/ domingo 28 de julio de 2024

El cumpleaños del perro / Mario Almada

Recuerdo que en los años ochenta, los cines Variedades y Plaza, que eran lo que pasaban mayormente cine mexicano, nutrían sus carteleras con filmes de los hermanos Almada: Mario y Fernando. Las filas para entrar eran largas y, ya adentro de las salas, se prodigaban los gritos y los aplausos (cosa ahora ausente por completo) por las secuencias de acción donde Mario, pistola en mano, hacía que los villanos pagaran por sus maldades.

Siendo apenas un niño, me tocó asistir en 1982 a ver Cazador de asesinos, en el Plaza y lo que viene a mi mente (imberbe aún como cinéfilo) es al barullo de los espectadores cuando Mario Almada era perseguido en un Dart 74 (destartalado, cual debe ser para fines de producción) por toda la policía de Monterrey con la Macro plaza de telón de fondo. El griterío era estruendoso como si se tratara una acción en vivo, pese a que la película era un refrito de El vengador anónimo/ 1974, con Charles Bronson.

¿En qué lugar del tiempo, en qué espacio de la memoria del puerto quedaron esas funciones en los cines del centro ahora que los mall se han apoderado de la exhibición del llamado séptimo arte? ¿Para que qué sirven los cronistas respecto a esto puesto que ir al cine es, por donde se le quiera mirar, un acto social que define las formas en que la gente se divierte, se congrega a hacer cultura?

Mario Almada, quien murió a los 94 años en 2016, en realidad frisó los setenta años como actor, si se considera su aparición en el cine allá por 1935 cuando esa rara avis del celuloide, el español Juan Orol realizó en México su lacrimógeno melodrama Madre querida, donde salen como extras, entre los niños de una escuela primaria, Mario así como el futuro presidente José López Portillo.

Probablemente la figura más popular del cine mexicano de las últimas cuatro décadas del siglo pasado fue Mario Almada. Poseedor de un récord difícil de igualar -el actor con más películas hechas: alrededor de 500-, Mario Almada estuvo bajo las órdenes de directores de prestigio (Arturo Ripsten, Felipe Cazals, Alberto Mariscal) y de todos ellos salió bien librado.

Nacido en Huatabampo, Sonora, en 1922, Mario Almada se inició tardíamente en el cine mexicano. En 1969, a los 47 años de su edad, debutó formalmente en el western de Alberto Mariscal Todo por nada. Por esta actuación le fue entregada la Diosa de Plata por Mejor Revelación del Año (para la anécdota se dice que María Félix, la Doña, lo reconoció públicamente como su primo ya que el padre de Mario Almada, Ricardo Almada Güereña, fue primo hermano de Josefina Güereña Rosas, madre de la Félix

En 1970 hizo El tunco Maclovio –también de Alberto Mariscal- y le fue entregada otra vez la Diosa de Plata por Mejor Co-actuación Masculina. Este filme ha sido poco atendido por el público tratándose de un western contundente en el sentido pleno del género: quebranto de la ley, la venganza como catapulta moral y personajes con rostros maltratados no tanto por la edad sino por el entorno salvaje del oeste (de acuerdo, el norte de México, pero con hálito al oeste gringo).

En términos del cine como industria, puede decirse que Mario Almada fue un actor bastante redituable. Su rostro duro, su voz sino firme y gutural sí definitoria, le han dado a Mario Almada una presencia impar en la historia de la cinematografía de este país. Sin embargo, su entrada al cine no fue la clásica. Él mismo lo contó en una entrevista (sic): “Pues más bien fue el destino, porque nunca pensé e ser actor. Fui agricultor durante treinta años allá en Huatabampo, Sonora, mi tierra natal. Me fui a la Ciudad de México a trabajar con mi padre a un night club, el mejor que había ahí, llamado Cabaret Señorial. En él se presentaron Nat King Cole, Sammy Davis Jr., los mejores del mundo. En esos momentos mi hermano Fernando ya estaba dentro del cine y fracasó el centro nocturno por culpa del regente que estaba ahí, Ernesto P. Uruchurtu, que era muy duro; nos hacía cerrar a la una de la mañana, ¿te imaginas? De las once de la noche que se abría, a la una de la mañana ¿qué se podía hacer? Tronó el negocio. Yo me iba a regresar, pero mi hermano me dijo que no me fuera y me esperara un poco más. Me propuso que trabajara con él como productor en una película, Nido de águilas (México, 1965; Vicente Oroná), y así le hice. La terminamos e hicimos la segunda, Los jinetes de la bruja (México, 1966; Vicente Oroná), en la que de nuevo yo iba de productor. Sin embargo, un día Bruno Rey se accidentó, se cercenó un brazo y como no había dinero para esperar a que se recuperara, mi hermano y el director Vicente Oroná me pidieron que hiciera el personaje, aunque yo no quería porque era mucha responsabilidad. Entré y lo hice; mi primer diálogo fue ‘Muñecos del demonio’ y los agarraba a balazos. Y así empezó mi carrera. De hecho, el editor de la película, que era Carlos Savage, me dijo que pasaba bien mi voz y que tenía facha. Después vinieron El tesoro de Atahualpa (México-Perú, 1968; Vicente Oroná) y Todo por nada (México, 1969; Alberto Mariscal), que no quisieron hacer Bruno Rey ni Eric del Castillo, entonces el director me pidió que entrara al quite y, gracias a esta actuación, me gané la Diosa de Plata como Revelación de ese año”.

Actor de filmes tremendistas cuasi porno soft, como La india/ 1976 y La viuda negra/ 1977 –de los cuales ha siempre renegado-, Mario Almada empero se ha situado como el matón, el busca criminales para hacerse justicia por propia mano. Es inaudito que La viuda negra estuvo censurada hasta su estreno en 1983.

Sus archi taquilleras ochenteras Pistoleros famosos y Cazador de asesinos, catapultaron al histrión hacia las nubes del cine de acción chafón. Acompañado en muchos filmes por su hermano Fernando, con quien realizó, incluso, giras como cantante por los Estados Unidos, Mario Almada fue el prototipo de un cine pobre en el rigor artístico pero efectivo en el afán del entretenimiento para el público chicano…

Recuerdo que en los años ochenta, los cines Variedades y Plaza, que eran lo que pasaban mayormente cine mexicano, nutrían sus carteleras con filmes de los hermanos Almada: Mario y Fernando. Las filas para entrar eran largas y, ya adentro de las salas, se prodigaban los gritos y los aplausos (cosa ahora ausente por completo) por las secuencias de acción donde Mario, pistola en mano, hacía que los villanos pagaran por sus maldades.

Siendo apenas un niño, me tocó asistir en 1982 a ver Cazador de asesinos, en el Plaza y lo que viene a mi mente (imberbe aún como cinéfilo) es al barullo de los espectadores cuando Mario Almada era perseguido en un Dart 74 (destartalado, cual debe ser para fines de producción) por toda la policía de Monterrey con la Macro plaza de telón de fondo. El griterío era estruendoso como si se tratara una acción en vivo, pese a que la película era un refrito de El vengador anónimo/ 1974, con Charles Bronson.

¿En qué lugar del tiempo, en qué espacio de la memoria del puerto quedaron esas funciones en los cines del centro ahora que los mall se han apoderado de la exhibición del llamado séptimo arte? ¿Para que qué sirven los cronistas respecto a esto puesto que ir al cine es, por donde se le quiera mirar, un acto social que define las formas en que la gente se divierte, se congrega a hacer cultura?

Mario Almada, quien murió a los 94 años en 2016, en realidad frisó los setenta años como actor, si se considera su aparición en el cine allá por 1935 cuando esa rara avis del celuloide, el español Juan Orol realizó en México su lacrimógeno melodrama Madre querida, donde salen como extras, entre los niños de una escuela primaria, Mario así como el futuro presidente José López Portillo.

Probablemente la figura más popular del cine mexicano de las últimas cuatro décadas del siglo pasado fue Mario Almada. Poseedor de un récord difícil de igualar -el actor con más películas hechas: alrededor de 500-, Mario Almada estuvo bajo las órdenes de directores de prestigio (Arturo Ripsten, Felipe Cazals, Alberto Mariscal) y de todos ellos salió bien librado.

Nacido en Huatabampo, Sonora, en 1922, Mario Almada se inició tardíamente en el cine mexicano. En 1969, a los 47 años de su edad, debutó formalmente en el western de Alberto Mariscal Todo por nada. Por esta actuación le fue entregada la Diosa de Plata por Mejor Revelación del Año (para la anécdota se dice que María Félix, la Doña, lo reconoció públicamente como su primo ya que el padre de Mario Almada, Ricardo Almada Güereña, fue primo hermano de Josefina Güereña Rosas, madre de la Félix

En 1970 hizo El tunco Maclovio –también de Alberto Mariscal- y le fue entregada otra vez la Diosa de Plata por Mejor Co-actuación Masculina. Este filme ha sido poco atendido por el público tratándose de un western contundente en el sentido pleno del género: quebranto de la ley, la venganza como catapulta moral y personajes con rostros maltratados no tanto por la edad sino por el entorno salvaje del oeste (de acuerdo, el norte de México, pero con hálito al oeste gringo).

En términos del cine como industria, puede decirse que Mario Almada fue un actor bastante redituable. Su rostro duro, su voz sino firme y gutural sí definitoria, le han dado a Mario Almada una presencia impar en la historia de la cinematografía de este país. Sin embargo, su entrada al cine no fue la clásica. Él mismo lo contó en una entrevista (sic): “Pues más bien fue el destino, porque nunca pensé e ser actor. Fui agricultor durante treinta años allá en Huatabampo, Sonora, mi tierra natal. Me fui a la Ciudad de México a trabajar con mi padre a un night club, el mejor que había ahí, llamado Cabaret Señorial. En él se presentaron Nat King Cole, Sammy Davis Jr., los mejores del mundo. En esos momentos mi hermano Fernando ya estaba dentro del cine y fracasó el centro nocturno por culpa del regente que estaba ahí, Ernesto P. Uruchurtu, que era muy duro; nos hacía cerrar a la una de la mañana, ¿te imaginas? De las once de la noche que se abría, a la una de la mañana ¿qué se podía hacer? Tronó el negocio. Yo me iba a regresar, pero mi hermano me dijo que no me fuera y me esperara un poco más. Me propuso que trabajara con él como productor en una película, Nido de águilas (México, 1965; Vicente Oroná), y así le hice. La terminamos e hicimos la segunda, Los jinetes de la bruja (México, 1966; Vicente Oroná), en la que de nuevo yo iba de productor. Sin embargo, un día Bruno Rey se accidentó, se cercenó un brazo y como no había dinero para esperar a que se recuperara, mi hermano y el director Vicente Oroná me pidieron que hiciera el personaje, aunque yo no quería porque era mucha responsabilidad. Entré y lo hice; mi primer diálogo fue ‘Muñecos del demonio’ y los agarraba a balazos. Y así empezó mi carrera. De hecho, el editor de la película, que era Carlos Savage, me dijo que pasaba bien mi voz y que tenía facha. Después vinieron El tesoro de Atahualpa (México-Perú, 1968; Vicente Oroná) y Todo por nada (México, 1969; Alberto Mariscal), que no quisieron hacer Bruno Rey ni Eric del Castillo, entonces el director me pidió que entrara al quite y, gracias a esta actuación, me gané la Diosa de Plata como Revelación de ese año”.

Actor de filmes tremendistas cuasi porno soft, como La india/ 1976 y La viuda negra/ 1977 –de los cuales ha siempre renegado-, Mario Almada empero se ha situado como el matón, el busca criminales para hacerse justicia por propia mano. Es inaudito que La viuda negra estuvo censurada hasta su estreno en 1983.

Sus archi taquilleras ochenteras Pistoleros famosos y Cazador de asesinos, catapultaron al histrión hacia las nubes del cine de acción chafón. Acompañado en muchos filmes por su hermano Fernando, con quien realizó, incluso, giras como cantante por los Estados Unidos, Mario Almada fue el prototipo de un cine pobre en el rigor artístico pero efectivo en el afán del entretenimiento para el público chicano…