(…decido hacer mi testamento. Es este: les dejo el tiempo, todo el tiempo…) Eliseo Alberto.
Para Platón, y aun para las religiones helenísticas, el tiempo fue imbuido de dos conceptos: el tiempo infinito (“eón”), y el de Kronos, el tiempo de larga dominación.
Ahora, para el filósofo español Xavier Zubiri (1898- 1983), el tiempo se presenta como “algo que va «pasando»: un presente que se va haciendo pasado y va yendo a un futuro. Es el tiempo como «línea temporal». Esta línea tiene tres tipos de caracteres. Unos se refieren a la «conexión» de los puntos del tiempo entre sí; otros, a la «dirección» que tiene la línea del tiempo, y otros, finalmente, conciernen a su «medida». En cuanto puntos, de los primeros se ocupa la topología,’ de los segundos, la geometría afín, y de los terceros, la geometría métrica. El tiempo es una línea temporal de momentos cuya «conexión» tiene cuatro caracteres.’ continuidad, apertura, aperiodicidad y ordenación. Pero el tiempo no tiene tan sólo partes en conexión; tiene también una dirección, con dos notas características: es fija y es irreversible. Y además de conexión y de dirección, el tiempo tiene distancia temporal o intervalo, y, por tanto, propiedades métricas: es lo que en términos generales puede llamarse «crono-metría». Ahora bien, más allá de todos estos caracteres, la línea temporal posee una radical unidad. No quiere decir esto que la línea temporal sea una realidad actual sustantiva, pero tampoco que el tiempo no tenga realidad ninguna, es decir, que sea intuición pura o concepto. La unidad real de la línea temporal es la «transcurrencia». Mientras que los puntos en el conjunto espacial no hacen sino estar unos junto a los otros, «están», los puntos del con junto temporal no están, sino que «pasan», esto es la «transcurrencia». El tiempo es conjunto transcurrencial”.
Pero también el tiempo es sangre, piel y memoria. La brizna rota delata una huida, una estampida hacia ninguna parte. No son estos años los que he querido vivir. Me he conformado con ver tormentas que no provoqué. Hasta el suelo que piso no es mío, En las manos se me durmieron los más negros jacintos. Los sueños se petrificaron cuando quise arrancarles un pétalo de cristal. La espada del valiente no fue fabricada para mí. Quizá me equivoqué de mundo o de cuerpo.
El tiempo nos odia, no golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado. Al abrir los ojos constato lo temporal, a ojos cerrados son inmortal. La noche sangra. Alzo la vista, lágrimas de luz caen, forman arroyos y van hacia algún sueño. Gritar en la multitud o en la página en blanco da lo mismo: el dolor persiste. Cesare Pavese apunta en su diario, El oficio de vivir, esto sobre el dolor: “El dolor no es en modo alguno un privilegio, un signo de nobleza, un recuerdo de Dios.
El dolor es algo bestial y feroz, trivial y gratuito, natural como el aire. Es impalpable., escapa a todo aferramiento y a toda lucha; vive en el tiempo, es lo mismo que el tiempo; si tiene sobresaltos y lanza gritos, sólo es para dejar más indefenso a quien sufre en los instantes sucesivos, en los largos instantes en que volvemos a saborear el desgarramiento pasado y esperamos el siguiente. Estos sobresaltos y estremecimientos no son el dolor propiamente dicho, son instantes de vitalidad inventados por los nervios para hacernos sentir la duración del dolor verdadero, la duración tediosa, exasperante, infinita del tiempo-dolor.”
“Quien sufre se mantiene siempre en estado de espera: espera del estremecimiento y espera del nuevo estremecimiento. Llega el momento en que se prefiere la crisis del alarido a su espera. Llega el momento en que gritamos sin necesidad con tal de romper la corriente del tiempo, con tal de sentir que ocurre algo, que la duración eterna del dolor atroz se ha interrumpido un instante, aunque más no sea para intensificarse.”
Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria, Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma. Las cosas se dicen como son, con los tonos y significados primigenios. No hay que lavar en aguas prístinas a la idea. La idea, de origen viene sucia, impregnada de ansia, de deseos de existencia, de perpetuación. ¿Qué habrá más allá de los abedules que cubren esta ventana? Las fugas son de los ansiosos, yo no tengo mapas ni doncellas que rescatar. Nunca tendré voluntad de mirmidón. El mar me lo tragué hace muchos años. Marinero, como mi padre, no aprendo que cada quien tiene su ración de olas.
Si salir significa ¿qué hago con tantas sombras, séquito en mi reino de ausencias? Años fantasmas, ruina moral: vida que se oculta en el himen de la noche más remota. Miro mis manos, en la eternidad un adiós continuo. La luz es líquida. Mi voz es agua. La edad, lo sé, es una lluvia persistente que me persigue a todos lados…