/ lunes 29 de noviembre de 2021

El cumpleaños del perro | La última película de Paul Leduc

Uno de los cineastas mexicanos más importantes sin duda fue Paul Leduc (1942- 2020), por el fuerte tono documental y de preocupación social que impregnó a sus obras, incluso las de ficción.

Autor de textos fílmicos imprescindibles de nuestro acervo nacional: Reed, México Insurgente/ 1971; Etnocidio: Notas sobre el mezquital/ 1977; Frida, naturaleza viva/ 1983, ¿Cómo ves?/ 1986, y Cobrador/ 2006, Leduc recibió el Premio Nacional de Artes y Ciencias distinción adjudicada también a Luis Buñuel, Arturo Risptein, Felipe Cazals, Jorge Fons y Nicolás Echevarría.

El Carlos Fuentes declaró al ver Babel, el filme estadounidense de Alejandro González Iñárritu, que se trataba de la primera cinta sobre la globalización. Si recordamos el guion de Guillermo Arriaga, las tres historias planteadas en Babel aspiran a lo coral, al bullicio y al paroxismo existencial de personajes tan ajenos entre sí (en Marruecos, Japón y Estados Unidos-México).

¿Qué pretende el cine al treparse al tren de la globalización? Quizás dar a conocer que hay pulsaciones universales del hombre que no admiten esquematizaciones reduccionistas. Y en este sentido, Paul Leduc, lacónico y a veces pastoso apostador por el cine visual, realizó un texto magnífico y rebuscado: Cobrador (In God we Trust)/ México-España-Argentina-Francia-Gran Bretaña-Brasil/ 2006.

Apoyado en la producción de Tequila Gang por Bertha Navarro y por el hermano de Pedro Almodóvar, Agustín a través de su compañía El Deseo, Paul Leduc realiza su primera cinta de más amplio presupuesto. Acostumbrado a bucear por el cine tercamente independiente y experimental, Leduc oferta –se ve en la pantalla, se respira- un texto fílmico vasto no en el metraje (apenas 95 minutos) sino en las lecturas ontológicas subyacentes en él.

Adaptando libremente cuatro cuentos del brasileño Rubem Fonseca (El Cobrador, Paseo nocturno, Ciudad de Dios y Placebo), Leduc arma un fresco fílmico incómodo, irritante donde, contrario a lo que parezca, no lanza ninguna tesis de la violencia: la examina alargándole múltiples preguntas al espectador.

Ya David Cronenberg había manifestado que la violencia, a propósito de su frío filme Una historia violenta, era un asunto de genética. Leduc va más al fondo y a lo complejo: el entorno produce monstruos (en la acepción de seres solitarios, marginales) como Mister X (Peter Fonda), quien atropella a latinas o el cobrador (Lázaro Ramos) quien apunta en una libreta, asesina, y no habla.

Convertida en metáfora, Cobrador articula los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 con el pasado de un represor militar, con la esclavitud en una mina brasileña, con la violencia en las calles de cualquier urbe.

Si acaso Leduc acude a lo onírico (el hombre que sueña con otra vida menos miserable a la que vive) es para apuntalar los (des) engaños de la realidad: vivir la explotación en la mina ¿no es la misma condición -hurto del futuro- que padece la joven al descubrir que sus padres son los asesinos de sus verdaderos padres?

Uno de los cineastas mexicanos más importantes sin duda fue Paul Leduc (1942- 2020), por el fuerte tono documental y de preocupación social que impregnó a sus obras, incluso las de ficción.

Autor de textos fílmicos imprescindibles de nuestro acervo nacional: Reed, México Insurgente/ 1971; Etnocidio: Notas sobre el mezquital/ 1977; Frida, naturaleza viva/ 1983, ¿Cómo ves?/ 1986, y Cobrador/ 2006, Leduc recibió el Premio Nacional de Artes y Ciencias distinción adjudicada también a Luis Buñuel, Arturo Risptein, Felipe Cazals, Jorge Fons y Nicolás Echevarría.

El Carlos Fuentes declaró al ver Babel, el filme estadounidense de Alejandro González Iñárritu, que se trataba de la primera cinta sobre la globalización. Si recordamos el guion de Guillermo Arriaga, las tres historias planteadas en Babel aspiran a lo coral, al bullicio y al paroxismo existencial de personajes tan ajenos entre sí (en Marruecos, Japón y Estados Unidos-México).

¿Qué pretende el cine al treparse al tren de la globalización? Quizás dar a conocer que hay pulsaciones universales del hombre que no admiten esquematizaciones reduccionistas. Y en este sentido, Paul Leduc, lacónico y a veces pastoso apostador por el cine visual, realizó un texto magnífico y rebuscado: Cobrador (In God we Trust)/ México-España-Argentina-Francia-Gran Bretaña-Brasil/ 2006.

Apoyado en la producción de Tequila Gang por Bertha Navarro y por el hermano de Pedro Almodóvar, Agustín a través de su compañía El Deseo, Paul Leduc realiza su primera cinta de más amplio presupuesto. Acostumbrado a bucear por el cine tercamente independiente y experimental, Leduc oferta –se ve en la pantalla, se respira- un texto fílmico vasto no en el metraje (apenas 95 minutos) sino en las lecturas ontológicas subyacentes en él.

Adaptando libremente cuatro cuentos del brasileño Rubem Fonseca (El Cobrador, Paseo nocturno, Ciudad de Dios y Placebo), Leduc arma un fresco fílmico incómodo, irritante donde, contrario a lo que parezca, no lanza ninguna tesis de la violencia: la examina alargándole múltiples preguntas al espectador.

Ya David Cronenberg había manifestado que la violencia, a propósito de su frío filme Una historia violenta, era un asunto de genética. Leduc va más al fondo y a lo complejo: el entorno produce monstruos (en la acepción de seres solitarios, marginales) como Mister X (Peter Fonda), quien atropella a latinas o el cobrador (Lázaro Ramos) quien apunta en una libreta, asesina, y no habla.

Convertida en metáfora, Cobrador articula los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 con el pasado de un represor militar, con la esclavitud en una mina brasileña, con la violencia en las calles de cualquier urbe.

Si acaso Leduc acude a lo onírico (el hombre que sueña con otra vida menos miserable a la que vive) es para apuntalar los (des) engaños de la realidad: vivir la explotación en la mina ¿no es la misma condición -hurto del futuro- que padece la joven al descubrir que sus padres son los asesinos de sus verdaderos padres?