/ viernes 20 de marzo de 2020

El cumpleaños del perro | Las magas del tiempo

Me llama la atención que, literalmente, cualquiera puede ser fotógrafo. Aún más: llamarse artista de la lente y, en un arrebato de egocentrismo precalculado, montar una exposición con el trabajo de “su reciente producción”. Ni más ni menos.

Las fotografías son, de alguna manera, las magas del tiempo porque logran suspender el instante en un hálito de eternidad. Mirar, contemplar, “saber ver", son las herramientas que descongelan ese tiempo encerrado en la fotografía y, mediante el acto de la asimilación óptica, es que la imagen captada por la cámara adquiere espaciocidad subjetiva, es decir, ocupa las anémonas de las sensaciones, de la emotividad.

En su obra Timeo, Platón plantea al demiurgo como el autor de las formas geométricas que dan sustancia a lo recibido para dilucidar un modelo que construya el mundo que propone la imagen (fotografía), llevándolo al espacio de la significación.

Así, entonces, una fotografía tiene su semiótica en razón a dicha recepción por el ojo, sí, pero con la hondura invariable de lo cognoscitivo, el conocimiento hilado a la imagen.

El tiempo es el material del cual estamos hechos. Es maleable y es de acero, es suave y áspero; tiene el olor moral de nuestros actos.

El tiempo no perdona pero es un aliado del albedrío. Te hace menos bruto y te facilita ciertas cosas en asuntos afectivos. Pero es implacable con la piel. El tiempo es sangre y memoria, detritus de uno mismo y savia de los anhelos.

T. S. Eliot lo acotó: “El tiempo presente y el tiempo pasado/ acaso estén presentes en el tiempo futuro/ y tal vez al futuro lo contenga el pasado./ Si todo tiempo es un presente eterno/ todo tiempo es irredimible./ Lo que pudo haber sido es una abstracción/ que sigue siendo perpetua posibilidad/ sólo en un mundo de especulaciones”.

El tiempo tiene los gestos de nuestros hijos, la angustia de la mirada por los años venideros. Cuando uno planea él, el tiempo, te mira y mueve su cabeza negativamente.

Nada que hagamos tiene importancia frente al tiempo. Tarde o temprano nos masacrará, nos irá acabando con sus martillos invisibles.

¿Qué hacer? ¿Quién nos salvará del tiempo? El amor, con su silencio y su estruendo. El amor es un camino humano también. Basta limpiar el corazón y darse al otro.

Amar es abarcar lo infinito en un abrazo. Quien ama no teme al tiempo porque el tiempo no está hecho de amor sino de olvido. Y amor siempre es recuerdo, memoria suspendida que, aunque muramos, nos dará eternidad…

Me llama la atención que, literalmente, cualquiera puede ser fotógrafo. Aún más: llamarse artista de la lente y, en un arrebato de egocentrismo precalculado, montar una exposición con el trabajo de “su reciente producción”. Ni más ni menos.

Las fotografías son, de alguna manera, las magas del tiempo porque logran suspender el instante en un hálito de eternidad. Mirar, contemplar, “saber ver", son las herramientas que descongelan ese tiempo encerrado en la fotografía y, mediante el acto de la asimilación óptica, es que la imagen captada por la cámara adquiere espaciocidad subjetiva, es decir, ocupa las anémonas de las sensaciones, de la emotividad.

En su obra Timeo, Platón plantea al demiurgo como el autor de las formas geométricas que dan sustancia a lo recibido para dilucidar un modelo que construya el mundo que propone la imagen (fotografía), llevándolo al espacio de la significación.

Así, entonces, una fotografía tiene su semiótica en razón a dicha recepción por el ojo, sí, pero con la hondura invariable de lo cognoscitivo, el conocimiento hilado a la imagen.

El tiempo es el material del cual estamos hechos. Es maleable y es de acero, es suave y áspero; tiene el olor moral de nuestros actos.

El tiempo no perdona pero es un aliado del albedrío. Te hace menos bruto y te facilita ciertas cosas en asuntos afectivos. Pero es implacable con la piel. El tiempo es sangre y memoria, detritus de uno mismo y savia de los anhelos.

T. S. Eliot lo acotó: “El tiempo presente y el tiempo pasado/ acaso estén presentes en el tiempo futuro/ y tal vez al futuro lo contenga el pasado./ Si todo tiempo es un presente eterno/ todo tiempo es irredimible./ Lo que pudo haber sido es una abstracción/ que sigue siendo perpetua posibilidad/ sólo en un mundo de especulaciones”.

El tiempo tiene los gestos de nuestros hijos, la angustia de la mirada por los años venideros. Cuando uno planea él, el tiempo, te mira y mueve su cabeza negativamente.

Nada que hagamos tiene importancia frente al tiempo. Tarde o temprano nos masacrará, nos irá acabando con sus martillos invisibles.

¿Qué hacer? ¿Quién nos salvará del tiempo? El amor, con su silencio y su estruendo. El amor es un camino humano también. Basta limpiar el corazón y darse al otro.

Amar es abarcar lo infinito en un abrazo. Quien ama no teme al tiempo porque el tiempo no está hecho de amor sino de olvido. Y amor siempre es recuerdo, memoria suspendida que, aunque muramos, nos dará eternidad…