/ miércoles 10 de agosto de 2022

El cumpleaños del perro | Películas de aniversario

Es inobjetable que a una época la definen, a la par que los hechos históricos en sí, asuntos subyacentes como la música, el cine o los libros.

Así, los setenta son de la música disco, con sus émulos Donna Summer, Los Bee Gees, o filmes como Tiburón, la guerra de las galaxias (ahora afincada por las nuevas audiencias como Star Wars) o cualquier otra que esté en nuestra vitrina personal de los recuerdos.

“El vulgo tiene mal gusto”, nos espetó el gran Octavio Paz en alguna ocasión. No entraré en detalles al respecto, pero es importante cualificar que cada segmento de nuestra vida está sellada por lo que somos y hacemos.

En cuanto al cine, años van y vienen y no sé, tengo la impresión que cada director (o productor si se quiere) deposita en sus filmes muchas esperanzas de que su obra de marras sea la que lo trascienda o le dé una estatura de creador excepcional. Y, ¡oh, sorpresas te da la vida!, topan con pared cuando se enteran que sus cintas sólo fueron endebles figuras de arena ante el paso del tiempo, de crítica y de público.

Pero, ¿qué debe tener una película para que “quede”, para que se inserte en la memoria colectiva de los espectadores? Pues, tal vez como dice una de las tantas letras de la Bamba: “una escalera grande y otra cosita”.

¿Y qué es esa cosita? Vaya misterio. Puede ser el impacto social, una escena, la fama del actor o actriz, el contexto sociopolítico, etc. Por ejemplo, el mismísimo director Ismael Rodríguez jamás imaginó, seguramente, que la frase que dice el Tuerto en Nosotros los pobres/ 1947, “Pepe el Toro es inocente”, se convertiría en la locución más famosa del cine mexicano.

El asunto es que cuando una película es significativa para un grupo de personas y, más aún, a través de varias generaciones, es que posee una valía que es metacine, tiene lecturas poliédricas.

Si dejamos a un lado los filmes que inauguraron o cimentaron las bases de una corriente o escuela cinematográfica (Expresionismo alemán, Nueva ola francesa, Underground neoyor-kino) que por eso mismo son invaluables y son dignos de corresponderles son sendos aniversarios, el resto debe tener algo: perpetuarse en la retentiva del público.

Cuando Danzón/ 1991, de María Novaro, cumplió veinte años de haberse estrenado, tengo entendido que autoridades del estado de Veracruz hicieron entrega de reconocimiento a la directora del filme como a su actriz principal, María Rojo. Bien, porque Danzón es la cinta que mejor incluye al puerto jarocho en el contexto del cine: lo absorbe y lo extrapola con ciudad-protagonista.

Este año se cumplen sesenta de algunos filmes importantes que, de alguna manera u otra, influyeron en cineastas posteriores. Así, en 1962 se estrenaron El Ángel Exterminador, de Luis Buñuel, pieza semiapocalíptica donde las normas sociales sucumben ante el encierro de sus personajes; Lawrence de Arabia, de David Lean, magistral épica que sin ella no se entendería la obra de Lucas o Spielberg; El eclipse, de Michelangelo Antonioni, cénit de un cine intelectual donde la incomunicación humana contrasta con las entidades de la modernidad que se activaban en el inicio de esa década; La infancia de Iván, ópera prima del poeta del cine, Andréi Tarkovski, y en México esa rareza: Santo contra las mujeres vampiro, de Alfonso Corona Blake, que recorrió el mundo, ante la sorpresa de propios y extraños…

Cuando Danzón/ 1991, de María Novaro, cumplió veinte años de haberse estrenado, tengo entendido que autoridades del estado de Veracruz hicieron entrega de reconocimiento a la directora del filme como a su actriz principal, María Rojo...

Es inobjetable que a una época la definen, a la par que los hechos históricos en sí, asuntos subyacentes como la música, el cine o los libros.

Así, los setenta son de la música disco, con sus émulos Donna Summer, Los Bee Gees, o filmes como Tiburón, la guerra de las galaxias (ahora afincada por las nuevas audiencias como Star Wars) o cualquier otra que esté en nuestra vitrina personal de los recuerdos.

“El vulgo tiene mal gusto”, nos espetó el gran Octavio Paz en alguna ocasión. No entraré en detalles al respecto, pero es importante cualificar que cada segmento de nuestra vida está sellada por lo que somos y hacemos.

En cuanto al cine, años van y vienen y no sé, tengo la impresión que cada director (o productor si se quiere) deposita en sus filmes muchas esperanzas de que su obra de marras sea la que lo trascienda o le dé una estatura de creador excepcional. Y, ¡oh, sorpresas te da la vida!, topan con pared cuando se enteran que sus cintas sólo fueron endebles figuras de arena ante el paso del tiempo, de crítica y de público.

Pero, ¿qué debe tener una película para que “quede”, para que se inserte en la memoria colectiva de los espectadores? Pues, tal vez como dice una de las tantas letras de la Bamba: “una escalera grande y otra cosita”.

¿Y qué es esa cosita? Vaya misterio. Puede ser el impacto social, una escena, la fama del actor o actriz, el contexto sociopolítico, etc. Por ejemplo, el mismísimo director Ismael Rodríguez jamás imaginó, seguramente, que la frase que dice el Tuerto en Nosotros los pobres/ 1947, “Pepe el Toro es inocente”, se convertiría en la locución más famosa del cine mexicano.

El asunto es que cuando una película es significativa para un grupo de personas y, más aún, a través de varias generaciones, es que posee una valía que es metacine, tiene lecturas poliédricas.

Si dejamos a un lado los filmes que inauguraron o cimentaron las bases de una corriente o escuela cinematográfica (Expresionismo alemán, Nueva ola francesa, Underground neoyor-kino) que por eso mismo son invaluables y son dignos de corresponderles son sendos aniversarios, el resto debe tener algo: perpetuarse en la retentiva del público.

Cuando Danzón/ 1991, de María Novaro, cumplió veinte años de haberse estrenado, tengo entendido que autoridades del estado de Veracruz hicieron entrega de reconocimiento a la directora del filme como a su actriz principal, María Rojo. Bien, porque Danzón es la cinta que mejor incluye al puerto jarocho en el contexto del cine: lo absorbe y lo extrapola con ciudad-protagonista.

Este año se cumplen sesenta de algunos filmes importantes que, de alguna manera u otra, influyeron en cineastas posteriores. Así, en 1962 se estrenaron El Ángel Exterminador, de Luis Buñuel, pieza semiapocalíptica donde las normas sociales sucumben ante el encierro de sus personajes; Lawrence de Arabia, de David Lean, magistral épica que sin ella no se entendería la obra de Lucas o Spielberg; El eclipse, de Michelangelo Antonioni, cénit de un cine intelectual donde la incomunicación humana contrasta con las entidades de la modernidad que se activaban en el inicio de esa década; La infancia de Iván, ópera prima del poeta del cine, Andréi Tarkovski, y en México esa rareza: Santo contra las mujeres vampiro, de Alfonso Corona Blake, que recorrió el mundo, ante la sorpresa de propios y extraños…

Cuando Danzón/ 1991, de María Novaro, cumplió veinte años de haberse estrenado, tengo entendido que autoridades del estado de Veracruz hicieron entrega de reconocimiento a la directora del filme como a su actriz principal, María Rojo...