/ domingo 19 de junio de 2022

El cumpleaños del perro | Las ventanas y el arte de la cocina

Las ventanas son los ojos de la casa. Sin ventanas, de hecho, la casa estaría ciega, sin luz ni voluntad de mundo.

A través de la ventana se nos presenta la vida, la naturaleza, el transeúnte, el tráfico irremediable de los autos.

Si nos asomamos por una ventana veremos que el mundo sigue vivo allá afuera. El mundo es según el estado de ánimo que tengamos.

Hay un cuento que mal recuerdo y que narra sobre dos pacientes en un cuarto de hospital y que sólo tenían como única manera de mirar hacia fuera una ventana. El paciente que estaba más cerca de ésta le contaba a su compañero más alejado que por la ventana se veía una calle llena de personas, de vendedores, de niños corriendo, de mujeres con sus hijos comprando globos, golosinas en la plaza.

Al día siguiente, el paciente de la ventana murió. El otro paciente, al ver la cama vacía con gran esfuerzo se levantó y llevó hasta la ventana y lo que percibió fue sólo una calle miserable que daba hacia un basurero.

La ventana, como el libro, nos pone frente a mundos reales e imaginarios. Me explico. Para mí, enfermo de cáncer, la vista del parque desde mi ventana es un paliativo, descanso para mi espíritu por los árboles (araucarias y fresnos) que se yerguen, soberbios, altos, altos como diría García Márquez en su magistral Cien Años de Soledad, que no podrían alcanzarlos “ni los más altos pájaros de la memoria”.

Para otro, ese mismo panorama es motivo de hastío, de rutina que hace pensar echarle un telefonazo al municipio para que poden dichos árboles que pueden provocar cortocircuito con los cables de energía eléctrica.

El mundo es según quien lo vea. Las ventanas significan libertad o prisión. Por las ventanas entra la luz solar y la humedad del espacio exterior.

Si una ventana permanece cerrada es como si al mundo (allá afuera) lo estuviera viendo un cíclope.

Por una ventana cabe todo: las estrellas, el amor, el mar, la montaña, la lluvia, el dolor, el movimiento, el susurro de Dios, la naturaleza en segmentos, la melancolía, la brisa, al adiós.

Las ventanas son los aleph palpables, construidos por los siglos por el hombre.

Pero por la ventana se ve la grandeza de la cocina la cual radica no sólo en ser sintomática del apetito humano sino de la creatividad y el nivel de arte que adquiere ante la necesidad de satisfacer una apremiante fisiológica.

Comer, degustar o compartir el pan ha sido una de las acciones centrales del hombre a través de la historia. La comida figura dentro de la cultura y usos y costumbres de la humanidad a lo largo de los siglos.

“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios”, sentencia un versículo de La Biblia. Por ello, no es asunto simple referirse al acto de comer. Hay mucho más a considerar.

Todo lo que hacemos tiene, indudablemente, un trasfondo sicológico y también cultural. Pelar un elote, cocinar un tamal o degustar un platillo sofisticado puede parecer algo normal o, en el mejor de los casos, algo que no nos exige mayor novedad. Pero lo cierto es que cocinar conlleva poseer memoria histórica como sociedad o civilización.

Si en los primeros bostezos de nuestra existencia (homo sapiens o tribu de las cavernas) no hubo mayor preocupación que la sobrevivencia (se dice que el promedio de vida en ese tiempo era de 18 años), es importante señalar que conforme el hombre ha progresado la forma en que ha satisfecho sus necesidades primarias se ha sometido a un tema de interés antropológico: la visión que ha tenido del mundo.

Y conforme el hombre a aprendido a “ver” el mundo, ha entendido que requiere de maneras de convivencia, de normas, leyes y códigos tanto materiales como morales. Así, por ejemplo, ha aprendido que comer carne humana no es apropiado.

Pero, ¿qué hace que un platillo sea digamos normal en un país y en otro no? Por ejemplo, en Corea del Norte se come la carne de perro y en nuestro país no. O, en regiones de la Canadá esquimal, la heces de foca es una comida considera no sólo apetitosa sino cara.

Es el concepto de cultura lo que permite que un platillo en un lugar sea lo normal y en otro no. Cuando la necesidad de comer se satisface con inteligencia, experimentación y mezclas de aromas e ingredientes estamos quizás ante el llamado arte culinario.

La cocina como arte es uno de los legados que el hombre de todas las épocas va dejando; porque así como mediante la literatura, la ciencia, la arquitectura o el cine el hombre va dando testimonio de sus miedos y búsqueda de su felicidad, es con la cocina que también el hombre va diciéndonos cómo es la sociedad de la época que le ha tocado vivir.

Si sabemos por relatos o crónicas que nos arroja la Historia sobre tal personaje (Napoleón, por ejemplo), es por el gusto gastronómico que tal vez sepamos más cosas. Napoleón prefería comer macarrones con queso parmesano que los sofisticados platillos franceses.

Es decir, si por “sus obras lo conoceréis”, también por su inclinación culinaria también se le conoce al hombre.

Siempre ha llamado la atención qué comen o han comido los grandes hombres y mujeres. No hay duda que si el aludido ha sido un genio o una celebridad, el interés crece y adquiere niveles de verdadera curiosidad intelectual…

Es el concepto de cultura lo que permite que un platillo en un lugar sea lo normal y en otro no. Cuando la necesidad de comer se satisface con inteligencia, experimentación y mezclas de aromas e ingredientes estamos quizás ante el llamado arte culinario.

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Las ventanas son los ojos de la casa. Sin ventanas, de hecho, la casa estaría ciega, sin luz ni voluntad de mundo.

A través de la ventana se nos presenta la vida, la naturaleza, el transeúnte, el tráfico irremediable de los autos.

Si nos asomamos por una ventana veremos que el mundo sigue vivo allá afuera. El mundo es según el estado de ánimo que tengamos.

Hay un cuento que mal recuerdo y que narra sobre dos pacientes en un cuarto de hospital y que sólo tenían como única manera de mirar hacia fuera una ventana. El paciente que estaba más cerca de ésta le contaba a su compañero más alejado que por la ventana se veía una calle llena de personas, de vendedores, de niños corriendo, de mujeres con sus hijos comprando globos, golosinas en la plaza.

Al día siguiente, el paciente de la ventana murió. El otro paciente, al ver la cama vacía con gran esfuerzo se levantó y llevó hasta la ventana y lo que percibió fue sólo una calle miserable que daba hacia un basurero.

La ventana, como el libro, nos pone frente a mundos reales e imaginarios. Me explico. Para mí, enfermo de cáncer, la vista del parque desde mi ventana es un paliativo, descanso para mi espíritu por los árboles (araucarias y fresnos) que se yerguen, soberbios, altos, altos como diría García Márquez en su magistral Cien Años de Soledad, que no podrían alcanzarlos “ni los más altos pájaros de la memoria”.

Para otro, ese mismo panorama es motivo de hastío, de rutina que hace pensar echarle un telefonazo al municipio para que poden dichos árboles que pueden provocar cortocircuito con los cables de energía eléctrica.

El mundo es según quien lo vea. Las ventanas significan libertad o prisión. Por las ventanas entra la luz solar y la humedad del espacio exterior.

Si una ventana permanece cerrada es como si al mundo (allá afuera) lo estuviera viendo un cíclope.

Por una ventana cabe todo: las estrellas, el amor, el mar, la montaña, la lluvia, el dolor, el movimiento, el susurro de Dios, la naturaleza en segmentos, la melancolía, la brisa, al adiós.

Las ventanas son los aleph palpables, construidos por los siglos por el hombre.

Pero por la ventana se ve la grandeza de la cocina la cual radica no sólo en ser sintomática del apetito humano sino de la creatividad y el nivel de arte que adquiere ante la necesidad de satisfacer una apremiante fisiológica.

Comer, degustar o compartir el pan ha sido una de las acciones centrales del hombre a través de la historia. La comida figura dentro de la cultura y usos y costumbres de la humanidad a lo largo de los siglos.

“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios”, sentencia un versículo de La Biblia. Por ello, no es asunto simple referirse al acto de comer. Hay mucho más a considerar.

Todo lo que hacemos tiene, indudablemente, un trasfondo sicológico y también cultural. Pelar un elote, cocinar un tamal o degustar un platillo sofisticado puede parecer algo normal o, en el mejor de los casos, algo que no nos exige mayor novedad. Pero lo cierto es que cocinar conlleva poseer memoria histórica como sociedad o civilización.

Si en los primeros bostezos de nuestra existencia (homo sapiens o tribu de las cavernas) no hubo mayor preocupación que la sobrevivencia (se dice que el promedio de vida en ese tiempo era de 18 años), es importante señalar que conforme el hombre ha progresado la forma en que ha satisfecho sus necesidades primarias se ha sometido a un tema de interés antropológico: la visión que ha tenido del mundo.

Y conforme el hombre a aprendido a “ver” el mundo, ha entendido que requiere de maneras de convivencia, de normas, leyes y códigos tanto materiales como morales. Así, por ejemplo, ha aprendido que comer carne humana no es apropiado.

Pero, ¿qué hace que un platillo sea digamos normal en un país y en otro no? Por ejemplo, en Corea del Norte se come la carne de perro y en nuestro país no. O, en regiones de la Canadá esquimal, la heces de foca es una comida considera no sólo apetitosa sino cara.

Es el concepto de cultura lo que permite que un platillo en un lugar sea lo normal y en otro no. Cuando la necesidad de comer se satisface con inteligencia, experimentación y mezclas de aromas e ingredientes estamos quizás ante el llamado arte culinario.

La cocina como arte es uno de los legados que el hombre de todas las épocas va dejando; porque así como mediante la literatura, la ciencia, la arquitectura o el cine el hombre va dando testimonio de sus miedos y búsqueda de su felicidad, es con la cocina que también el hombre va diciéndonos cómo es la sociedad de la época que le ha tocado vivir.

Si sabemos por relatos o crónicas que nos arroja la Historia sobre tal personaje (Napoleón, por ejemplo), es por el gusto gastronómico que tal vez sepamos más cosas. Napoleón prefería comer macarrones con queso parmesano que los sofisticados platillos franceses.

Es decir, si por “sus obras lo conoceréis”, también por su inclinación culinaria también se le conoce al hombre.

Siempre ha llamado la atención qué comen o han comido los grandes hombres y mujeres. No hay duda que si el aludido ha sido un genio o una celebridad, el interés crece y adquiere niveles de verdadera curiosidad intelectual…

Es el concepto de cultura lo que permite que un platillo en un lugar sea lo normal y en otro no. Cuando la necesidad de comer se satisface con inteligencia, experimentación y mezclas de aromas e ingredientes estamos quizás ante el llamado arte culinario.

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