/ jueves 17 de octubre de 2019

El intercambio y la víspera

El clima es propicio para la imaginación, dejemos que brote y nos sorprenda. Aquí otro pequeño cuento de mi autoría, espero sea de su agrado.

El camino que conducía al siguiente pueblo se encontraba desolado. La Luna iluminaba el sendero por donde debía pasar esa noche Rosendo Zárate, capataz de la hacienda “Los Olvidados”, quien de cuando en cuando debía cumplir los encargos del patrón a altas hora de la noche en el pueblo vecino.

Rosendo era un hombre de ley por lo cual le estaba agradecido a su patrón por haberlo recogido cuando quedó huérfano a los 5 años, y gustaba de Rosita, la muchacha de servicio en la hacienda, muchacha bonita y recatada a quien Rosendo tenía prometido matrimonio en unos meses. "Anda Rosendo, no te tardes y deja el encargo en 'La Divina' y te regresas, pero no a galope, no vaya a ser que revientes el caballo como hace un año”, le decía a Rosendo don Mario Fernández, su patrón y dueño de “Los Olvidados”, hombre maduro, viudo y acostumbrado a tener siempre todo lo que quería, todo, excepto a Rosita.

“No me tardo patrón”, contestó Rosendo, y montando su caballo salió a cumplir el encargo.

La Luna se ocultaba a ratos entre las nubes como jugando escondidas, por ello el camino se veía claramente solo a ratos, pero a Rosendo no le preocupaba pues lo conocía como la palma de su mano y cuando cumplía el encargo del patrón nada lo detenía, aunque a Rosendo no le gustaba ir por ese camino pues un año antes lo habían asaltado y se había salvado de morir... Tan absorto iba Rosendo que no se dio cuenta que lo seguía de cerca otro caballo, un hermoso purasangre cuya crin brillaba bajo la luz de la Luna ondulándose con garbo con el viento frío que solo se siente a la medianoche y cuyo extraño jinete le gritó: “Oye tú”. Rosendo se detuvo y volvió la cabeza y observó a un hombre vestido totalmente de negro en un precioso purasangre que lerdo le dio alcance. “¿A dónde vas con tanta prisa?", preguntó el hombre "Debo cumplir un encargo del patrón en el siguiente pueblo, ¿y tú?, contestó Rosendo. “Es curioso que me lo preguntes, debo verme con alguien esta noche y, si no te molesta, quisiera andar contigo algunas leguas y así nos hacemos compañía”, replicó el hombre, y Rosendo accedió, por lo que las dos figuras continuaron cabalgando a la luz de la Luna.

A escasas leguas de llegar, el hombre de negro detuvo su marcha, Rosendo sorprendido paró para voltear a ver a su compañero pero él ya no estaba y en su lugar vio a otro caballo que a todo galope se acercaba, era don Mario. “Rosendo, hijo, ven conmigo a la hacienda, a Rosita le pasa algo”. Apenas escuchó sus palabras Rosendo y ya se disponía a volver cuando le tomó del brazo su patrón y le dijo: “No, ven, yo conozco otro camino más corto”, Rosendo le indicó que él nunca había andado por ese camino, pero Mario era insistente y lo convenció de seguirlo.

Los dos hombres emprendieron el camino de regreso en el cual debía cruzarse un barranco y fue al llegar a ese lugar que don Mario, que se había rezagado, se dolió del brazo y cayendo sobre el matorral gritó pidiendo auxilio, Rosendo acudió a ayudarlo pero no vio a nadie, solo un crujir de ramas a sus espaldas, y cuando viró vio a don Mario que cuchillo en mano pretendía atacarlo, Rosendo sorprendido caminaba hacia atrás porque jamás atacaría a su segundo padre, a punto estaba Rosendo de caer en el barranco cuando el patrón, tocándose el brazo, cayó de rodillas y soltó el puñal y alzando su mano imploró ayuda a Rosendo, quien se inclinaba para socorrerle, cuando en eso sintió una mano en su hombro y una voz que le dijo: “Déjalo, es mío”, Rosendo volteó y vio al hombre de negro y apenas le iba a preguntar cuando el hombre respondió: “Soy quien tú crees y he venido por él”. Rosendo le dio las gracias y disponía a irse cuando el hombre lo detuvo de la mano y le dijo: “Tú no te vas, debes venir conmigo”, Rosendo le dijo que no, que él había hecho un intercambio con don Mario pues no lo dejó que lo matara y que debía dejarlo vivir, el hombre solo se limitó a decirle que él no hacía intercambios y que nadie se muere en la víspera sino a la hora que le corresponde... Rosendo sin decir nada trató de escapar en su caballo, pero había olvidado que se encontraba en un terreno que no conocía próximo a un barranco y al virar con su caballo éste pisó mal y ambos cayeron por el barranco…

El clima es propicio para la imaginación, dejemos que brote y nos sorprenda. Aquí otro pequeño cuento de mi autoría, espero sea de su agrado.

El camino que conducía al siguiente pueblo se encontraba desolado. La Luna iluminaba el sendero por donde debía pasar esa noche Rosendo Zárate, capataz de la hacienda “Los Olvidados”, quien de cuando en cuando debía cumplir los encargos del patrón a altas hora de la noche en el pueblo vecino.

Rosendo era un hombre de ley por lo cual le estaba agradecido a su patrón por haberlo recogido cuando quedó huérfano a los 5 años, y gustaba de Rosita, la muchacha de servicio en la hacienda, muchacha bonita y recatada a quien Rosendo tenía prometido matrimonio en unos meses. "Anda Rosendo, no te tardes y deja el encargo en 'La Divina' y te regresas, pero no a galope, no vaya a ser que revientes el caballo como hace un año”, le decía a Rosendo don Mario Fernández, su patrón y dueño de “Los Olvidados”, hombre maduro, viudo y acostumbrado a tener siempre todo lo que quería, todo, excepto a Rosita.

“No me tardo patrón”, contestó Rosendo, y montando su caballo salió a cumplir el encargo.

La Luna se ocultaba a ratos entre las nubes como jugando escondidas, por ello el camino se veía claramente solo a ratos, pero a Rosendo no le preocupaba pues lo conocía como la palma de su mano y cuando cumplía el encargo del patrón nada lo detenía, aunque a Rosendo no le gustaba ir por ese camino pues un año antes lo habían asaltado y se había salvado de morir... Tan absorto iba Rosendo que no se dio cuenta que lo seguía de cerca otro caballo, un hermoso purasangre cuya crin brillaba bajo la luz de la Luna ondulándose con garbo con el viento frío que solo se siente a la medianoche y cuyo extraño jinete le gritó: “Oye tú”. Rosendo se detuvo y volvió la cabeza y observó a un hombre vestido totalmente de negro en un precioso purasangre que lerdo le dio alcance. “¿A dónde vas con tanta prisa?", preguntó el hombre "Debo cumplir un encargo del patrón en el siguiente pueblo, ¿y tú?, contestó Rosendo. “Es curioso que me lo preguntes, debo verme con alguien esta noche y, si no te molesta, quisiera andar contigo algunas leguas y así nos hacemos compañía”, replicó el hombre, y Rosendo accedió, por lo que las dos figuras continuaron cabalgando a la luz de la Luna.

A escasas leguas de llegar, el hombre de negro detuvo su marcha, Rosendo sorprendido paró para voltear a ver a su compañero pero él ya no estaba y en su lugar vio a otro caballo que a todo galope se acercaba, era don Mario. “Rosendo, hijo, ven conmigo a la hacienda, a Rosita le pasa algo”. Apenas escuchó sus palabras Rosendo y ya se disponía a volver cuando le tomó del brazo su patrón y le dijo: “No, ven, yo conozco otro camino más corto”, Rosendo le indicó que él nunca había andado por ese camino, pero Mario era insistente y lo convenció de seguirlo.

Los dos hombres emprendieron el camino de regreso en el cual debía cruzarse un barranco y fue al llegar a ese lugar que don Mario, que se había rezagado, se dolió del brazo y cayendo sobre el matorral gritó pidiendo auxilio, Rosendo acudió a ayudarlo pero no vio a nadie, solo un crujir de ramas a sus espaldas, y cuando viró vio a don Mario que cuchillo en mano pretendía atacarlo, Rosendo sorprendido caminaba hacia atrás porque jamás atacaría a su segundo padre, a punto estaba Rosendo de caer en el barranco cuando el patrón, tocándose el brazo, cayó de rodillas y soltó el puñal y alzando su mano imploró ayuda a Rosendo, quien se inclinaba para socorrerle, cuando en eso sintió una mano en su hombro y una voz que le dijo: “Déjalo, es mío”, Rosendo volteó y vio al hombre de negro y apenas le iba a preguntar cuando el hombre respondió: “Soy quien tú crees y he venido por él”. Rosendo le dio las gracias y disponía a irse cuando el hombre lo detuvo de la mano y le dijo: “Tú no te vas, debes venir conmigo”, Rosendo le dijo que no, que él había hecho un intercambio con don Mario pues no lo dejó que lo matara y que debía dejarlo vivir, el hombre solo se limitó a decirle que él no hacía intercambios y que nadie se muere en la víspera sino a la hora que le corresponde... Rosendo sin decir nada trató de escapar en su caballo, pero había olvidado que se encontraba en un terreno que no conocía próximo a un barranco y al virar con su caballo éste pisó mal y ambos cayeron por el barranco…