/ martes 9 de octubre de 2018

El hombre de blanco, a partir de él, el 10 es para el mejor jugador.

Quien vio jugar al hombre número 10 de blanco, sabe que no hay comparaciones

El único encanto del pasado consiste en que es el pasado. Por lo mismo, querer hacer que aquello que ha pasado vuelva a ser es siempre una gran equivocación... Dos equipos mexicanos del pasado me han impresionado: el Campeonísimo Guadalajara, que lo ganó casi todo y, el América de Leo Beenhakker que no ganó nada. Las Chivas mantuvieron más o menos la misma alineación desde el 58 hasta el 63, mientras que la del América fue flor de un día. El juego del Guadalajara era sobrio, destacando el juego colectivo sobre el individual. El estilo de las Águilas era vertical, relampagueante, salpicando jugadas de individuales que al ser concretadas complacían al público.

¡No! Ya no hemos podido disfrutar de otro Guadalajara como aquel y, aunque tanto las Chivas como las águilas han tenido buenas temporadas, no han logrado superar a las de antaño. Tengo conmigo una gran cantidad de información que me regalara uno de mis lectores, una de las cuales tengo en este momento en mis manos, sin encontrar por ninguna parte el nombre del autor del escrito, que para mí, que como vi a ese Guadalajara y a ese América, igual tuve la fortuna de ver al protagonista en cuestión.

¿Fue Pelé todo lo que de él se dice? Nada de lo que le veo a Messi es de otro mundo. Nada de lo que hizo Maradona lo hace completo. DiStéfano, que jugaba igual que Messi, era todoterreno, cabeceaba bien y golpeaba el balón con la misma precisión de derecha como de izquierda y, podríamos decir que no ocupó nada más para brindarle al Real Madrid su época de oro. Cinco Ligas consecutivas y cinco Champions consecutivas, pero todo lo que hacía era realizable. A George Best, otro de los grandes genios del fut-bol, se le pidió cierta ocasión su opinión sobre David Beckman, a lo que contestó: No sabe recuperar balones, no golpea el balón con la izquierda y, no sabe cabecear. En cuanto a lo demás, es un buen jugador. Best, como Pelé, fue un genio inexplicable que se perdió en el vicio por su gusto, sin lamentarse por nada.

El desconocido que escribe cuenta que, en 1957, vi por segunda vez jugar a Pelé en el estadio de Pacaembu. Por alguna extraña razón tuve el presentimiento de que estaba por presenciar algo fuera de lo común. Lo confirmé durante el cobro de un tiro de esquina desde la banda izquierda con mucha fuerza... Ahí estaba él... en la esquina del área grande, el número 10 de Santos de Brasil, golpeó la pelota casi sin impulso pero de manera monumental. El balón estuvo a punto de hacer un hoyo en la red. ¿Que había pasado exactamente ahí?

No había referencia, nunca había visto a nadie hacer eso. Esto publicó hace tiempo un gol anotado por Manuel “Gato” Gutiérrez, en donde claramente se veía el balón arrastrando a la red casi un metro hacia atrás. Ese es el remate con la cabeza más impresionante que he visto... El fenómeno Pelé comenzaba para mí y para una generación de privilegiados. Iba a ser la era más brillante del futbol desde su innovación. El Santos en aquella época solo jugaba con un uniforme que era de un blanco total, tal vez por la perfección casi divina de sus jugadas o tal vez por el halo místico en el que parecían estar envueltos los jugadores. El escudo del club apenas estaba delineado, sugerido y era la única contaminación visual de aquel equipo de artistas. Por su parte la gente de la Villa Delmiro, el estadio del equipo, también se esmeraba por acudir a las gradas vestidos con un blanco inmaculado. El escenario parecía una eterna y continua primera comunión con el balón.

Cualquier equipo tiene que jugar alguna vez a los laterales, tiene que darse un tiempo para la creación en el medio campo, tiene que lograr un momento para levantar la cabeza y pensar en la próxima jugada; existe la duda, el tiro fuera de la cancha, así como la indecisión y el pase de más... El Santos de Pelé núnca fue así. La gente en la tribuna de aquella época supo que estaba ante un fenómeno único que estaba presenciando la historia al momento de escribirse. Un hombre de blanco estaba haciendo las cosas bien, rápido y en dirección al gol. Parecía un sueño hecho realidad y más.

Hoy me parece gracioso cuando algunas personas que no tuvieron el privilegio de ver jugar a Pelé con sus propios ojos, intenten compararlo con los simples mortales que llegaron después. Creo que es un ejercicio inútil. La única manera de compararlo sería si alguien pudiera clonarlo para que saltara de nuevo a la cancha.

Quien vio jugar al hombre número 10 de blanco, sabe que no hay comparaciones

El único encanto del pasado consiste en que es el pasado. Por lo mismo, querer hacer que aquello que ha pasado vuelva a ser es siempre una gran equivocación... Dos equipos mexicanos del pasado me han impresionado: el Campeonísimo Guadalajara, que lo ganó casi todo y, el América de Leo Beenhakker que no ganó nada. Las Chivas mantuvieron más o menos la misma alineación desde el 58 hasta el 63, mientras que la del América fue flor de un día. El juego del Guadalajara era sobrio, destacando el juego colectivo sobre el individual. El estilo de las Águilas era vertical, relampagueante, salpicando jugadas de individuales que al ser concretadas complacían al público.

¡No! Ya no hemos podido disfrutar de otro Guadalajara como aquel y, aunque tanto las Chivas como las águilas han tenido buenas temporadas, no han logrado superar a las de antaño. Tengo conmigo una gran cantidad de información que me regalara uno de mis lectores, una de las cuales tengo en este momento en mis manos, sin encontrar por ninguna parte el nombre del autor del escrito, que para mí, que como vi a ese Guadalajara y a ese América, igual tuve la fortuna de ver al protagonista en cuestión.

¿Fue Pelé todo lo que de él se dice? Nada de lo que le veo a Messi es de otro mundo. Nada de lo que hizo Maradona lo hace completo. DiStéfano, que jugaba igual que Messi, era todoterreno, cabeceaba bien y golpeaba el balón con la misma precisión de derecha como de izquierda y, podríamos decir que no ocupó nada más para brindarle al Real Madrid su época de oro. Cinco Ligas consecutivas y cinco Champions consecutivas, pero todo lo que hacía era realizable. A George Best, otro de los grandes genios del fut-bol, se le pidió cierta ocasión su opinión sobre David Beckman, a lo que contestó: No sabe recuperar balones, no golpea el balón con la izquierda y, no sabe cabecear. En cuanto a lo demás, es un buen jugador. Best, como Pelé, fue un genio inexplicable que se perdió en el vicio por su gusto, sin lamentarse por nada.

El desconocido que escribe cuenta que, en 1957, vi por segunda vez jugar a Pelé en el estadio de Pacaembu. Por alguna extraña razón tuve el presentimiento de que estaba por presenciar algo fuera de lo común. Lo confirmé durante el cobro de un tiro de esquina desde la banda izquierda con mucha fuerza... Ahí estaba él... en la esquina del área grande, el número 10 de Santos de Brasil, golpeó la pelota casi sin impulso pero de manera monumental. El balón estuvo a punto de hacer un hoyo en la red. ¿Que había pasado exactamente ahí?

No había referencia, nunca había visto a nadie hacer eso. Esto publicó hace tiempo un gol anotado por Manuel “Gato” Gutiérrez, en donde claramente se veía el balón arrastrando a la red casi un metro hacia atrás. Ese es el remate con la cabeza más impresionante que he visto... El fenómeno Pelé comenzaba para mí y para una generación de privilegiados. Iba a ser la era más brillante del futbol desde su innovación. El Santos en aquella época solo jugaba con un uniforme que era de un blanco total, tal vez por la perfección casi divina de sus jugadas o tal vez por el halo místico en el que parecían estar envueltos los jugadores. El escudo del club apenas estaba delineado, sugerido y era la única contaminación visual de aquel equipo de artistas. Por su parte la gente de la Villa Delmiro, el estadio del equipo, también se esmeraba por acudir a las gradas vestidos con un blanco inmaculado. El escenario parecía una eterna y continua primera comunión con el balón.

Cualquier equipo tiene que jugar alguna vez a los laterales, tiene que darse un tiempo para la creación en el medio campo, tiene que lograr un momento para levantar la cabeza y pensar en la próxima jugada; existe la duda, el tiro fuera de la cancha, así como la indecisión y el pase de más... El Santos de Pelé núnca fue así. La gente en la tribuna de aquella época supo que estaba ante un fenómeno único que estaba presenciando la historia al momento de escribirse. Un hombre de blanco estaba haciendo las cosas bien, rápido y en dirección al gol. Parecía un sueño hecho realidad y más.

Hoy me parece gracioso cuando algunas personas que no tuvieron el privilegio de ver jugar a Pelé con sus propios ojos, intenten compararlo con los simples mortales que llegaron después. Creo que es un ejercicio inútil. La única manera de compararlo sería si alguien pudiera clonarlo para que saltara de nuevo a la cancha.