/ domingo 30 de mayo de 2021

El monólogo

En días recientes a través de su cuenta en Twitter, el expresidente de la Coparmex, Gustavo de Hoyos, llamó a tratar de decodificar el lenguaje de la “gente” con la intención de contrarrestar la conexión que el Presidente López Obrador mantiene con el pueblo.

Tanto De Hoyos como también el excandidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya, entre otros más, han intentado “decodificar” el lenguaje de los pobres y marginados de México.

Esto hace suponer que ellos consideran que el problema de nuestro país es simplemente de lingüística y no de desigualdad social y que por lo tanto, con solo hallarle el “modo” al pueblo, estos podrán conectar y empatizar con él, tal y como lo hace el presidente Andrés Manuel.

Dicho prejuicio explicaría la acusación al Presidente de embrujar al pueblo con sus palabras y sus mañaneras, el mismo parte de la errónea idea de que la comunicación entre el Presidente y el pueblo es una relación vertical solo de ida, en la que el pueblo-receptor del mensaje presidencial-emisor es solo un agente pasivo que absorbe toda la información que se le suministra desde la cúspide del poder.

La realidad es diametralmente distinta, la conexión del Presidente con el pueblo no descansa en el hecho de que el Presidente diga lo que la gente quiere oír, sino en la capacidad de Andrés Manuel de leer lo que el pueblo no puede decir.

En esta sutil, como íntima y efectiva conexión estriba el respaldo entre la población al Presidente. Esta sutileza es una que no acaban de entender las élites de nuestro país.

Durante meses y años se la han pasado regodeándose en sus monólogos, citándose y felicitándose mutuamente desde su torre de marfil, creyendo que sus preocupaciones son las del pueblo, interesarse por saber en realidad qué es lo que siente, piensa y vive el mexicano de a pie.

Han perdido el tiempo convenciéndose a sí mismos de sus bondades, de lo maravilloso de sus propuestas de negocios y de lo necesario que es que vuelvan a conducir al país.

Pero a los que no han podido convencer buscan inducirlos al miedo o de plano recurren a la intimidación para que regresen al redil del que ellos piensan ser los únicos dueños.

Es difícil entender al Presidente si se busca hacerlo desde el lenguaje de las élites o el de las corrientes progresistas liberales aburguesadas, creo que el Presidente ha renunciado a ellos y optó, con una sinceridad fuera de duda, por comunicar y visibilizar las necesidades del pueblo.

De ahí que el Presidente pueda citar un refrán o dicho y este se vuelva tendencia nacional, mientras que otros en su afán de imitar lo que creen que es el lenguaje popular, pero que les es tan ajeno, solo sean material para memes y objeto de sorna. La ausencia de un genuino interés por el ciudadano común los delata.

En el fondo, el problema no es lo acertado de las ideas o propuestas del Presidente, sino de lo que representa, no es un problema tanto de gobernanza como de estética, a las élites les desagradan más los prietos que la corrupción, su problema no es de lenguaje como de clasismo y discriminación.

Todo lo anterior es relevante, porque en la disputa por la renovación del congreso a celebrarse el próximo 6 de junio, el partido de la reacción se juega su resto en contra de la Cuarta Transformación, de ahí que estén dispuestos a echar mano de cuanto recurso esté a su alcance con el propósito de cautivar al electorado de regresar al pasado.

Si bien la Cuarta Transformación tiene muchas tareas pendientes en el ámbito institucional, por cuanto se refiere al aspecto de ser un proyecto histórico como instrumento político al servicio del pueblo, su valor es incalculable por empoderar y visibilizar a los pobres, a los olvidados y marginados de esas historias de “éxito” de los neoliberales.

Por eso es pertinente y vital que subsista el proyecto político del Presidente pese a todo, porque mantiene vivas las esperanzas de que este país algún día pueda salir de la situación en la que lo dejaron los que hoy quieren a toda costa, y al precio de algunos, regresar al poder.

Regeneración.

En días recientes a través de su cuenta en Twitter, el expresidente de la Coparmex, Gustavo de Hoyos, llamó a tratar de decodificar el lenguaje de la “gente” con la intención de contrarrestar la conexión que el Presidente López Obrador mantiene con el pueblo.

Tanto De Hoyos como también el excandidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya, entre otros más, han intentado “decodificar” el lenguaje de los pobres y marginados de México.

Esto hace suponer que ellos consideran que el problema de nuestro país es simplemente de lingüística y no de desigualdad social y que por lo tanto, con solo hallarle el “modo” al pueblo, estos podrán conectar y empatizar con él, tal y como lo hace el presidente Andrés Manuel.

Dicho prejuicio explicaría la acusación al Presidente de embrujar al pueblo con sus palabras y sus mañaneras, el mismo parte de la errónea idea de que la comunicación entre el Presidente y el pueblo es una relación vertical solo de ida, en la que el pueblo-receptor del mensaje presidencial-emisor es solo un agente pasivo que absorbe toda la información que se le suministra desde la cúspide del poder.

La realidad es diametralmente distinta, la conexión del Presidente con el pueblo no descansa en el hecho de que el Presidente diga lo que la gente quiere oír, sino en la capacidad de Andrés Manuel de leer lo que el pueblo no puede decir.

En esta sutil, como íntima y efectiva conexión estriba el respaldo entre la población al Presidente. Esta sutileza es una que no acaban de entender las élites de nuestro país.

Durante meses y años se la han pasado regodeándose en sus monólogos, citándose y felicitándose mutuamente desde su torre de marfil, creyendo que sus preocupaciones son las del pueblo, interesarse por saber en realidad qué es lo que siente, piensa y vive el mexicano de a pie.

Han perdido el tiempo convenciéndose a sí mismos de sus bondades, de lo maravilloso de sus propuestas de negocios y de lo necesario que es que vuelvan a conducir al país.

Pero a los que no han podido convencer buscan inducirlos al miedo o de plano recurren a la intimidación para que regresen al redil del que ellos piensan ser los únicos dueños.

Es difícil entender al Presidente si se busca hacerlo desde el lenguaje de las élites o el de las corrientes progresistas liberales aburguesadas, creo que el Presidente ha renunciado a ellos y optó, con una sinceridad fuera de duda, por comunicar y visibilizar las necesidades del pueblo.

De ahí que el Presidente pueda citar un refrán o dicho y este se vuelva tendencia nacional, mientras que otros en su afán de imitar lo que creen que es el lenguaje popular, pero que les es tan ajeno, solo sean material para memes y objeto de sorna. La ausencia de un genuino interés por el ciudadano común los delata.

En el fondo, el problema no es lo acertado de las ideas o propuestas del Presidente, sino de lo que representa, no es un problema tanto de gobernanza como de estética, a las élites les desagradan más los prietos que la corrupción, su problema no es de lenguaje como de clasismo y discriminación.

Todo lo anterior es relevante, porque en la disputa por la renovación del congreso a celebrarse el próximo 6 de junio, el partido de la reacción se juega su resto en contra de la Cuarta Transformación, de ahí que estén dispuestos a echar mano de cuanto recurso esté a su alcance con el propósito de cautivar al electorado de regresar al pasado.

Si bien la Cuarta Transformación tiene muchas tareas pendientes en el ámbito institucional, por cuanto se refiere al aspecto de ser un proyecto histórico como instrumento político al servicio del pueblo, su valor es incalculable por empoderar y visibilizar a los pobres, a los olvidados y marginados de esas historias de “éxito” de los neoliberales.

Por eso es pertinente y vital que subsista el proyecto político del Presidente pese a todo, porque mantiene vivas las esperanzas de que este país algún día pueda salir de la situación en la que lo dejaron los que hoy quieren a toda costa, y al precio de algunos, regresar al poder.

Regeneración.