/ lunes 4 de julio de 2022

El cumpleaños del perro | “Las horas muertas”, cine hecho en Veracruz

En Año bisiesto/ 2010, de Michel Rowe, están echados los dados al parecer definitivos del nuevo rol de los protagónicos femeninos en el cine mexicano: la mujer productiva, dueña de su cuerpo, de sus emociones, sujeta sólo al vaivén del azar y las relaciones con hombres (¿deslumbrados?, ¿desplazados?) que se calcinan en las contradicciones de un machismo ramplón e inutilizado por los espacios que va ocupando la mujer en la sociedad.

Miranda/ Adriana Paz, en Las horas muertas/ México-España-Francia- 2013, de Aarón Fernández, es una mujer de treinta años, agente de bienes raíces que tiene de amante a Mario/ Eliseo Lara, casado y con hijos, a quien ve a escondidas so pretexto de que éste va a visitar a su madre.

La reunión es en el hotel Palma Real (en Costa Esmeralda, Veracruz), donde apenas hay nueve habitaciones, una lavandera ocasional y dos empleados. Uno de ellos es Sebastián/ Krystyan Ferrer (el sobrino del Benny/ Damián Alcázar en El infierno/ 2010), quien por petición del dueño, su tío, tiene que hacerse cargo del hotel de paso.

Las horas muertas, desde el título nos lanza a los ojos la metáfora del hastío y permea a sus dos personajes de un cielo nublado, acaso en la espera de que pase algo extraordinario salvo eso: esperar. Y eso es lo que hace Miranda con el timorato e impuntual Mario, mientras Sebastián, quien está a tres meses de cumplir 18 años, irá adentrándose en la mujer que le empieza a alborotar las hormonas.

Filmada con el tono reflexivo, intimista, que usa esta nueva generación de cineastas (Gerardo Naranjo, Ricardo Benet, Fernando Eimbcke, Nicolás Pereda, Claudia Sainte-Luce, Sebastián Hofmann), Las horas muertas pretende un lirismo a medio camino que no logra explayar. Tal vez lo menos fuerte de Aarón Fernández (Partes usadas/ 2007) sea los diálogos. Es en la perspectiva visual donde alcanza buena dosis de narración reposada, acotada con un reparto digamos sobrio, sin la espectacularidad de un nombre de taquilla.

La interacción de Sebastián con los nativos del lugar, la espera de la centrada Miranda por Mario, la rutina de estos dos “Robinson Crusoe” en el Palma Real son los ingredientes de las horas muertas que preparan el encuentro sexual entre el joven y la mujer mayor, asunto bastante predecible que cuando sucede no aporta gran cosa al eje narrativo/emocional…

En Año bisiesto/ 2010, de Michel Rowe, están echados los dados al parecer definitivos del nuevo rol de los protagónicos femeninos en el cine mexicano: la mujer productiva, dueña de su cuerpo, de sus emociones, sujeta sólo al vaivén del azar y las relaciones con hombres (¿deslumbrados?, ¿desplazados?) que se calcinan en las contradicciones de un machismo ramplón e inutilizado por los espacios que va ocupando la mujer en la sociedad.

Miranda/ Adriana Paz, en Las horas muertas/ México-España-Francia- 2013, de Aarón Fernández, es una mujer de treinta años, agente de bienes raíces que tiene de amante a Mario/ Eliseo Lara, casado y con hijos, a quien ve a escondidas so pretexto de que éste va a visitar a su madre.

La reunión es en el hotel Palma Real (en Costa Esmeralda, Veracruz), donde apenas hay nueve habitaciones, una lavandera ocasional y dos empleados. Uno de ellos es Sebastián/ Krystyan Ferrer (el sobrino del Benny/ Damián Alcázar en El infierno/ 2010), quien por petición del dueño, su tío, tiene que hacerse cargo del hotel de paso.

Las horas muertas, desde el título nos lanza a los ojos la metáfora del hastío y permea a sus dos personajes de un cielo nublado, acaso en la espera de que pase algo extraordinario salvo eso: esperar. Y eso es lo que hace Miranda con el timorato e impuntual Mario, mientras Sebastián, quien está a tres meses de cumplir 18 años, irá adentrándose en la mujer que le empieza a alborotar las hormonas.

Filmada con el tono reflexivo, intimista, que usa esta nueva generación de cineastas (Gerardo Naranjo, Ricardo Benet, Fernando Eimbcke, Nicolás Pereda, Claudia Sainte-Luce, Sebastián Hofmann), Las horas muertas pretende un lirismo a medio camino que no logra explayar. Tal vez lo menos fuerte de Aarón Fernández (Partes usadas/ 2007) sea los diálogos. Es en la perspectiva visual donde alcanza buena dosis de narración reposada, acotada con un reparto digamos sobrio, sin la espectacularidad de un nombre de taquilla.

La interacción de Sebastián con los nativos del lugar, la espera de la centrada Miranda por Mario, la rutina de estos dos “Robinson Crusoe” en el Palma Real son los ingredientes de las horas muertas que preparan el encuentro sexual entre el joven y la mujer mayor, asunto bastante predecible que cuando sucede no aporta gran cosa al eje narrativo/emocional…