/ miércoles 17 de agosto de 2022

El cumpleaños del perro | Una de Abdellatif Kechiche

El cine, al parecer, ha mantenido como patente de corso la reelaboración (la imaginación sometida a la mirada estética) ante los vacíos históricos existentes en el seno del hecho verídico dejando, de esta forma, la propuesta de ficción frente a los nubarrones del dato preciso o el desglose antropológico.

Es el caso de Venus negra (Venus noire)/ Francia- Bélgica- 2010, de Abdellatif Kechiche (nacido en Túnez en 1960), quien basa el guión escrito por él mismo en el deplorable hecho de la sudafricana Saartjie Baartman, llamada la “Venus Hotentote”, quien en la segunda década del siglo XIX fue exhibida como fenómeno en Europa debido a sus pronunciados genitales y su facha primitiva.

Lo que llama la atención del filme es la efectiva narratividad que logra Kechiche a lo largo de dos horas y veinte de metraje ante un tema cuyos limítrofes son el sensacionalismo ramplón y el morbo evidenciable; empero el director y guionista toma varios atajos interesantes. Por un lado, su irremediable hecho de repaso-denuncia para aprestar un zarpazo anti nihilista, y por el otro, lanza una interrogante sorprendente: ¿quién es el morboso: el público de esa época, igual ecléctico que vulgar, o el de la sala de cine que aprecia el titánico esfuerzo de la actriz cubana Yashima Torres?

Bajo el velo de la indagación científica, Kechiche explora la humanidad por partida doble: la de Saartjie como mujer que posee sueños, pulsaciones vitales, y la de los que la explotan (Hendrick Caezar, Réaux).

El espectáculo de circo lastimero con Saartjie, encadenada del cuello, rugiendo como simio, guarda una distancia enorme con John Merrick, su referente obligado, de El hombre elefante/ 1980, de David Lynch, en cuanto a que el segundo nació así, deforme, en tanto Saartjie posee un fenotipo de raza negra por la que es a todas luces discriminada e infravalorada por los civilizados europeos de ese tiempo que pensaban que sus colonias (exóticas y proveedoras esclavistas) eran cuna de tales seres anómalos.

Apartado del melodrama esquemático, Abdellatif Kechiche sigue la ruta introspectiva de una mujer que no armoniza dentro de la conmiseración a la que estaría sujeta bajo los cánones hollywoodenses; muy al contrario: se nos presenta en un contubernio velado con su coetáneo Caezar (Andre Jacobs) en las exhibiciones donde, incluso, el juicio que lo excluye de cualquier culpa, pareciera ser única panacea moral más que jurídica que tendrá Saartjie en su existencia.

Si en La culpa la tiene Voltaire/ 2000 (ópera prima de Kechiche) la inmigración africana al país de “la igualdad, libertad y fraternidad” obedece a un causal de interacción social, en Venus negra el traslado hacia Europa es por la sujeción a tópicos irracionales: el racismo y la amoralidad en aras de la ciencia.

Más que permanecer con el dato histórico los genitales de Saartjie permanecieron hasta 2002 en el Museo del Hombre, de París, cuando fueron repatriados a Sudáfrica), sería más interesante atender los dardos que nos lanza Abdellatif Kechiche (aun con su pedante, chocante y facilona fotografía cámara en mano): ¿quién es más inhumano en su recepción de la naturaleza de Saartjie: los científicos que la analizan a tal grado de querer diseccionar su cuerpo en aras del estudio o la acción de los burgueses en la obcecación sexual en la secuencia de la orgía?

El cine, al parecer, ha mantenido como patente de corso la reelaboración (la imaginación sometida a la mirada estética) ante los vacíos históricos existentes en el seno del hecho verídico dejando, de esta forma, la propuesta de ficción frente a los nubarrones del dato preciso o el desglose antropológico.

Es el caso de Venus negra (Venus noire)/ Francia- Bélgica- 2010, de Abdellatif Kechiche (nacido en Túnez en 1960), quien basa el guión escrito por él mismo en el deplorable hecho de la sudafricana Saartjie Baartman, llamada la “Venus Hotentote”, quien en la segunda década del siglo XIX fue exhibida como fenómeno en Europa debido a sus pronunciados genitales y su facha primitiva.

Lo que llama la atención del filme es la efectiva narratividad que logra Kechiche a lo largo de dos horas y veinte de metraje ante un tema cuyos limítrofes son el sensacionalismo ramplón y el morbo evidenciable; empero el director y guionista toma varios atajos interesantes. Por un lado, su irremediable hecho de repaso-denuncia para aprestar un zarpazo anti nihilista, y por el otro, lanza una interrogante sorprendente: ¿quién es el morboso: el público de esa época, igual ecléctico que vulgar, o el de la sala de cine que aprecia el titánico esfuerzo de la actriz cubana Yashima Torres?

Bajo el velo de la indagación científica, Kechiche explora la humanidad por partida doble: la de Saartjie como mujer que posee sueños, pulsaciones vitales, y la de los que la explotan (Hendrick Caezar, Réaux).

El espectáculo de circo lastimero con Saartjie, encadenada del cuello, rugiendo como simio, guarda una distancia enorme con John Merrick, su referente obligado, de El hombre elefante/ 1980, de David Lynch, en cuanto a que el segundo nació así, deforme, en tanto Saartjie posee un fenotipo de raza negra por la que es a todas luces discriminada e infravalorada por los civilizados europeos de ese tiempo que pensaban que sus colonias (exóticas y proveedoras esclavistas) eran cuna de tales seres anómalos.

Apartado del melodrama esquemático, Abdellatif Kechiche sigue la ruta introspectiva de una mujer que no armoniza dentro de la conmiseración a la que estaría sujeta bajo los cánones hollywoodenses; muy al contrario: se nos presenta en un contubernio velado con su coetáneo Caezar (Andre Jacobs) en las exhibiciones donde, incluso, el juicio que lo excluye de cualquier culpa, pareciera ser única panacea moral más que jurídica que tendrá Saartjie en su existencia.

Si en La culpa la tiene Voltaire/ 2000 (ópera prima de Kechiche) la inmigración africana al país de “la igualdad, libertad y fraternidad” obedece a un causal de interacción social, en Venus negra el traslado hacia Europa es por la sujeción a tópicos irracionales: el racismo y la amoralidad en aras de la ciencia.

Más que permanecer con el dato histórico los genitales de Saartjie permanecieron hasta 2002 en el Museo del Hombre, de París, cuando fueron repatriados a Sudáfrica), sería más interesante atender los dardos que nos lanza Abdellatif Kechiche (aun con su pedante, chocante y facilona fotografía cámara en mano): ¿quién es más inhumano en su recepción de la naturaleza de Saartjie: los científicos que la analizan a tal grado de querer diseccionar su cuerpo en aras del estudio o la acción de los burgueses en la obcecación sexual en la secuencia de la orgía?