/ viernes 24 de enero de 2020

El Cumpleaños del Perro | Ver cine

El avance inevitable y natural de las nuevas tecnologías ha hecho que el cine modifique sus formas de producción y de consumo entre sus audiencias.

Se dirá que ya no es necesario asistir a una sala para ver cine. Basta una PC o una pantalla de tv conectada a Internet para hacerlo.

Sin embargo, ir a la sala de cine, pagar una entrada al parecer continuará presente en la agenda del público.

Le he escuchado decir a muchas personas, a través de los años, que el cine es un estupendo pasatiempo para no enfrentarse a la soledad. Cuántas personas no tienen en la sala de un cine su única abstracción. Cuántos no repasan la cartelera de lunes a viernes una y otra vez ya que, después de agotadoras horas en el trabajo, no encuentran más distracción afín a sus intereses efectivos (y económicos también). ¿Qué tiene el cine que aún seduce a almas solitarias? Tal vez el inmenso manto de la oscuridad de la sala cobije, cálidamente, al espectador para depositarlo en un ameno anonimato por dos horas para trasladarlo a un mundo donde otros mundos sean posibles. Porque el cine es como una cápsula del tiempo que nos traslada a espacios nunca antes vistos, a mundos a los cuales en esta vida humana no llegaremos sólo mediante sueños o versiones propuestas por el cine y la literatura. Las almas solitarias van al cine no para ver: van a padecer el dulce yugo del entretenimiento. Se dejan masacrar, descuartizar y acariciar por las películas que, desde el esplendor del cine como espectáculo, son tratados como víctimas a sabiendas que son los dioses de las palomitas y del refresco en vaso desechable. Ir al cine es darle continuidad a Jorge Luis Borges en su cuento El aleph: el cine es el monitor donde la ficción emprende la fabulación de la realidad. Al entrar al cine entras en el cine, es decir, a la irrealidad. Juan García Ponce decía que “acaso, la ficción sea nuestra única realidad”. El cine es magia, es tiempo congelado, capa de Hildebrando. Es fuego literario, vino embriagador, oscuridad luminosa. El cine es la manera humana de la eternidad. El cine es tela y rayo láser, penumbra de Eros y vientre de geografías impronunciables. Por el cine sabemos que la vida no alcanza en esta vida. El cine nos lleva de la lágrima a la risa, del inmoral pensamiento a lo puro absorto. El cine es fantasía, realidad, espejo, voz de buitre y canto de cisne. El cine es traslado a mundos de imposible acceso, a vidas de héroes que nos mintieron y están a revisión. El cine es complemento, alimento, divertimento.

El cine es un abrazo cálido entre palomitas, refrescos y, de vez, en vez, la vibración de nuestro celular…

El avance inevitable y natural de las nuevas tecnologías ha hecho que el cine modifique sus formas de producción y de consumo entre sus audiencias.

Se dirá que ya no es necesario asistir a una sala para ver cine. Basta una PC o una pantalla de tv conectada a Internet para hacerlo.

Sin embargo, ir a la sala de cine, pagar una entrada al parecer continuará presente en la agenda del público.

Le he escuchado decir a muchas personas, a través de los años, que el cine es un estupendo pasatiempo para no enfrentarse a la soledad. Cuántas personas no tienen en la sala de un cine su única abstracción. Cuántos no repasan la cartelera de lunes a viernes una y otra vez ya que, después de agotadoras horas en el trabajo, no encuentran más distracción afín a sus intereses efectivos (y económicos también). ¿Qué tiene el cine que aún seduce a almas solitarias? Tal vez el inmenso manto de la oscuridad de la sala cobije, cálidamente, al espectador para depositarlo en un ameno anonimato por dos horas para trasladarlo a un mundo donde otros mundos sean posibles. Porque el cine es como una cápsula del tiempo que nos traslada a espacios nunca antes vistos, a mundos a los cuales en esta vida humana no llegaremos sólo mediante sueños o versiones propuestas por el cine y la literatura. Las almas solitarias van al cine no para ver: van a padecer el dulce yugo del entretenimiento. Se dejan masacrar, descuartizar y acariciar por las películas que, desde el esplendor del cine como espectáculo, son tratados como víctimas a sabiendas que son los dioses de las palomitas y del refresco en vaso desechable. Ir al cine es darle continuidad a Jorge Luis Borges en su cuento El aleph: el cine es el monitor donde la ficción emprende la fabulación de la realidad. Al entrar al cine entras en el cine, es decir, a la irrealidad. Juan García Ponce decía que “acaso, la ficción sea nuestra única realidad”. El cine es magia, es tiempo congelado, capa de Hildebrando. Es fuego literario, vino embriagador, oscuridad luminosa. El cine es la manera humana de la eternidad. El cine es tela y rayo láser, penumbra de Eros y vientre de geografías impronunciables. Por el cine sabemos que la vida no alcanza en esta vida. El cine nos lleva de la lágrima a la risa, del inmoral pensamiento a lo puro absorto. El cine es fantasía, realidad, espejo, voz de buitre y canto de cisne. El cine es traslado a mundos de imposible acceso, a vidas de héroes que nos mintieron y están a revisión. El cine es complemento, alimento, divertimento.

El cine es un abrazo cálido entre palomitas, refrescos y, de vez, en vez, la vibración de nuestro celular…