/ lunes 23 de noviembre de 2020

El cumpleaños del perro | Tres textos de Luis Buñuel

El nombre de Luis Buñuel (1900-1983) está ligado a lo mejor de la creación fílmica del siglo pasado. Poseedor de un talento excepcional rayando en la genialidad, el cineasta Buñuel obtuvo todos los premios que el cine puede otorgar: Palma de Oro, León de Oro, Oscar, Ariel, Oso de Oro, y en 2003 el título de Patrimonio Memoria del Mundo por su filme Los olvidados/ 1950.

Sin embargo, es poco conocido que Buñuel –ágrafo declarado- dejó algunos escritos suyos como implosiones que ayudan, quizás, en algo conocer al hombre cuya pasión por el cine lo llevó a niveles de verdadero artista contestatario.

A continuación, tres textos de Luis Buñuel:

1.- Palacio de hielo.

Los charcos formaban un dominó decapitado de edificios de los que uno es el torreón que me contaron en la infancia de una sola ventana tan alta como los ojos de madre cuando se inclinan sobre la cuna.

Cerca de la puerta pende un ahorcado que se balancea sobre el abismo cercado de eternidad, aullando de espacio. Soy yo. Es mi esqueleto del que ya no quedan sino los ojos. Tan pronto me sonríen, tan pronto me bizquean, tan pronto se me van a comer una miga de pan en el interior del cerebro. La ventana se abre y aparece una dama que se da polisoir en las uñas. Cuando las considera suficientemente afiladas me saca los ojos y los arroja a la calle.

Quedan mis órbitas solas sin mirada, sin deseos, sin mar, sin polluelos, sin nada; Una enfermera viene a sentarse a mi lado en la mesa del café. Despliega un periódico de 1856 y lee con voz emocionada: "Cuando los soldados de Napoleón entraron en Zaragoza en la VIL ZARAGOZA, no encontraron más que viento por las desiertas calles. Solo en un charco croaban los ojos de Luis Buñuel. Los soldados de Napoleón los remataron a bayonetazos."

2.- Antes de irnos al lecho

Los restos de estrella que quedaron entre tus cabellos/ crujían como cáscaras de cacahuete/ la estrella cuya luz descubriste/ hace ya un millón de años/ en el instante mismo en que/ nacía/ un diminuto niño chino.

“Los chinos son los únicos que no temen/ los fantasmas/ que todas las noches a las doce nos salen de la piel”, / Es lástima que la estrella/ no supiera fecundar tus senos/ y que el/ pájaro de la lámpara de aceite/ la picotease como a una cáscara de cacahuete/ tus miradas y las mías dejaron en tu vientre/ un signo futuro y luminoso de multiplicación.

3.- Lucille y sus tres peces

Tres peces rojos, tres peces japoneses cruzaban y descruzábamos/ en silenciosas espirales sobre la dulce faz de Lucille. En su discreta frente/ hasta entonces sin nubes ni cometas/ locos, habían quedado impresas tres suaves/ ondas.

Un buen día, al llegar la última primavera desapareció/ uno de los peces, aquel a quien/ Lucille bautizó con el nombre de “Tejedor/ de Ensueños”.

Y al llegar el otoño, desapareció el segundo pez japonés, / aquel “Punzón de Ondas” como le habíamos llamado entre/ sonrisas corteses los amigos.

La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de/ planta: porque el pez tercero, el “Ovillador silencioso de deseos” / tampoco estaba … ALLI.

Cuando Lucille con su boquita pintada de corazón dice “ALLI” / entornando deliciosamente su ojo izquierdo por el derecho como por una pecera, / atraviesa sonámbula la sombra del tercer pez japonés, la del “Ovillador/ silencioso de deseos”.

La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de/ planta: porque el pez tercero, el “Ovillador silencioso de deseos” / tampoco estaba … ALLI.

El nombre de Luis Buñuel (1900-1983) está ligado a lo mejor de la creación fílmica del siglo pasado. Poseedor de un talento excepcional rayando en la genialidad, el cineasta Buñuel obtuvo todos los premios que el cine puede otorgar: Palma de Oro, León de Oro, Oscar, Ariel, Oso de Oro, y en 2003 el título de Patrimonio Memoria del Mundo por su filme Los olvidados/ 1950.

Sin embargo, es poco conocido que Buñuel –ágrafo declarado- dejó algunos escritos suyos como implosiones que ayudan, quizás, en algo conocer al hombre cuya pasión por el cine lo llevó a niveles de verdadero artista contestatario.

A continuación, tres textos de Luis Buñuel:

1.- Palacio de hielo.

Los charcos formaban un dominó decapitado de edificios de los que uno es el torreón que me contaron en la infancia de una sola ventana tan alta como los ojos de madre cuando se inclinan sobre la cuna.

Cerca de la puerta pende un ahorcado que se balancea sobre el abismo cercado de eternidad, aullando de espacio. Soy yo. Es mi esqueleto del que ya no quedan sino los ojos. Tan pronto me sonríen, tan pronto me bizquean, tan pronto se me van a comer una miga de pan en el interior del cerebro. La ventana se abre y aparece una dama que se da polisoir en las uñas. Cuando las considera suficientemente afiladas me saca los ojos y los arroja a la calle.

Quedan mis órbitas solas sin mirada, sin deseos, sin mar, sin polluelos, sin nada; Una enfermera viene a sentarse a mi lado en la mesa del café. Despliega un periódico de 1856 y lee con voz emocionada: "Cuando los soldados de Napoleón entraron en Zaragoza en la VIL ZARAGOZA, no encontraron más que viento por las desiertas calles. Solo en un charco croaban los ojos de Luis Buñuel. Los soldados de Napoleón los remataron a bayonetazos."

2.- Antes de irnos al lecho

Los restos de estrella que quedaron entre tus cabellos/ crujían como cáscaras de cacahuete/ la estrella cuya luz descubriste/ hace ya un millón de años/ en el instante mismo en que/ nacía/ un diminuto niño chino.

“Los chinos son los únicos que no temen/ los fantasmas/ que todas las noches a las doce nos salen de la piel”, / Es lástima que la estrella/ no supiera fecundar tus senos/ y que el/ pájaro de la lámpara de aceite/ la picotease como a una cáscara de cacahuete/ tus miradas y las mías dejaron en tu vientre/ un signo futuro y luminoso de multiplicación.

3.- Lucille y sus tres peces

Tres peces rojos, tres peces japoneses cruzaban y descruzábamos/ en silenciosas espirales sobre la dulce faz de Lucille. En su discreta frente/ hasta entonces sin nubes ni cometas/ locos, habían quedado impresas tres suaves/ ondas.

Un buen día, al llegar la última primavera desapareció/ uno de los peces, aquel a quien/ Lucille bautizó con el nombre de “Tejedor/ de Ensueños”.

Y al llegar el otoño, desapareció el segundo pez japonés, / aquel “Punzón de Ondas” como le habíamos llamado entre/ sonrisas corteses los amigos.

La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de/ planta: porque el pez tercero, el “Ovillador silencioso de deseos” / tampoco estaba … ALLI.

Cuando Lucille con su boquita pintada de corazón dice “ALLI” / entornando deliciosamente su ojo izquierdo por el derecho como por una pecera, / atraviesa sonámbula la sombra del tercer pez japonés, la del “Ovillador/ silencioso de deseos”.

La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de/ planta: porque el pez tercero, el “Ovillador silencioso de deseos” / tampoco estaba … ALLI.