/ domingo 28 de noviembre de 2021

El héroe que todos somos

A menudo los héroes no son lo que el mundo piensa que deberían ser, para merecer ese honroso título.

No son la valentía personificada, que enfrenta a la muerte sin temor, sacrificando su propia vida. Se dice que Morelos tuvo miedo en el momento en que estuvo frente al pelotón de fusilamiento, pero por su martirio y a pesar de sus naturales temores muchos pudimos tener una vida libre y un mejor futuro.

Los héroes no necesitan ser los estrategas geniales, ni los generales exitosos que planean el combate para obtener triunfos a favor de las causas por las que luchan. Lo son también esos seres comunes que con sencillez lograron hacer de lo ordinario algo extraordinario, sin aspavientos, con los dones que recibieron desde lo Alto. Teresa de Calcuta no tenía idea de cómo enfrentaría su lucha contra la miseria humana, pero lo hizo, a pesar de lo difícil que sin duda fue. Y no obstante que ella creía que era solo una gota en el océano, entendió que el océano no sería lo que es, sin esa gota.

Un héroe no nace siéndolo, sino que la gana con sus acciones en favor de los demás. Tal vez no sabe cómo diseñar fórmulas para la victoria, conocidas solo por los expertos, ni ha leído El arte de la guerra, de SunTzu. Pero tuvo un corazón que ofrecer haciendo que su esfuerzo germinara en el alma de otros, que por él conocieron la esperanza. Nelson Mandela fue frágil de cuerpo, pero no del espíritu y pasó en prisión gran parte de su vida, pero su dignidad le hizo liberar más tarde a su pueblo por siglos sometido, con la fortaleza invicta de un guerrero.

Tal vez un héroe no sea un orador extraordinario, pero hay algunos que sí lo son y no por eso llegaron a ser héroes. No se necesita ser un gran pensador, o un administrador astuto, o un sabio tecnócrata. Puede que sea un hombre sencillo, callado y con pocos lauros académicos, pero su espíritu generoso le impulsó a pensar en sus semejantes antes que en sí mismo y eso le definió como líder de sus hermanos en la búsqueda de la felicidad. Martín Luther King era un humilde pastor luterano que conmovió a sus contemporáneos, solo con imaginar un sueño diferente para su gente. Y lo logró.

El verdadero héroe no necesita escenarios esplendorosos para trascender. No requiere de reflectores pues él tiene su propia luz. No espera ser reconocido por muchos para que su causa triunfe. Por el contrario, al ser congruente con sus principios aunque estos le reclamen estar en la sombra, comprende que al final esta puede ser tan importante como la luz. Fco I. Madero, nuestro paradigma de la democracia, murió asesinado en un lugar oscuro, ignorado por tantos a los que sin embargo mostró la grandeza que se esconde en los ideales cuando se es fiel a ellos y a su significado para la vida de los demás. Lo que muchos no hacen y prefieren quedarse en la tibieza de la autocomplacencia o la demagogia populista, que casi siempre es estéril.

El héroe no es pues un dios menor, o un ser inmaculado y perfecto. Es un mortal de carne y hueso que logró sin embargo convertir su humana fragilidad en algo que perdurará en el tiempo, como recuerdo imperecedero de lo que es capaz de obtener el espíritu del hombre cuando encuentra un sentido para su vida. Es un soñador que empeña su devoción en favor de la existencia ajena; es la osadía frente al conformismo, la inspiración de muchos y la aspiración de otros; la lucha frente a la inmovilidad, el sublime afán por transformar la vida de los demás y rescatarla de la inercia y el olvido.

José Martí, Mahatma Gandhi, Rigoberta Menchú, Benito Juárez, Abraham Lincoln han sido paradigmas que supieron poner, con su contingencia y sus limitaciones a cuestas, un horizonte en la vida de otros e hicieron con ello posible el paradójico encuentro de la finitud con el infinito, y convirtieron sus ilusiones en realidades y los sueños en magníficas posibilidades de permanencia. Por eso el héroe es la quintaesencia de todo lo que soñamos; aquel que sabe que aunque la vida no es justa, él sí puede serlo; el que entiende que aunque no vivirá para siempre, puede hacer algo que perdure y encuentra gratificante trascender, porque es consciente de que su asignatura pendiente con la vida es aportar su esfuerzo al crecimiento del universo y no ver simplemente cómo pasa frente a él sin hacer nada.

Hay sin embargo una verdad más profunda en el significado del heroísmo y es el hecho de que todos podemos serlo. Todos somos héroes cuando hacemos bien nuestro trabajo y además somos felices haciéndolo, ya seamos sencillos operarios, notables artistas o deportistas, empresarios o profesionistas. Porque la obligación de ser heroicos se cumple simplemente cumpliendo con nuestro deber, por simple que sea nuestra posición en la comunidad a la que pertenecemos. El auténtico heroismo es el de aquel que sabe enfrentar la vida con la responsabilidad que ello entraña y con la ilusión que significa dejarla un poco mejor de como la encontró.

B. Malamund escribió que si no descubrimos el héroe que todos podemos ser, solo seremos simples espectadores de un mundo que necesita de nuestra aportación para crecer, conscientes de nuestro origen y nuestro destino. Pero solo cuando comprendamos que también nosotros podemos ser héroes, seremos capaces de dar rumbo y significado a nuestra vida, porque con nuestro esfuerzo, habremos establecido la diferencia.

A menudo los héroes no son lo que el mundo piensa que deberían ser, para merecer ese honroso título.

No son la valentía personificada, que enfrenta a la muerte sin temor, sacrificando su propia vida. Se dice que Morelos tuvo miedo en el momento en que estuvo frente al pelotón de fusilamiento, pero por su martirio y a pesar de sus naturales temores muchos pudimos tener una vida libre y un mejor futuro.

Los héroes no necesitan ser los estrategas geniales, ni los generales exitosos que planean el combate para obtener triunfos a favor de las causas por las que luchan. Lo son también esos seres comunes que con sencillez lograron hacer de lo ordinario algo extraordinario, sin aspavientos, con los dones que recibieron desde lo Alto. Teresa de Calcuta no tenía idea de cómo enfrentaría su lucha contra la miseria humana, pero lo hizo, a pesar de lo difícil que sin duda fue. Y no obstante que ella creía que era solo una gota en el océano, entendió que el océano no sería lo que es, sin esa gota.

Un héroe no nace siéndolo, sino que la gana con sus acciones en favor de los demás. Tal vez no sabe cómo diseñar fórmulas para la victoria, conocidas solo por los expertos, ni ha leído El arte de la guerra, de SunTzu. Pero tuvo un corazón que ofrecer haciendo que su esfuerzo germinara en el alma de otros, que por él conocieron la esperanza. Nelson Mandela fue frágil de cuerpo, pero no del espíritu y pasó en prisión gran parte de su vida, pero su dignidad le hizo liberar más tarde a su pueblo por siglos sometido, con la fortaleza invicta de un guerrero.

Tal vez un héroe no sea un orador extraordinario, pero hay algunos que sí lo son y no por eso llegaron a ser héroes. No se necesita ser un gran pensador, o un administrador astuto, o un sabio tecnócrata. Puede que sea un hombre sencillo, callado y con pocos lauros académicos, pero su espíritu generoso le impulsó a pensar en sus semejantes antes que en sí mismo y eso le definió como líder de sus hermanos en la búsqueda de la felicidad. Martín Luther King era un humilde pastor luterano que conmovió a sus contemporáneos, solo con imaginar un sueño diferente para su gente. Y lo logró.

El verdadero héroe no necesita escenarios esplendorosos para trascender. No requiere de reflectores pues él tiene su propia luz. No espera ser reconocido por muchos para que su causa triunfe. Por el contrario, al ser congruente con sus principios aunque estos le reclamen estar en la sombra, comprende que al final esta puede ser tan importante como la luz. Fco I. Madero, nuestro paradigma de la democracia, murió asesinado en un lugar oscuro, ignorado por tantos a los que sin embargo mostró la grandeza que se esconde en los ideales cuando se es fiel a ellos y a su significado para la vida de los demás. Lo que muchos no hacen y prefieren quedarse en la tibieza de la autocomplacencia o la demagogia populista, que casi siempre es estéril.

El héroe no es pues un dios menor, o un ser inmaculado y perfecto. Es un mortal de carne y hueso que logró sin embargo convertir su humana fragilidad en algo que perdurará en el tiempo, como recuerdo imperecedero de lo que es capaz de obtener el espíritu del hombre cuando encuentra un sentido para su vida. Es un soñador que empeña su devoción en favor de la existencia ajena; es la osadía frente al conformismo, la inspiración de muchos y la aspiración de otros; la lucha frente a la inmovilidad, el sublime afán por transformar la vida de los demás y rescatarla de la inercia y el olvido.

José Martí, Mahatma Gandhi, Rigoberta Menchú, Benito Juárez, Abraham Lincoln han sido paradigmas que supieron poner, con su contingencia y sus limitaciones a cuestas, un horizonte en la vida de otros e hicieron con ello posible el paradójico encuentro de la finitud con el infinito, y convirtieron sus ilusiones en realidades y los sueños en magníficas posibilidades de permanencia. Por eso el héroe es la quintaesencia de todo lo que soñamos; aquel que sabe que aunque la vida no es justa, él sí puede serlo; el que entiende que aunque no vivirá para siempre, puede hacer algo que perdure y encuentra gratificante trascender, porque es consciente de que su asignatura pendiente con la vida es aportar su esfuerzo al crecimiento del universo y no ver simplemente cómo pasa frente a él sin hacer nada.

Hay sin embargo una verdad más profunda en el significado del heroísmo y es el hecho de que todos podemos serlo. Todos somos héroes cuando hacemos bien nuestro trabajo y además somos felices haciéndolo, ya seamos sencillos operarios, notables artistas o deportistas, empresarios o profesionistas. Porque la obligación de ser heroicos se cumple simplemente cumpliendo con nuestro deber, por simple que sea nuestra posición en la comunidad a la que pertenecemos. El auténtico heroismo es el de aquel que sabe enfrentar la vida con la responsabilidad que ello entraña y con la ilusión que significa dejarla un poco mejor de como la encontró.

B. Malamund escribió que si no descubrimos el héroe que todos podemos ser, solo seremos simples espectadores de un mundo que necesita de nuestra aportación para crecer, conscientes de nuestro origen y nuestro destino. Pero solo cuando comprendamos que también nosotros podemos ser héroes, seremos capaces de dar rumbo y significado a nuestra vida, porque con nuestro esfuerzo, habremos establecido la diferencia.