Con estos versos, Alejandro Zapata Hernández, autor del libro “Paseo a la veracruzana” (Editora del Gobierno de Veracruz, 2022) se presenta: "En mi casa que es la suya/ ya saben que los espero, / se ubica en Ciudad Madero/ y muy cerca el mar arrulla, / y antes que las horas huyan/ que confiese no es en vano, / que también me siento ufano/ de ser de origen huasteco, / yo que soy tamaulipeco / y además veracruzano”.
“Para hablar del mar hay que sentir el mar”, decía Jorge Luis Borges. Igualmente, “para hablar de la Huasteca hay que haber nacido allá, saborear la carne seca con traguitos de mezcal”, dice su huapango más famoso.
Y para hablar de donde se es, de donde se viene, hay que habitar espacios únicos, indispensables, ¿cuáles?, los que nos permite el amor por el terruño que nos vio nacer o crecer.
Ovidio, el poeta romano del siglo I d. C., en sus Pónticas escribió: “Qué tiene la tierra nuestra que nos vio nacer, que siempre nos llama a regresar”.
Siempre, adonde vayamos, en donde echemos nuevas anclas, tendremos resonando en nuestros oídos la palabra regreso.
Hay muchas maneras de volver: con el recuerdo, el canto, la evocación, la nostalgia.
Se vuelve porque hay deudas morales pendientes, intersticios por dónde mirar ese pasado que no ha pasado del todo. Volvemos porque necesitamos sentirnos vivos de nuevo.
Y Alejandro Zapata, con este libro, vuelve a su Huasteca para recordarnos que somos seres hechos de palabras que requieren ser plasmadas en hojas para decirnos que nunca estamos solos si convocamos a los habitantes de la memoria para poblar los espacios de la historia que somos y que, sin duda, no dejaremos de ser.
La Huasteca no es un territorio, ni una canción; tampoco es un recuerdo solamente.
La Huasteca es un sentimiento, una manera de ser, de ver el mundo, incluso de soñar.
Ser huasteco es entender que el alma tiene peso porque lleva a cuestas su arte, su gastronomía, sus montañas, sus playas, sus colores, sus olores.
Ser huasteco es vivir la Huasteca, compartirla con los demás. Y eso es lo que, justamente, hace Alejandro Zapata Hernández en “Paseo a la veracruzana”: compartir su amor por la Huasteca para dejar en claro una cosa: que amar es compartir.
A través de 11 secciones y 203 décimas espinelas en octosílabos, acompañados de 7 fotografías alusivas, Alejandro Zapata va desde el jolgorio y la alegría que en su naturaleza guarda la décima, hasta la descripción meticulosa de la alta y baja Huasteca con versos que encierran conocimiento de los lugares (Mesa de Cacahuatengo, Chiconamel, Santiago Ilamatlán, Zontecomatlán, Chinampa de Gorostiza, Citlaltépetl), los cuales describe: Descubre/ revela/ muestra/ relata, como lo hace con Tancoco: Cito: “Aquí otro poblado evoco/ al que le fuera otorgado/ a pulso de heroico el grado/ y me refiero a Tancoco: / cuando mis pies ahí coloco, / como hace poco que anduve, / me siento como en las nubes/ lo cual muy fácil se explica, / pues es lo que significa/ según el dato que obtuve”.
O también, como lo hace con Ozuluama. Cito: “De Ozuluama, ¿qué te cuento? / Quien va, sin hacer promesa / de que regresa, ¡regresa!, / con pleno convencimiento. / Como principal sustento/ que tiene su economía/ está la ganadería: / la leche y sus derivados/ son de lo más codiciados, / desde que amanece el día”.
¿Qué es en sí el libro “Paseo a la veracruzana”? ¿Un recorrido literario por la historia de la Huasteca veracruzana o una crónica versificada de algunos de sus rincones más alejados de la montañosa capital Xalapa?
Me parece que estamos ante un moderno Ulises –su autor, Alejandro Zapata– en busca no de un regreso sino, más bien, de un viaje personal y un ajuste de cuentas con su propia historia personal. Todo escritor o creador artístico posee un legado: el de sus padres, sus abuelos, sus mayores y, sobre todo, posee todo aquello que lo persigue durante su vida.
Fernando Pessoa decía en unos versos maravillosos: “Somos extranjeros doquiera que vayamos, somos extranjeros donde quiera que vivamos”. Contrario al gran lusitano, Alejandro Zapata hace sentir nativo al lector de sus poderosas décimas por un estado, el de Veracruz, que tiene atardeceres huastecos, curado de moras, agua de jobito, zacahuil, el xojol que es un tamal dulce, el mango petacón, amén de los bocolitos, las enchiladas, las encremadas, las migadas.
Además, cual si fuese su Ítaca veracruzana, Alejandro Zapata, da un repaso por la fundación de la Huasteca. Cito: “Los huastecos por su parte, / se deduce, no fue visto, / que en mil cien antes de Cristo/ lograron aquí asentarse. / Tras de mucho investigarse/ ante las dudas que crecen/ los vestigios aparecen/ y en la historia se detalla/ que a la gran familia maya / al parecer pertenecen”. / “Desde luego esto sería/ la que en las costas del Golfo/ allá en los tiempos remotos/ sus dominios extendía,/ de allí se derivaría/ -según alguien asegura- / lo que provocó ruptura, / que se diversificaran,/ motivando que integraran/ así su propia cultura”.
La Huasteca veracruzana es un universo por sí sola. Es tan pródiga que una vida no alcanzaría para abarcarla. Qué decir, qué escribir sobre ella que no interese al lector común y, máxime, de la pluma de un decimista sensible, atento como Alejandro Zapata, que lo mismo nos habla de una fiesta, la de Santiago Apóstol, que de la papatla la hoja para envolver tamales o del carnaval dedicado a San Juan Bautista o de los cerros de Huayacocotla: el Zapote, el Pilón y el Encinal o de “la cuenca del Vinazco que permite el canotaje”. O también de la “viejada” de Tempoal.
“Paseo a la veracruzana” nos descubre además, el coyol, los pemoles, el agua de caña, el bolillo con miel, la barbacoa de Tantima, el pozole rojo de Cerro Azul, el pollo enxonacatado de Ixhuatlán de Madero, la barbacoa de borrego de Álamo, el Cerro de la Estrella en Citlaltépetl, la famosa fiesta del huapango en Amatlán, el templo de San Pascual Bailón.
Pero sobre todo, nos descubre a un hombre que se siente orgulloso de su origen, de su patria chica, de su canto decimero. Porque “Paseo a la veracruzana” es un testimonio de amor por la Huasteca, por la décima que hubiera hecho las delicias del gran Guillermo Cházaro Lagos. Es un homenaje no al pasado sino, al contrario, al presente de Veracruz para recordarnos de dónde venimos, quiénes somos y porqué debemos conocernos para reconocernos como una tierra multicultural…