/ miércoles 23 de septiembre de 2020

El cumpleaños del perro | Virginia Woolf tiene razón

Virginia Woolf decía: “Vivimos sin un futuro. Eso es lo sorprendente: con las narices apretujadas contra una puerta cerrada”. El presente es el que corre y el que importa (“el presente es perpetuo” / Octavio Paz). El dolor no importa en el futuro. El dolor siempre es ahora.

Caminaba por cierta calle cuando se acercó un autobús. Como siempre, yo llevaba prisa y mi paso era casi automático. Al levantar mi vista hacia el autobús, me pareció percibir, de manera relampagueante, que los pasajeros eran mi madre, mi tío José, mi padre, mi tío Pancho, es decir, personas mías amadas, pero ya muertas.

Todos los días nos estamos despidiendo de algo. Vamos disminuyéndonos cada vez más. La edad es el precio por vivir la vida.

El adiós, siempre el adiós que duele, que cala, que cambia, que educa, que pervierte. La despedida como inicio y como finiquito.

Se dice adiós cuando, al parecer, ya no existe alternativa, cuando los colores del arcoíris personal están completos.

El adiós es la manera de decirle a la muerte que aún no nos vamos de este mundo, que hacemos uso de una prórroga.

Decir adiós es volar, correr, viajar hacia otros prados, hacia otras montañas. El adiós es tránsito existencial.

Curtidos por la costumbre y por la manera en que hemos colocado nuestra vida en el escaparate del mundo, el cambio es como una pieza de ajedrez que nos negamos a mover.

El adiós es cambio, libertad, elección, encrucijada, callejón sin salida. Decir adiós es desafiar al presente.

No sé qué tanto de etimológico tenga la palabra adiós con la idea de Dios, lo cierto es que la palabra misma impone respeto, condición definitoria.

Recuerdo que hace algunos años, en una plática sobre extraterrestres o cosas de esa índole, el tipo dizque docto que hablaba ante un escaso público, decía que el indio era un ser místico porque la palabra misma lo vislumbraba: In (dentro) dio (Dios), o sea: el indio es aquel que tiene a Dios dentro.

Bueno, no entraré en detalles para refutar o afirmar significados de palabras, sólo sé que todo simboliza y si es así también contiene. ¿Qué cosas contiene el adiós? ¿De qué nos desprendemos cuando decimos adiós? ¿Qué fortalezas morales nos adjudicamos en el instante mismo del adiós?

A diario estamos diciendo adiós y, también, alguien se está despidiendo de nosotros siempre, siempre…

Decir adiós es volar, correr, viajar hacia otros prados, hacia otras montañas.

Virginia Woolf decía: “Vivimos sin un futuro. Eso es lo sorprendente: con las narices apretujadas contra una puerta cerrada”. El presente es el que corre y el que importa (“el presente es perpetuo” / Octavio Paz). El dolor no importa en el futuro. El dolor siempre es ahora.

Caminaba por cierta calle cuando se acercó un autobús. Como siempre, yo llevaba prisa y mi paso era casi automático. Al levantar mi vista hacia el autobús, me pareció percibir, de manera relampagueante, que los pasajeros eran mi madre, mi tío José, mi padre, mi tío Pancho, es decir, personas mías amadas, pero ya muertas.

Todos los días nos estamos despidiendo de algo. Vamos disminuyéndonos cada vez más. La edad es el precio por vivir la vida.

El adiós, siempre el adiós que duele, que cala, que cambia, que educa, que pervierte. La despedida como inicio y como finiquito.

Se dice adiós cuando, al parecer, ya no existe alternativa, cuando los colores del arcoíris personal están completos.

El adiós es la manera de decirle a la muerte que aún no nos vamos de este mundo, que hacemos uso de una prórroga.

Decir adiós es volar, correr, viajar hacia otros prados, hacia otras montañas. El adiós es tránsito existencial.

Curtidos por la costumbre y por la manera en que hemos colocado nuestra vida en el escaparate del mundo, el cambio es como una pieza de ajedrez que nos negamos a mover.

El adiós es cambio, libertad, elección, encrucijada, callejón sin salida. Decir adiós es desafiar al presente.

No sé qué tanto de etimológico tenga la palabra adiós con la idea de Dios, lo cierto es que la palabra misma impone respeto, condición definitoria.

Recuerdo que hace algunos años, en una plática sobre extraterrestres o cosas de esa índole, el tipo dizque docto que hablaba ante un escaso público, decía que el indio era un ser místico porque la palabra misma lo vislumbraba: In (dentro) dio (Dios), o sea: el indio es aquel que tiene a Dios dentro.

Bueno, no entraré en detalles para refutar o afirmar significados de palabras, sólo sé que todo simboliza y si es así también contiene. ¿Qué cosas contiene el adiós? ¿De qué nos desprendemos cuando decimos adiós? ¿Qué fortalezas morales nos adjudicamos en el instante mismo del adiós?

A diario estamos diciendo adiós y, también, alguien se está despidiendo de nosotros siempre, siempre…

Decir adiós es volar, correr, viajar hacia otros prados, hacia otras montañas.