/ domingo 26 de diciembre de 2021

El cumpleaños del perro | Tampico, estación de pájaros

Estación de pájaros, separación de ecos viudos, me busco en lo que no encuentro. Oscuro (oscuro) como sombra huérfana entro en mí, pero ya no hay lugar. Es una tarde soleada (estoy en Xalapa) ciudad de piedra-flor, no recuerdo a qué vine. Tengo en la mente los pétalos ensuciados de Tampico, tiempo de ácidos y mieles proscritas, tiempo de viento fantasma, tiempo de carambolas y fugaz mínimas.

Hay una dicha en el instante esta tarde, en este parque de la Lucas Martín. Pasa un hombre con su perro; dos mujeres trotan – hay una pista para ello- y las hayas desgranan sus preciadas hojas y yo miro sin mirar porque mis ojos tienen alas y vuelan por territorios de mi infancia cuando íbamos con mi madre y mis hermanos al parque 20- 30 en El Cascajal donde corríamos hasta agotarle las piernas al tiempo. Comíamos jícama con limón y chile y reíamos mientras mi madre – guerrera y solar- afilaba sus uñas para el combate del diario vivir no hay mayor ego que pensar en el futuro.

No pienso, camino y el aire de esta tarde es un recordatorio de mi brevedad en el mundo. Alzo la vista y me siento protegido por las ramas de los árboles y solo aguardo la hora de volver a la noche para escribirme con las letras del insomnio…

Sobre Tampico caen lágrimas de fábulas viudas, de sombras hurtadas a la luz del puerto cuando el Pánuco no era más que una vena de sangreagua, de aguasangre sin cuerpo por recorrer.

El Cascajal, jauría de voces hoy calladas, donde la hidalguía se apoltronaba en historias de Segundo Acosta, de Genaro Salinas, José Mercado y Pepito “El Terrestre”.

Brisa de fuego, párpado de hielo, incineración de Eros: Tampico, espacio/ volumen, zona de nostalgias que abrevan la caligrafía del olvido. Tampico, ciudad puerto, laberinto de agua, ebria de lunas estranguladas en la bocana de Miramar y súbditas de El Chairel donde, fugitivos de Cronos, respiraban su centuria las nutrias.

Cada vez que te pienso, Tampico, me dueles porque tu aroma de puerto se me va aunque luego vuelve. ¿Sabes? Eres pan de azúcar, palmera y son huasteco, tienes la cartografía del deseo, y los crepúsculos más azules se deslavan bajo el telar ámbar de tu cielo nocturno.

Amo tus calles porque las caminé durante años. En la colonia Campbell lloré cuando me fui a Xalapa. Mi madre me dijo: “Si te duele Tampico., vete y sé feliz”.

¿Por qué tengo tanta nostalgia anidada en mi pecho? Todo de ti lo recuerdo, Tampico, a mis maestros Edmundo Giadans, Astrid Lattuada, Jesús Garza Whitaker; a mis amigos de barrio: Chuy Tamez, Doroteo Herebia, los Solano, los Guerrero, los Medrano.

Madre, tu rostro de pétalo y hiel, de mujer ajustada la inclemencia de los días me enseñaron que una ciudad es de vida o muerte. Y Tampico fue tu cuna y tu tumba, tu Ítaca y el refugio de los ecos de eternos ayes en la calle Monterrey, en tu casa que fue nuestra casa y que hoy ya no existe más.

Estación de pájaros, cantar de jaranas, Tampico, cabes todo en mis labios desde donde también te canto y celebro por doquiera que voy. Sucede que hasta en la soledad más profunda emerges tú, puerto de mi alma, como nave llena de recuerdos y sonrisas, como batel de fugaces alegrías cuando estudiaba en la secundaria número uno y cursaba dos turnos: de 7 a 1 pm y de 15 a 18 pm.

Manglar y ceiba dormitadas en una canción de Sierra Flores, color tatuado de la pasión de un cuadro de Jorge Yapur, melancolía marina entre paredes roídas por la ira cual poema de Gloria Gómez; Tampico: eres todo y todos, eres puente y murmullo de salitre extraviado en las vidas de los que se fueron y están siempre presentes al mirar tus edificios y tus calles.

No eres ruindad de políticos. Eres libertad dolorosa de los que te cantan y viven a diario en tus mercados, en tus centros comerciales y las colonias aún sin servicios públicos. Eres un recorrido en lancha por la Laguna del Carpintero entre juanchos, iguanas y garrobos (éstos con su soberanía de picos anaranjados sobre sus lomos).

Eres también los acordes de Beto Flores y sus Comandos, Claudio Rosas y su Internacional Orquesta Tampico, Paco Jiménez y su Tremenda, Tiberio y sus Gatos Negros, los Mismos de JR.

Eres confluencia de inmigrantes y aventureros, de comerciantes y académicos, de artistas y de tránsfugas de la luna porque en ti vieron buena tierra para florecer.

Tampico, estación de pájaros, de voces, de gritos, de silencios.

A la distancia me dueles, pero no tanto porque sé que si vuelvo me recibirías con el amor sincero que sólo una madre puede dar y porque nunca me he ido de ti.

Alzo la vista y pienso en ti porque no te he olvidado.

(Tampico es un paseo por el centro Histórico donde el susurro visual de Nueva Orleans te dice que aquí es un puerto y es una ciudad donde la noche te abraza con su cielo de estrellas húmedas no de luz sino de música, de esperanza, de bienvenidos siempre al Primer Puerto de México).

Cierro los ojos y te me abres como un filme en espléndido technicolor.

Abro los ojos y te siento en mi palpitar, tierra de mi madre, de mis ancestros. Tierra mía, latifundio mío, posesión mía. Te abrazo, te celebro y levanto no mi copa sino mi alma para brindar por ti para que siempre, siempre, siempre te vaya bien…

Estación de pájaros, separación de ecos viudos, me busco en lo que no encuentro. Oscuro (oscuro) como sombra huérfana entro en mí, pero ya no hay lugar. Es una tarde soleada (estoy en Xalapa) ciudad de piedra-flor, no recuerdo a qué vine. Tengo en la mente los pétalos ensuciados de Tampico, tiempo de ácidos y mieles proscritas, tiempo de viento fantasma, tiempo de carambolas y fugaz mínimas.

Hay una dicha en el instante esta tarde, en este parque de la Lucas Martín. Pasa un hombre con su perro; dos mujeres trotan – hay una pista para ello- y las hayas desgranan sus preciadas hojas y yo miro sin mirar porque mis ojos tienen alas y vuelan por territorios de mi infancia cuando íbamos con mi madre y mis hermanos al parque 20- 30 en El Cascajal donde corríamos hasta agotarle las piernas al tiempo. Comíamos jícama con limón y chile y reíamos mientras mi madre – guerrera y solar- afilaba sus uñas para el combate del diario vivir no hay mayor ego que pensar en el futuro.

No pienso, camino y el aire de esta tarde es un recordatorio de mi brevedad en el mundo. Alzo la vista y me siento protegido por las ramas de los árboles y solo aguardo la hora de volver a la noche para escribirme con las letras del insomnio…

Sobre Tampico caen lágrimas de fábulas viudas, de sombras hurtadas a la luz del puerto cuando el Pánuco no era más que una vena de sangreagua, de aguasangre sin cuerpo por recorrer.

El Cascajal, jauría de voces hoy calladas, donde la hidalguía se apoltronaba en historias de Segundo Acosta, de Genaro Salinas, José Mercado y Pepito “El Terrestre”.

Brisa de fuego, párpado de hielo, incineración de Eros: Tampico, espacio/ volumen, zona de nostalgias que abrevan la caligrafía del olvido. Tampico, ciudad puerto, laberinto de agua, ebria de lunas estranguladas en la bocana de Miramar y súbditas de El Chairel donde, fugitivos de Cronos, respiraban su centuria las nutrias.

Cada vez que te pienso, Tampico, me dueles porque tu aroma de puerto se me va aunque luego vuelve. ¿Sabes? Eres pan de azúcar, palmera y son huasteco, tienes la cartografía del deseo, y los crepúsculos más azules se deslavan bajo el telar ámbar de tu cielo nocturno.

Amo tus calles porque las caminé durante años. En la colonia Campbell lloré cuando me fui a Xalapa. Mi madre me dijo: “Si te duele Tampico., vete y sé feliz”.

¿Por qué tengo tanta nostalgia anidada en mi pecho? Todo de ti lo recuerdo, Tampico, a mis maestros Edmundo Giadans, Astrid Lattuada, Jesús Garza Whitaker; a mis amigos de barrio: Chuy Tamez, Doroteo Herebia, los Solano, los Guerrero, los Medrano.

Madre, tu rostro de pétalo y hiel, de mujer ajustada la inclemencia de los días me enseñaron que una ciudad es de vida o muerte. Y Tampico fue tu cuna y tu tumba, tu Ítaca y el refugio de los ecos de eternos ayes en la calle Monterrey, en tu casa que fue nuestra casa y que hoy ya no existe más.

Estación de pájaros, cantar de jaranas, Tampico, cabes todo en mis labios desde donde también te canto y celebro por doquiera que voy. Sucede que hasta en la soledad más profunda emerges tú, puerto de mi alma, como nave llena de recuerdos y sonrisas, como batel de fugaces alegrías cuando estudiaba en la secundaria número uno y cursaba dos turnos: de 7 a 1 pm y de 15 a 18 pm.

Manglar y ceiba dormitadas en una canción de Sierra Flores, color tatuado de la pasión de un cuadro de Jorge Yapur, melancolía marina entre paredes roídas por la ira cual poema de Gloria Gómez; Tampico: eres todo y todos, eres puente y murmullo de salitre extraviado en las vidas de los que se fueron y están siempre presentes al mirar tus edificios y tus calles.

No eres ruindad de políticos. Eres libertad dolorosa de los que te cantan y viven a diario en tus mercados, en tus centros comerciales y las colonias aún sin servicios públicos. Eres un recorrido en lancha por la Laguna del Carpintero entre juanchos, iguanas y garrobos (éstos con su soberanía de picos anaranjados sobre sus lomos).

Eres también los acordes de Beto Flores y sus Comandos, Claudio Rosas y su Internacional Orquesta Tampico, Paco Jiménez y su Tremenda, Tiberio y sus Gatos Negros, los Mismos de JR.

Eres confluencia de inmigrantes y aventureros, de comerciantes y académicos, de artistas y de tránsfugas de la luna porque en ti vieron buena tierra para florecer.

Tampico, estación de pájaros, de voces, de gritos, de silencios.

A la distancia me dueles, pero no tanto porque sé que si vuelvo me recibirías con el amor sincero que sólo una madre puede dar y porque nunca me he ido de ti.

Alzo la vista y pienso en ti porque no te he olvidado.

(Tampico es un paseo por el centro Histórico donde el susurro visual de Nueva Orleans te dice que aquí es un puerto y es una ciudad donde la noche te abraza con su cielo de estrellas húmedas no de luz sino de música, de esperanza, de bienvenidos siempre al Primer Puerto de México).

Cierro los ojos y te me abres como un filme en espléndido technicolor.

Abro los ojos y te siento en mi palpitar, tierra de mi madre, de mis ancestros. Tierra mía, latifundio mío, posesión mía. Te abrazo, te celebro y levanto no mi copa sino mi alma para brindar por ti para que siempre, siempre, siempre te vaya bien…