/ miércoles 5 de mayo de 2021

El cumpleaños del perro | Una película de Lynne Ramsay

Hace diez años se estrenó una perla del cine contemporáneo: Tenemos que hablar de Kevin /We need to talk about Kevin/ Gran Bretaña- 2011, dirigida por la escocesa Lynne Ramsay, y la cual trata la historia de un joven, Kevin/ Ezra Miller, quien guarda una relación afectiva patológica con Eva/ Tilda Swinton, su madre.

Impecable retrato minimalista de la maldad humana consigue Ramsay al desmenuzar la compleja novela de Lionel Shriver, narrada en forma epistolar, en un guion (paradójicamente) sin voz en off o en monólogo interior.

Con parsimonia e inquietante exploración subjetiva – a través de la acentuación del color, y de la presencia del rojo, así como de la manipulación del sonido-, Ramsay logra imbricar una narración visual apoyada en la deconstrucción de los hechos no para alterar o, en un equivocado juicio estético, para mantener al espectador en suspenso por los terribles actos mortales que comete Kevin con sus compañeros de secundaria con un arco, sino para deletrear los causales psicológicos de la mente de Kevin.

Así, Eva (vaya sugerente nombre para una madre) tiene a sus cuarenta años el embarazo de un hijo que duda mucho en ofrecerle más que afecto atención total. Con un marido/ John C, Reilly sumergido en su trabajo de fotógrafo y una vida hasta cierto punto a modo, Eva se somete a una maternidad diluida en la aparente inoperancia afectiva (es llamativa la secuencia en la calle cuando para no oír más el llanto de Kevin bebé se para frente a unos obreros que perforan con un taladro el piso).

Más que laconismo Tenemos que hablar de Kevin emplea la complicidad del espectador para que el rompecabezas de la historia sea armado a la lógica del malvado Kevin, de allí que el suceso cuando la hermanita de aquel pierde el ojo no se vea.

Pocos castings son tan acertados como en este filme. Quién podría pensar que una actriz del fenotipo de Tilda Swinson (extraña, andrógina por decir lo menos) diera un resorte histriónico ad hoc a su personaje, el cual pasa por el erotismo (su relación de novia en la secuencia inicial embadurnada de tomate), el despropósito maternal, la tiranía social (el desprecio de la comunidad después de los asesinatos la soporta con estoicismo) y el calvario humano (las visitas desesperanzadoras en la cárcel de Kevin).

Si en términos médicos estamos ante el caso de Kevin de un desajuste neurológico cuyo asunto está en el córtex prefrontal ventromedial, antes que nada Tenemos que hablar de Kevin es un filme que deshila, de manera impecablemente estética, la personalidad de un sicópata, sí, pero va más allá: al igual que la cinta Él/ 1952, de Luis Buñuel, sitúa su ámbito de interés en la ampliación de códigos de conducta sociales y antropológicos (la familia, la sociedad, los valores), aunque en un alarde de interpretación sería válido ajustarnos a lo que escribió Plotino en su tratado (Enéada VI) Sobre el bien o el uno: “Todos los seres tienen su existencia por el Uno, no solo los seres así llamados en el primer sentido, sino los que se dicen atributos de esos seres. Porque, ¿qué es lo que podría existir que no fuese uno? Si lo separamos de la unidad deja inmediatamente de existir. Ni el ejército, ni el coro, ni el rebaño tendrían realidad alguna si no fuesen ya un ejército, un coro o un rebaño. Del mismo modo, la casa y la nave carecen de existencia si no poseen unidad; porque tanto la una como la otra son una unidad y, si esta se pierde, dejan también de ser nave y casa”.

Hace diez años se estrenó una perla del cine contemporáneo: Tenemos que hablar de Kevin /We need to talk about Kevin/ Gran Bretaña- 2011, dirigida por la escocesa Lynne Ramsay, y la cual trata la historia de un joven, Kevin/ Ezra Miller, quien guarda una relación afectiva patológica con Eva/ Tilda Swinton, su madre.

Impecable retrato minimalista de la maldad humana consigue Ramsay al desmenuzar la compleja novela de Lionel Shriver, narrada en forma epistolar, en un guion (paradójicamente) sin voz en off o en monólogo interior.

Con parsimonia e inquietante exploración subjetiva – a través de la acentuación del color, y de la presencia del rojo, así como de la manipulación del sonido-, Ramsay logra imbricar una narración visual apoyada en la deconstrucción de los hechos no para alterar o, en un equivocado juicio estético, para mantener al espectador en suspenso por los terribles actos mortales que comete Kevin con sus compañeros de secundaria con un arco, sino para deletrear los causales psicológicos de la mente de Kevin.

Así, Eva (vaya sugerente nombre para una madre) tiene a sus cuarenta años el embarazo de un hijo que duda mucho en ofrecerle más que afecto atención total. Con un marido/ John C, Reilly sumergido en su trabajo de fotógrafo y una vida hasta cierto punto a modo, Eva se somete a una maternidad diluida en la aparente inoperancia afectiva (es llamativa la secuencia en la calle cuando para no oír más el llanto de Kevin bebé se para frente a unos obreros que perforan con un taladro el piso).

Más que laconismo Tenemos que hablar de Kevin emplea la complicidad del espectador para que el rompecabezas de la historia sea armado a la lógica del malvado Kevin, de allí que el suceso cuando la hermanita de aquel pierde el ojo no se vea.

Pocos castings son tan acertados como en este filme. Quién podría pensar que una actriz del fenotipo de Tilda Swinson (extraña, andrógina por decir lo menos) diera un resorte histriónico ad hoc a su personaje, el cual pasa por el erotismo (su relación de novia en la secuencia inicial embadurnada de tomate), el despropósito maternal, la tiranía social (el desprecio de la comunidad después de los asesinatos la soporta con estoicismo) y el calvario humano (las visitas desesperanzadoras en la cárcel de Kevin).

Si en términos médicos estamos ante el caso de Kevin de un desajuste neurológico cuyo asunto está en el córtex prefrontal ventromedial, antes que nada Tenemos que hablar de Kevin es un filme que deshila, de manera impecablemente estética, la personalidad de un sicópata, sí, pero va más allá: al igual que la cinta Él/ 1952, de Luis Buñuel, sitúa su ámbito de interés en la ampliación de códigos de conducta sociales y antropológicos (la familia, la sociedad, los valores), aunque en un alarde de interpretación sería válido ajustarnos a lo que escribió Plotino en su tratado (Enéada VI) Sobre el bien o el uno: “Todos los seres tienen su existencia por el Uno, no solo los seres así llamados en el primer sentido, sino los que se dicen atributos de esos seres. Porque, ¿qué es lo que podría existir que no fuese uno? Si lo separamos de la unidad deja inmediatamente de existir. Ni el ejército, ni el coro, ni el rebaño tendrían realidad alguna si no fuesen ya un ejército, un coro o un rebaño. Del mismo modo, la casa y la nave carecen de existencia si no poseen unidad; porque tanto la una como la otra son una unidad y, si esta se pierde, dejan también de ser nave y casa”.