/ domingo 21 de marzo de 2021

El cumpleaños del perro | Los goces de la memoria

La memoria es una amante infiel, cae en los brazos de la noche y te ofrece su repertorio de caricias. Y te recorre todo, te somete a su imperio sensual, abstracto. Hace que pronuncies palabras de dolor, de éxtasis. Te da esperanza.

No cambia la esperanza, sigue vigente ¿Para qué entristecerse por la juventud perdida? Todo anda bien. Los sueños te devuelven el líquido vital de las estrellas. Inscrita en el reojo del miedo no escondes evidencia, ni indagas la hora final. Afrontas tus actos, hieres el viento con la lengua, rompes uñas, ventanas.

El tiempo es propicio para el caos. Doblas la esquina. Inicias la tarea de todos los días, a partir de ayer. No he buscado recordar, Viene sola la memoria a instalarse como árbol de aire, hojas secas o ramas nutridas. Me quedo en la estación, el tren aún no llega. Cobarde la vista no distingue en el horizonte ciertos pañuelos que dan el adiós (la mesa ha sido retirada), no hay nadie en este andén. ¿A quién decirle de las piedras mohosas en el fondo? Los mejores vinos no nos corresponden, están destinados a otras copas. Llega sola la memoria como moneda de hielo: se derrite en mi mano.

Recuerdo algunas cosas, veo imágenes fatigadas, empolvadas, que pertenecieron a un reino impronunciable. Espero aún. Vivimos en la mente. En el arcoíris interior construimos los colores. Si vivimos en la mente vivimos en la imaginación. Hay un sueño que nos negamos a soñar.

La memoria es un árbol de aire, otoño exiliado en la nostalgia. Pájaros en la mirada, bruma frágil desdibujada en la nostalgia.

(Ah, tu cuerpo, memoria de carne, me posee, me corrompe –débil, ajeno- y hace que salgan los duendes ogros que habitan. Compañía de niebla, vuelo de manos: ah, tu cuerpo, flota y yo con él.)

Los años nos cambian el rostro, el modo de andar. Viejos, con la vida escupiendo, te horroriza no ser el mismo. Inventas historias sobre tu buena salud. Acudes al recuerdo para obtener fuerzas. En la soledad vuelves a ser aquel que la vida escupe.

(Contigo la distancia no existe es la zona más breve del planeta. Basta cerrar los ojos para llegar a ti. Bajo el cielo del miedo nos miramos y aprendemos el misterio de los días. No hay mano más tierna que la que te ama. Serena la uva cae húmeda, satura tus labios. No me embriago: el amor no es vino, es savia.)

La tarde llega, la noche festeja su imperio ¿Dónde estás? Déjame solo. Cae la piel de los años. Lo único cierto de las ciudades es su memoria. Lluvias o favonios: dualidad sin rostro, santos óleos del clima barren las calles del puerto. Trashumantes alas entre nubes viudas, vanos designios de la madera henchida. En las naves que esperan matrículas. La paz consiste en el agua que no existe en la parodia del vapor. Memoria paralela, espejo sin fragmentos. En las manos de los años la ciudad nos recuerda silenciosa, mira el bruto caer de los pétalos rotos. Resplandecientes ojos en los edificios. Esquinas hastiadas de pies veloces. En Tampico hay eructos antiguos, bosquejos de espirales siempre ascendiendo hasta la desmemoria.

Caen los días, nada los detiene, son los impunes. Se alargan, como el hilo de Ariadna, hasta la eternidad de los segundos. No me siento: me presiento entre la lluvia de días mortuorios cayendo en mi amada colonia Campbell.

Ábreme el pecho y no verás rosas sino palomas heridas por tantas noches de verano solas. Llegaste a mi vida y trajiste luz y aromas a brisa marina y tardes húmedas.

Contigo entendí que uno muere si no tiene por quién vivir. Llegaste y mi voz volvió a poseer palabras vívidas. Porque, has de saberlo, amor, quiero vivir, vivir, extender mi imperio de miedos por la zona de tus pechos y los barrancos suaves de tu ombligo de donde salen mariposas y ayes que me incendian en noches donde, no sé cómo decirlo, resucito para tus labios y tus ojos de pozos claros. Años fantasmas antes de ti viví, tiempo de espuma en la boca y légamo en el intelecto.

Contigo soy, existo y me amplío en todo lo que hago. Me has dado la savia de tus años y el estrago de tu pasión juvenil. Roca y pétalo, ácido y miel, nada nos detendrá excepto el tiempo.

Contigo recojo caracolas y respiro libertad frente a la playa Miramar. A tu lado me crecen alas y quisiera volar para contarle al mundo que en Tampico si un amor se me fue, otro, el tuyo, el definitivo, ha venido a poblar mi alma.

Soy el pobre hombre que no sabe más que amarte y darte las gracias por existir. Al decir mi nombre inauguras un hombre que te ama a cadena perpetua. Al besarte estallo en mil pedazos y me vuelvo a armar bajo la ternura de esos tus brazos suaves.

“Los goces de la memoria”, escribió alguna vez Jorge Luis Borges. Y dichos goces contigo son, de ahora en adelante, mi bien, desde la torpeza con que preparas el spaghetti hasta la indecisión de sintonizar un canal en la tele con el control remoto.

Amar es convocar a la memoria y al olvido a la vez. Yo tengo para ti, lo sabes, los espacios de mis años mejores para pasarlos contigo. No quiero que te pase nada malo nunca, eso me mataría porque te amo y de ti me nutro.

No me haces falta, pero te necesito, no quiero verte todos los días solo los que requiero para seguir existiendo.

Tampico a tu lado es un paraíso y sin ti me es insoportable. (En la calle Altamira, frente a El Sol de Tampico, una vez te dije que cuando te beso siento que desaparezco del mundo).

¿Qué hacer si te amo tanto? Cierro los ojos y al respirar el aire del Paseo Bella Vista te siento etérea, consumida por el horizonte del río Tamesí y el ruido del astillero.

No sé, quisiera decirles a todos que me salen del pecho azúcar y mariposas, que tus manos, al acariciarme, me han reconstituido y que me siento mejor persona. He tenido en los labios tanto silencio que, ahora contigo, no puedo más que decir: gracias por llegar a mi vida y traer luz y aromas a brisa marina y tardes húmedas…

La memoria es una amante infiel, cae en los brazos de la noche y te ofrece su repertorio de caricias. Y te recorre todo, te somete a su imperio sensual, abstracto. Hace que pronuncies palabras de dolor, de éxtasis. Te da esperanza.

No cambia la esperanza, sigue vigente ¿Para qué entristecerse por la juventud perdida? Todo anda bien. Los sueños te devuelven el líquido vital de las estrellas. Inscrita en el reojo del miedo no escondes evidencia, ni indagas la hora final. Afrontas tus actos, hieres el viento con la lengua, rompes uñas, ventanas.

El tiempo es propicio para el caos. Doblas la esquina. Inicias la tarea de todos los días, a partir de ayer. No he buscado recordar, Viene sola la memoria a instalarse como árbol de aire, hojas secas o ramas nutridas. Me quedo en la estación, el tren aún no llega. Cobarde la vista no distingue en el horizonte ciertos pañuelos que dan el adiós (la mesa ha sido retirada), no hay nadie en este andén. ¿A quién decirle de las piedras mohosas en el fondo? Los mejores vinos no nos corresponden, están destinados a otras copas. Llega sola la memoria como moneda de hielo: se derrite en mi mano.

Recuerdo algunas cosas, veo imágenes fatigadas, empolvadas, que pertenecieron a un reino impronunciable. Espero aún. Vivimos en la mente. En el arcoíris interior construimos los colores. Si vivimos en la mente vivimos en la imaginación. Hay un sueño que nos negamos a soñar.

La memoria es un árbol de aire, otoño exiliado en la nostalgia. Pájaros en la mirada, bruma frágil desdibujada en la nostalgia.

(Ah, tu cuerpo, memoria de carne, me posee, me corrompe –débil, ajeno- y hace que salgan los duendes ogros que habitan. Compañía de niebla, vuelo de manos: ah, tu cuerpo, flota y yo con él.)

Los años nos cambian el rostro, el modo de andar. Viejos, con la vida escupiendo, te horroriza no ser el mismo. Inventas historias sobre tu buena salud. Acudes al recuerdo para obtener fuerzas. En la soledad vuelves a ser aquel que la vida escupe.

(Contigo la distancia no existe es la zona más breve del planeta. Basta cerrar los ojos para llegar a ti. Bajo el cielo del miedo nos miramos y aprendemos el misterio de los días. No hay mano más tierna que la que te ama. Serena la uva cae húmeda, satura tus labios. No me embriago: el amor no es vino, es savia.)

La tarde llega, la noche festeja su imperio ¿Dónde estás? Déjame solo. Cae la piel de los años. Lo único cierto de las ciudades es su memoria. Lluvias o favonios: dualidad sin rostro, santos óleos del clima barren las calles del puerto. Trashumantes alas entre nubes viudas, vanos designios de la madera henchida. En las naves que esperan matrículas. La paz consiste en el agua que no existe en la parodia del vapor. Memoria paralela, espejo sin fragmentos. En las manos de los años la ciudad nos recuerda silenciosa, mira el bruto caer de los pétalos rotos. Resplandecientes ojos en los edificios. Esquinas hastiadas de pies veloces. En Tampico hay eructos antiguos, bosquejos de espirales siempre ascendiendo hasta la desmemoria.

Caen los días, nada los detiene, son los impunes. Se alargan, como el hilo de Ariadna, hasta la eternidad de los segundos. No me siento: me presiento entre la lluvia de días mortuorios cayendo en mi amada colonia Campbell.

Ábreme el pecho y no verás rosas sino palomas heridas por tantas noches de verano solas. Llegaste a mi vida y trajiste luz y aromas a brisa marina y tardes húmedas.

Contigo entendí que uno muere si no tiene por quién vivir. Llegaste y mi voz volvió a poseer palabras vívidas. Porque, has de saberlo, amor, quiero vivir, vivir, extender mi imperio de miedos por la zona de tus pechos y los barrancos suaves de tu ombligo de donde salen mariposas y ayes que me incendian en noches donde, no sé cómo decirlo, resucito para tus labios y tus ojos de pozos claros. Años fantasmas antes de ti viví, tiempo de espuma en la boca y légamo en el intelecto.

Contigo soy, existo y me amplío en todo lo que hago. Me has dado la savia de tus años y el estrago de tu pasión juvenil. Roca y pétalo, ácido y miel, nada nos detendrá excepto el tiempo.

Contigo recojo caracolas y respiro libertad frente a la playa Miramar. A tu lado me crecen alas y quisiera volar para contarle al mundo que en Tampico si un amor se me fue, otro, el tuyo, el definitivo, ha venido a poblar mi alma.

Soy el pobre hombre que no sabe más que amarte y darte las gracias por existir. Al decir mi nombre inauguras un hombre que te ama a cadena perpetua. Al besarte estallo en mil pedazos y me vuelvo a armar bajo la ternura de esos tus brazos suaves.

“Los goces de la memoria”, escribió alguna vez Jorge Luis Borges. Y dichos goces contigo son, de ahora en adelante, mi bien, desde la torpeza con que preparas el spaghetti hasta la indecisión de sintonizar un canal en la tele con el control remoto.

Amar es convocar a la memoria y al olvido a la vez. Yo tengo para ti, lo sabes, los espacios de mis años mejores para pasarlos contigo. No quiero que te pase nada malo nunca, eso me mataría porque te amo y de ti me nutro.

No me haces falta, pero te necesito, no quiero verte todos los días solo los que requiero para seguir existiendo.

Tampico a tu lado es un paraíso y sin ti me es insoportable. (En la calle Altamira, frente a El Sol de Tampico, una vez te dije que cuando te beso siento que desaparezco del mundo).

¿Qué hacer si te amo tanto? Cierro los ojos y al respirar el aire del Paseo Bella Vista te siento etérea, consumida por el horizonte del río Tamesí y el ruido del astillero.

No sé, quisiera decirles a todos que me salen del pecho azúcar y mariposas, que tus manos, al acariciarme, me han reconstituido y que me siento mejor persona. He tenido en los labios tanto silencio que, ahora contigo, no puedo más que decir: gracias por llegar a mi vida y traer luz y aromas a brisa marina y tardes húmedas…