/ domingo 5 de septiembre de 2021

El cumpleaños del perro | “Una familia de tantas” como espacio social

Existe un amplio consenso en el estudio de la antropología en considerar que el espacio geográfico, o si se quiere, el espacio objeto de la geografía, es un “espacio social”; es decir, un producto de la acción humana que se produce socialmente (debido a la interacción) y, como tal, también históricamente.

En toda época, el espacio social ha estado delimitado por la cultura del núcleo social imperante. Así, la acción humana le ha rendido cuentas a eso llamado usos y costumbres, en razón por lo que puede decirse que el mismo desierto, la selva más recóndita y la tundra más gélida pueden ser convertidos (de hecho lo son) en sendos espacios sociales.

En el caso de México, y para fines de esta entrega, podemos acotar que en la película de 1948 “Una familia de tantas”, dirigida por Alejandro Galindo, puede apreciarse un espacio social específico: el de la familia clase mediera urbana.

Contextualizando al filme es importante señalar que en la época en que fue realizado, México era gobernado por el PRI y el presidente del país era Miguel Alemán cuya administración se caracterizó por la industrialización de México, así como por un aumento de las exportaciones y una disminución del déficit en la balanza de pagos.

Siempre se dijo que durante el sexenio alemanista el país alcanzó estabilidad económica y se vio fortalecida la clase media. Incluso, la paridad del peso frente al dólar, de 12.50, se prolongó durante tres sexenios. A esta situación se le dio en llamar milagro mexicano.

En tal espacio social germinó en nuestro país una sociedad capaz de adquirir bienes materiales y niveles de esparcimiento nunca antes vistos. La posguerra pintó al mundo en dos colores: los rojos bajo la influencia de la Unión Soviética, los azules bajo el rigor de los Estados Unidos de América.

México, quien toda la vida ha proclamado su neutralidad política de acuerdo a la doctrina diplomática Estrada, de la no intervención, en los años cuarenta tuvo en su relación internacional con los países del orbe un respetuoso intercambio comercial y cultural. Aunque llama la atención que el partido gobernante, el PRI, extendía de manera significativa sus tentáculos y redes de intereses sociales para instalarse como un eje de poder cuasi absoluto.

En este ámbito es que la sociedad mexicana de esos años tuvo bajo sus pies una línea claramente divisoria. De un lado podía verse amplios segmentos conservadores; por el otro, sectores digamos progresistas. El avance económico del país no necesariamente tendría que haber reflejado un paralelismo con el devenir social, sin embargo mucho de la inercia que como sociedad se veía está bien capturada por el personaje del vendedor (David Silva) del filme que nos ocupa al endilgarle una aspiradora moderna a la familia Cataño, encabezada por el padre despótico (Fernando Soler) quien prácticamente decide qué hagan su esposa y sus hijos.

“Una familia de tantas” es un reflejo, mejor dicho es una mirada antropológica de la sociedad mexicana de aquella época en el sentido que, mediante la ficción, recrea actitudes y prototipos de conductas y personajes representativos de los esquemas sociales del México de finales de la primera mitad del siglo veinte.

La figura del padre, el tlatoani per se de las familias de este país, es representado de forma estupenda por Fernando Soler otorgándole al personaje un aire de verdadero coraje por su manera de ser para con los suyos. Hasta la esposa tiene que “recibir” el permiso del marido para irle a dar las buenas noches a sus hijas a los aposentos. El hijo mayor, tenedor de libros (lo que hoy es contador), está sujeto a la tutela emocional e intelectual del padre.

Sin embargo, el personaje toral del filme es el vendedor de aspiradoras el cual significa la modernidad que viene a confrontarse con una familia “empolvada” por las costumbres casi porfirianas (de hecho, hay un retrato de Porfirio Díaz en la sala de la casa de la familia Cataño).

La metáfora es evidente: la renovación de la familia “porfiriana” en cuanto a la dialéctica del espacio social para poder incrustarse o, en el mejor de los casos, aceptar la irrupción de que el progreso (no solo material, sino también en el marco de las ideas) es inevitable.

La venta de la aspiradora puede permitirnos una hermenéutica más amplia, más expansiva en el significado del espacio social. Por un lado, es la ubicación impostergable de la sociedad mexicana de esos años en una directriz de vanguardia y de confort; por otro, puede ser vista dicha venta como el aviso antropológico de que las costumbres y hasta ciertas formas de pensar, rígidas, autoritarias por parte del padre de familia, están confrontadas con, digámoslo de esta manera, por la pujanza del aldeanismo en su vertiente de avance económico.

Prosiguiendo con el desglose del filme, es de llamar la atención que si bien el espacio social recreado es específico, la ciudad de México, son los rasgos y prototipos de los personajes de la época los que en verdad cuantifican los códigos de conducta autoritarios, injustos, de intolerancia del pater familia.

La familia es un producto social porque sólo existe a través de la existencia y reproducción de la sociedad. Este espacio tiene una doble dimensión: es a la vez material y representación mental, objeto físico y objeto mental. Es lo que se denomina espacio geográfico. Y la geografía que propone el director Alejandro Galindo en su filme es anfibia: mental y física en donde la familia es concepto que ocupa su volumen inamovible en la forma de ser y de pensar de ciertas personas.

El retrato que hace Alejandro Galindo en la película es la de una familia sobreviviente del porfiriato. Sin adentrarnos demasiado en los pormenores del periodo liderado por el indio de Oaxaca Porfirio Díaz, es preciso apuntar que la sociedad que atestiguó su mandato estuvo inmersa en la falta de crítica al gobierno y de autocrítica hacia el seno de la familia. Por decirlo frontalmente: mandaba el que tenía que mandar: el hombre, el jefe de familia, el proveedor.

Aunado a la cultura del cristianismo, mejor dicho: del catolicismo (esto desde la Colonia), la sociedad de esos años quedó embebida de protocolos particulares y al parecer perennes: el conservadurismo, el respeto al hombre (al padre), la obediencia a la autoridad pública, el culto a sus creencias religiosas (cuál otra: la católica), por lo que intentos “renovadores” como el personaje que vendía aspiradoras eran vistos como intromisiones y por lo tanto peligros para el statuo quo de esa familia de tantas.

El hombre a través de su existencia tiene como fin la felicidad. Buscarla es acaso el verdadero significado de toda una vida. Más pesado que el orgullo o las pasiones, resulta ser, y así lo dicen muchas biografías de la historia, es la manera de pensar porque en esta va inmersa el bagaje cultural, lo que somos y hemos sido.

Como núcleo social tenemos el sentido de la pertenencia, de la necesidad de ser aceptados y asimismo poder establecer con nuestra cultura un diálogo con el espacio social que nos tocó vivir.

Si en estos momentos, de pronto y que valga como ejercicio intelectual meramente, despertáramos en el año 2900, ¿qué espacio social presenciaríamos? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero lo que sí es seguro es que con nuestra cultura desde 2021 estableceríamos ese diálogo, es decir, tendríamos que someternos a la experiencia irrenunciable de la convivencia. Y esto último es, precisamente, el espíritu del filme “Una familia de tantas”: la recreación de la convivencia de la sociedad del México de los cuarenta…

Existe un amplio consenso en el estudio de la antropología en considerar que el espacio geográfico, o si se quiere, el espacio objeto de la geografía, es un “espacio social”; es decir, un producto de la acción humana que se produce socialmente (debido a la interacción) y, como tal, también históricamente.

En toda época, el espacio social ha estado delimitado por la cultura del núcleo social imperante. Así, la acción humana le ha rendido cuentas a eso llamado usos y costumbres, en razón por lo que puede decirse que el mismo desierto, la selva más recóndita y la tundra más gélida pueden ser convertidos (de hecho lo son) en sendos espacios sociales.

En el caso de México, y para fines de esta entrega, podemos acotar que en la película de 1948 “Una familia de tantas”, dirigida por Alejandro Galindo, puede apreciarse un espacio social específico: el de la familia clase mediera urbana.

Contextualizando al filme es importante señalar que en la época en que fue realizado, México era gobernado por el PRI y el presidente del país era Miguel Alemán cuya administración se caracterizó por la industrialización de México, así como por un aumento de las exportaciones y una disminución del déficit en la balanza de pagos.

Siempre se dijo que durante el sexenio alemanista el país alcanzó estabilidad económica y se vio fortalecida la clase media. Incluso, la paridad del peso frente al dólar, de 12.50, se prolongó durante tres sexenios. A esta situación se le dio en llamar milagro mexicano.

En tal espacio social germinó en nuestro país una sociedad capaz de adquirir bienes materiales y niveles de esparcimiento nunca antes vistos. La posguerra pintó al mundo en dos colores: los rojos bajo la influencia de la Unión Soviética, los azules bajo el rigor de los Estados Unidos de América.

México, quien toda la vida ha proclamado su neutralidad política de acuerdo a la doctrina diplomática Estrada, de la no intervención, en los años cuarenta tuvo en su relación internacional con los países del orbe un respetuoso intercambio comercial y cultural. Aunque llama la atención que el partido gobernante, el PRI, extendía de manera significativa sus tentáculos y redes de intereses sociales para instalarse como un eje de poder cuasi absoluto.

En este ámbito es que la sociedad mexicana de esos años tuvo bajo sus pies una línea claramente divisoria. De un lado podía verse amplios segmentos conservadores; por el otro, sectores digamos progresistas. El avance económico del país no necesariamente tendría que haber reflejado un paralelismo con el devenir social, sin embargo mucho de la inercia que como sociedad se veía está bien capturada por el personaje del vendedor (David Silva) del filme que nos ocupa al endilgarle una aspiradora moderna a la familia Cataño, encabezada por el padre despótico (Fernando Soler) quien prácticamente decide qué hagan su esposa y sus hijos.

“Una familia de tantas” es un reflejo, mejor dicho es una mirada antropológica de la sociedad mexicana de aquella época en el sentido que, mediante la ficción, recrea actitudes y prototipos de conductas y personajes representativos de los esquemas sociales del México de finales de la primera mitad del siglo veinte.

La figura del padre, el tlatoani per se de las familias de este país, es representado de forma estupenda por Fernando Soler otorgándole al personaje un aire de verdadero coraje por su manera de ser para con los suyos. Hasta la esposa tiene que “recibir” el permiso del marido para irle a dar las buenas noches a sus hijas a los aposentos. El hijo mayor, tenedor de libros (lo que hoy es contador), está sujeto a la tutela emocional e intelectual del padre.

Sin embargo, el personaje toral del filme es el vendedor de aspiradoras el cual significa la modernidad que viene a confrontarse con una familia “empolvada” por las costumbres casi porfirianas (de hecho, hay un retrato de Porfirio Díaz en la sala de la casa de la familia Cataño).

La metáfora es evidente: la renovación de la familia “porfiriana” en cuanto a la dialéctica del espacio social para poder incrustarse o, en el mejor de los casos, aceptar la irrupción de que el progreso (no solo material, sino también en el marco de las ideas) es inevitable.

La venta de la aspiradora puede permitirnos una hermenéutica más amplia, más expansiva en el significado del espacio social. Por un lado, es la ubicación impostergable de la sociedad mexicana de esos años en una directriz de vanguardia y de confort; por otro, puede ser vista dicha venta como el aviso antropológico de que las costumbres y hasta ciertas formas de pensar, rígidas, autoritarias por parte del padre de familia, están confrontadas con, digámoslo de esta manera, por la pujanza del aldeanismo en su vertiente de avance económico.

Prosiguiendo con el desglose del filme, es de llamar la atención que si bien el espacio social recreado es específico, la ciudad de México, son los rasgos y prototipos de los personajes de la época los que en verdad cuantifican los códigos de conducta autoritarios, injustos, de intolerancia del pater familia.

La familia es un producto social porque sólo existe a través de la existencia y reproducción de la sociedad. Este espacio tiene una doble dimensión: es a la vez material y representación mental, objeto físico y objeto mental. Es lo que se denomina espacio geográfico. Y la geografía que propone el director Alejandro Galindo en su filme es anfibia: mental y física en donde la familia es concepto que ocupa su volumen inamovible en la forma de ser y de pensar de ciertas personas.

El retrato que hace Alejandro Galindo en la película es la de una familia sobreviviente del porfiriato. Sin adentrarnos demasiado en los pormenores del periodo liderado por el indio de Oaxaca Porfirio Díaz, es preciso apuntar que la sociedad que atestiguó su mandato estuvo inmersa en la falta de crítica al gobierno y de autocrítica hacia el seno de la familia. Por decirlo frontalmente: mandaba el que tenía que mandar: el hombre, el jefe de familia, el proveedor.

Aunado a la cultura del cristianismo, mejor dicho: del catolicismo (esto desde la Colonia), la sociedad de esos años quedó embebida de protocolos particulares y al parecer perennes: el conservadurismo, el respeto al hombre (al padre), la obediencia a la autoridad pública, el culto a sus creencias religiosas (cuál otra: la católica), por lo que intentos “renovadores” como el personaje que vendía aspiradoras eran vistos como intromisiones y por lo tanto peligros para el statuo quo de esa familia de tantas.

El hombre a través de su existencia tiene como fin la felicidad. Buscarla es acaso el verdadero significado de toda una vida. Más pesado que el orgullo o las pasiones, resulta ser, y así lo dicen muchas biografías de la historia, es la manera de pensar porque en esta va inmersa el bagaje cultural, lo que somos y hemos sido.

Como núcleo social tenemos el sentido de la pertenencia, de la necesidad de ser aceptados y asimismo poder establecer con nuestra cultura un diálogo con el espacio social que nos tocó vivir.

Si en estos momentos, de pronto y que valga como ejercicio intelectual meramente, despertáramos en el año 2900, ¿qué espacio social presenciaríamos? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero lo que sí es seguro es que con nuestra cultura desde 2021 estableceríamos ese diálogo, es decir, tendríamos que someternos a la experiencia irrenunciable de la convivencia. Y esto último es, precisamente, el espíritu del filme “Una familia de tantas”: la recreación de la convivencia de la sociedad del México de los cuarenta…