/ jueves 11 de julio de 2019

El encanto del pasado consiste en que es el pasado

El pasado es el material con el que fabricamos el futuro.

Sin actividad futbolística de momento, me gustaría presentarles esbozos de los grandes jugadores que he tenido el gusto de haber visto actuar, tan antiguos que tal vez ni siquiera han oído hablar de ellos, jugadores que exhibían condiciones semejantes a las de los actuales consagrados que ahora son elevados a las alturas inalcanzables por los comentaristas especializados que habiendo iniciado su carrera de informadores y analistas especializados, tienen en Lionel Messi, extraordinario jugador de futbol, como a la máxima expresión del buen juego.

Resulta bastante difícil encontrar la forma de medir cabalmente las condiciones físicas (velocidad, fuerza, resistencia y salto), debido a que los jugadores actuales observan reglas del juego, distintas a las del pasado, en donde si yo deseaba “matar” un balón con el pecho, al defensor rival le bastaba conque la suela de sus zapatos (llena de tachones), no rebasara la circunferencia del balón, para que le fuera permitido entibarlo contra mi torso... ¿No lo crees? Pues pregúntaselo a tu abuelo... imaginas a Altidor haciendo eso con el “Chapito” Montes, o a Ramos con Messi.

Otro cambio del reglamento que dificulta las comparaciones es el peso del balón y la textura del mismo, el balón antiguo era de cuero de vaca, cortado en rectángulos que se cosían hasta darle forma esférica, que contenía una abertura con ojales por los que corrían agujetas del mismo cuero, por donde se metía una cámara de hule que, al inflarse daba al balón las condiciones para poder jugar con él. Aquellas correas quedaban expuestas sobre la superficie, que no sólo lastimaban a su contacto, sino que dejaban la marca sobre la piel del jugador.

En aquel tiempo, los porteros aún no se protegían con guantes, así que en invierno detener un chutazo de Puzcas implicaba un dolor agudo, cabecearlo peor aún, pues la marca de las correas que cerraban la abertura se quedaban marcadas en la frente del jugador, lo mismo ocurría si formando parte de una barrera el balón te pegaba en un costado, por ahí en la cintura. Aquella bola de cuero pesaba 962 gramos, más de la mitad de la que ahora se usa, cuya superficie al ser contactada resulta una caricia comparada con la otra. Para un ejecutante, era un castigo ir a cobrar un tiro de esquina, pues se necesitaba un buen punch para llegar el balón hasta los rematadores.

Si recuerdan o han visto en videos el Mundial del 70, Pelé realizó una jugada que sorprendió a todo el mundo, estuvo a centímetros de anotarle a Víctor, portero rumano, con un chut desde el círculo de medio campo, algo que hasta entonces nadie había intentado. La verdad, no imagino a Messi conduciendo uno de esos balones a la velocidad con que ahora corre, ni mirarlo realizar esos tiros libres con los que ahora sorprende al mundo. Ya con un balón volador, Roberto Carlos nos tiene aún sorprendidos con un gol anotado a Francia en un tiro libre que libró a la barrera con más de un metro, para dibujar una curva imposible, pero olvidamos que el mismo Pelé en el Mundial de Inglaterra-66 le hizo un gol igual a Bulgaria, pero con el balón pesado.

Habrá por ahí todavía alguien que recuerde un despeje de Ormeño, aquel gigantón portero peruano, que jugando para el América estrelló contra el graderío que estaba a espaldas de la portería sur del desaparecido estadio Tampico, no quiero pensar a dónde hubiera ido a parar un balón de los actuales. Obviamente que para conducir rápido aquellos balones se requería de jugadores musculosos que justificaran el corpulento físico del “Charro” Manuel Moreno, que para los hinchas argentinos de antaño fue mejor que Messi, Maradona y DiStéfano juntos, o que para golpear el balón con la potencia de Roberto Carlos era necesaria la carrocería de Puzcas. Poco a poco iré sacando del recuerdo a los jugadores que vi jugar y que hicieron una historia que ahora los jóvenes analistas consideran exagerada y sin merecimiento para compararla con la de las maravillas actuales.

Seguramente has oído hablar del húngaro Puzcas, pero seguramente no sabes quién fue Florian Albert, Balón de Oro en 1967, o del brasileño Altafini, el alemán Beckenbauer, el irlandés George Best, el brasileño Garrincha, el soviético (ucraniano) Oleg Blohine, el polaco Raymond Kopa, el aleman Paul Breitner, el argentino Amadeo Carrizo, el portugués Mario Coluna, el español Collar, el uruguayo Luis Cubilla, el peruano Teófilo Cubillas, el húngaro Zoltan Czibor, el galés John Charles, el inglés Bobby Charlton, el Polaco Casimir Deyna, el español Luis del Sol, el brasileño Waldir Pereyra “Didí”, el argentino Alfredo Di Stéfano, el portugués Eusebio, el brasileño Evaristo Macedo, el italiano Giacinto Facchetti, el chileno Elías Figueroa, el argentino Ubaldo Matildo Fillol, el francés Just Fontaine, el español Francisco Gento, el rumano Dudu Georgescu, el brasileño Gerson de Oliveira, el inglés Kevin Keegan etc., estc., etc., y muchos más, tan buenos como los favoritos actuales, que son olvidados por los analistas que celosos de su presente, niegan la grandeza del pasado.

Hasta pronto amigo.



El pasado es el material con el que fabricamos el futuro.

Sin actividad futbolística de momento, me gustaría presentarles esbozos de los grandes jugadores que he tenido el gusto de haber visto actuar, tan antiguos que tal vez ni siquiera han oído hablar de ellos, jugadores que exhibían condiciones semejantes a las de los actuales consagrados que ahora son elevados a las alturas inalcanzables por los comentaristas especializados que habiendo iniciado su carrera de informadores y analistas especializados, tienen en Lionel Messi, extraordinario jugador de futbol, como a la máxima expresión del buen juego.

Resulta bastante difícil encontrar la forma de medir cabalmente las condiciones físicas (velocidad, fuerza, resistencia y salto), debido a que los jugadores actuales observan reglas del juego, distintas a las del pasado, en donde si yo deseaba “matar” un balón con el pecho, al defensor rival le bastaba conque la suela de sus zapatos (llena de tachones), no rebasara la circunferencia del balón, para que le fuera permitido entibarlo contra mi torso... ¿No lo crees? Pues pregúntaselo a tu abuelo... imaginas a Altidor haciendo eso con el “Chapito” Montes, o a Ramos con Messi.

Otro cambio del reglamento que dificulta las comparaciones es el peso del balón y la textura del mismo, el balón antiguo era de cuero de vaca, cortado en rectángulos que se cosían hasta darle forma esférica, que contenía una abertura con ojales por los que corrían agujetas del mismo cuero, por donde se metía una cámara de hule que, al inflarse daba al balón las condiciones para poder jugar con él. Aquellas correas quedaban expuestas sobre la superficie, que no sólo lastimaban a su contacto, sino que dejaban la marca sobre la piel del jugador.

En aquel tiempo, los porteros aún no se protegían con guantes, así que en invierno detener un chutazo de Puzcas implicaba un dolor agudo, cabecearlo peor aún, pues la marca de las correas que cerraban la abertura se quedaban marcadas en la frente del jugador, lo mismo ocurría si formando parte de una barrera el balón te pegaba en un costado, por ahí en la cintura. Aquella bola de cuero pesaba 962 gramos, más de la mitad de la que ahora se usa, cuya superficie al ser contactada resulta una caricia comparada con la otra. Para un ejecutante, era un castigo ir a cobrar un tiro de esquina, pues se necesitaba un buen punch para llegar el balón hasta los rematadores.

Si recuerdan o han visto en videos el Mundial del 70, Pelé realizó una jugada que sorprendió a todo el mundo, estuvo a centímetros de anotarle a Víctor, portero rumano, con un chut desde el círculo de medio campo, algo que hasta entonces nadie había intentado. La verdad, no imagino a Messi conduciendo uno de esos balones a la velocidad con que ahora corre, ni mirarlo realizar esos tiros libres con los que ahora sorprende al mundo. Ya con un balón volador, Roberto Carlos nos tiene aún sorprendidos con un gol anotado a Francia en un tiro libre que libró a la barrera con más de un metro, para dibujar una curva imposible, pero olvidamos que el mismo Pelé en el Mundial de Inglaterra-66 le hizo un gol igual a Bulgaria, pero con el balón pesado.

Habrá por ahí todavía alguien que recuerde un despeje de Ormeño, aquel gigantón portero peruano, que jugando para el América estrelló contra el graderío que estaba a espaldas de la portería sur del desaparecido estadio Tampico, no quiero pensar a dónde hubiera ido a parar un balón de los actuales. Obviamente que para conducir rápido aquellos balones se requería de jugadores musculosos que justificaran el corpulento físico del “Charro” Manuel Moreno, que para los hinchas argentinos de antaño fue mejor que Messi, Maradona y DiStéfano juntos, o que para golpear el balón con la potencia de Roberto Carlos era necesaria la carrocería de Puzcas. Poco a poco iré sacando del recuerdo a los jugadores que vi jugar y que hicieron una historia que ahora los jóvenes analistas consideran exagerada y sin merecimiento para compararla con la de las maravillas actuales.

Seguramente has oído hablar del húngaro Puzcas, pero seguramente no sabes quién fue Florian Albert, Balón de Oro en 1967, o del brasileño Altafini, el alemán Beckenbauer, el irlandés George Best, el brasileño Garrincha, el soviético (ucraniano) Oleg Blohine, el polaco Raymond Kopa, el aleman Paul Breitner, el argentino Amadeo Carrizo, el portugués Mario Coluna, el español Collar, el uruguayo Luis Cubilla, el peruano Teófilo Cubillas, el húngaro Zoltan Czibor, el galés John Charles, el inglés Bobby Charlton, el Polaco Casimir Deyna, el español Luis del Sol, el brasileño Waldir Pereyra “Didí”, el argentino Alfredo Di Stéfano, el portugués Eusebio, el brasileño Evaristo Macedo, el italiano Giacinto Facchetti, el chileno Elías Figueroa, el argentino Ubaldo Matildo Fillol, el francés Just Fontaine, el español Francisco Gento, el rumano Dudu Georgescu, el brasileño Gerson de Oliveira, el inglés Kevin Keegan etc., estc., etc., y muchos más, tan buenos como los favoritos actuales, que son olvidados por los analistas que celosos de su presente, niegan la grandeza del pasado.

Hasta pronto amigo.