/ viernes 8 de mayo de 2020

El cumpleaños del perro | Voraz/ lo crudo veraz

Rayando en la pieza maestra, Voraz (Raw)/ Francia- Bélgica- 2016, de Julia Ducournau, es una metáfora y una mirada contundente sobre dos mundos acaso instintivos, el de Justine/ Garance Marillier con su rol a priori raw (crudo, puro, bruto) frente al mundo exterior, y el de éste con sus códigos infra y meta degradantes (Carrie: extraño presentimiento/ 1976 está de imperioso aval referencial).

“Para darte en la madre no hay como tu familia”, rezaba el slogan promocional del filme Crónica de un desayuno/ Benjamín Cann- 1999. Y el prurito conclusivo (y acierto incontestable) de la debutante Ducournau es ese: origen es destino. Llevada por sus padres a que estudie veterinaria al igual que su hermana mayor Alexia/ Ella Rumpf, Justine (¿raw inofensivo de la Justine del Marqués de Sade?) es llevada a la proto jungla civilizada de la universidad.

Justine es vegetariana. Pronto recibirá, de los alumnos avanzados de grado, humillantes faenas de la “novatada” (baño con sangre de equino incluida). Es entonces que Ducournau activa sus redes de aprehensión sicóticas/ sicológicas. Del nefasto acto de comer riñones de conejo crudo, Justine caerá en una vorágine de canibalismo con una agravante perturbadora: no es la única.

Narrada con aparente desaseo temporal, Voraz es un alegato feminista y social sobre la pauperización de códigos de convivencia tanto familiar (el impactante final de la confesión del padre de Justine y Alexia es demoledor) como institucional (la doctora permisible que atiende a las chicas novatas vejadas de la Facultad es inquietante y es un grano de sal a la herida de las transgresiones vistas como normales).

Voraz es un ejercicio de estilo gore, de terror brutal donde la inclemencia de lo amoral está sustentada por contextos pútridos y asumidos como cardinales dentro de las normas sociales.

Voraz es estereotipo slasher de la autoexclusión como síntoma de apocalipsis individuales que extrapolan hecatombes irremediables de una cosmovisión mundana. En este sentido, Tenemos la carne/ 2016, de Emiliano Rocha, sería un eslabón evidente.

Voraz es la defensa de la joven Justine ante un mundo Feroz/ John Fawcett- 2000 que devora, ancestralmente a la mujer y que la vida de su hermana es carne mutante, vampírica, cómplice del mal para el bien de ambas.

Voraz es cine escatológico que incomoda -con la aguja punzante del score musical de Jim Williams- y que sutura dos vertientes del arte de cualquier época: el desencanto y la ruptura como continuidad de lo irremediable- inverosímil.

Rayando en la pieza maestra, Voraz (Raw)/ Francia- Bélgica- 2016, de Julia Ducournau, es una metáfora y una mirada contundente sobre dos mundos acaso instintivos, el de Justine/ Garance Marillier con su rol a priori raw (crudo, puro, bruto) frente al mundo exterior, y el de éste con sus códigos infra y meta degradantes (Carrie: extraño presentimiento/ 1976 está de imperioso aval referencial).

“Para darte en la madre no hay como tu familia”, rezaba el slogan promocional del filme Crónica de un desayuno/ Benjamín Cann- 1999. Y el prurito conclusivo (y acierto incontestable) de la debutante Ducournau es ese: origen es destino. Llevada por sus padres a que estudie veterinaria al igual que su hermana mayor Alexia/ Ella Rumpf, Justine (¿raw inofensivo de la Justine del Marqués de Sade?) es llevada a la proto jungla civilizada de la universidad.

Justine es vegetariana. Pronto recibirá, de los alumnos avanzados de grado, humillantes faenas de la “novatada” (baño con sangre de equino incluida). Es entonces que Ducournau activa sus redes de aprehensión sicóticas/ sicológicas. Del nefasto acto de comer riñones de conejo crudo, Justine caerá en una vorágine de canibalismo con una agravante perturbadora: no es la única.

Narrada con aparente desaseo temporal, Voraz es un alegato feminista y social sobre la pauperización de códigos de convivencia tanto familiar (el impactante final de la confesión del padre de Justine y Alexia es demoledor) como institucional (la doctora permisible que atiende a las chicas novatas vejadas de la Facultad es inquietante y es un grano de sal a la herida de las transgresiones vistas como normales).

Voraz es un ejercicio de estilo gore, de terror brutal donde la inclemencia de lo amoral está sustentada por contextos pútridos y asumidos como cardinales dentro de las normas sociales.

Voraz es estereotipo slasher de la autoexclusión como síntoma de apocalipsis individuales que extrapolan hecatombes irremediables de una cosmovisión mundana. En este sentido, Tenemos la carne/ 2016, de Emiliano Rocha, sería un eslabón evidente.

Voraz es la defensa de la joven Justine ante un mundo Feroz/ John Fawcett- 2000 que devora, ancestralmente a la mujer y que la vida de su hermana es carne mutante, vampírica, cómplice del mal para el bien de ambas.

Voraz es cine escatológico que incomoda -con la aguja punzante del score musical de Jim Williams- y que sutura dos vertientes del arte de cualquier época: el desencanto y la ruptura como continuidad de lo irremediable- inverosímil.