassus (Christopher Plummer) se concatena con la presencia suplantada por Ledger vía manipulación digital de Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell para extrapolar el prurito incandescente de la alegoría mefistofélica: el viaje irreal haudinesco del doctor Parnassus mediante espejos e invocaciones vía acuerdos con el diablo (Tom Waits) en pos de la búsqueda del Dorado subjetivo por antonomasia del hombre literario: la inmortalidad y la eterna juventud.

Parnassus, híbrido entre un embaucador Barnum y un trasnochado Merlín londinense, apoyado por un extraño aprendiz (Ledger), esboza sus engaños ante los ávidos espectadores (comparables con los que veían al mago Eisenheim en El ilusionista/ EUA- 2006, de Neil Burger) para envolverlos en trucos metafísicos y teatrales para transportarlos al vaho del título del filme.

Las visitaciones del diablo al doctor Parnassus para estipular su alianza intemporal vía módico pago del alma de su hija Valentina (Lily Cole) al cumplir ésta los 16 años, acaso ofrecen un agradecible intento de robustecer narrativamente un guión que, a priori naufraga entre dos pecios: la desaparición física de Ledger y su apuesta pasmosa por su permanencia en todo el filme pese a los esfuerzos insuficientes de Depp y Law por hacer sucinto sus incorporaciones histriónicas.

Terry Gilliam puede decirse que es un Tim Burton no entre sombras y mundos neobarrocos oscuros, sino más bien un viajero de submundos con muchas luces que no encandilan: ofrecen hermenéuticas parafílmicas y literarias suculentas (Doce Monos, Tideland, en especial).

Cuando el 22 de enero de 2008 murió el actor australiano Heath Ledger, ya había rodado un 30 por ciento de su participación en el filme El imaginario mundo del doctor Parnassus/ EUA- 2009, de Terry Gilliam.

Y en cierta forma la fama y la consagración le sonreían con amplias expectativas, puesto que su rol del Joker en El Caballero de la Noche le auguraba un Oscar, cosa que logró aunque de manera póstuma.

Terry Gilliam echa en el mismo saco a Wiene, Goethe, Raspe y Aronosfsky en El imaginario mundo del doctor Parnassus, para aglutinar una fábula semiépica fantasmagórica anti Lewis Carroll para convertirse, literalmente, en un moderno Mélies y desenfundar una historia que parecería destinada, a media filmación, al arca del desastre por la muerte repentina de su actor central Heath Ledger.

Pero el viaje onírico nigromante que emprende Gilliam a través del doctor Parnassus (Christopher Plummer) se concatena con la presencia suplantada por Ledger vía manipulación digital de Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell para extrapolar el prurito incandescente de la alegoría mefistofélica: el viaje irreal haudinesco del doctor Parnassus mediante espejos e invocaciones vía acuerdos con el diablo (Tom Waits) en pos de la búsqueda del Dorado subjetivo por antonomasia del hombre literario: la inmortalidad y la eterna juventud.

Parnassus, híbrido entre un embaucador Barnum y un trasnochado Merlín londinense, apoyado por un extraño aprendiz (Ledger), esboza sus engaños ante los ávidos espectadores (comparables con los que veían al mago Eisenheim en El ilusionista/ EUA- 2006, de Neil Burger) para envolverlos en trucos metafísicos y teatrales para transportarlos al vaho del título del filme.

Las visitaciones del diablo al doctor Parnassus para estipular su alianza intemporal vía módico pago del alma de su hija Valentina (Lily Cole) al cumplir ésta los 16 años, acaso ofrecen un agradecible intento de robustecer narrativamente un guión que, a priori naufraga entre dos pecios: la desaparición física de Ledger y su apuesta pasmosa por su permanencia en todo el filme pese a los esfuerzos insuficientes de Depp y Law por hacer sucinto sus incorporaciones histriónicas.

Terry Gilliam puede decirse que es un Tim Burton no entre sombras y mundos neobarrocos oscuros, sino más bien un viajero de submundos con muchas luces que no encandilan: ofrecen hermenéuticas parafílmicas y literarias suculentas (Doce Monos, Tideland, en especial).