/ domingo 31 de octubre de 2021

El monopolio de la verdad

Una de las tentaciones más recurrentes que enfrenta el ser humano, es la de querer tener siempre la razón. Afirmar, y además creer, que es poseedor absoluto de la verdad; poder decir con aire de autosuficiencia que “su palabra es la ley”, aunque tal afirmación no sea sino una visión trasnochada del “egoísmo narcisista” del que habla el psicólogo Daniel Goleman. Y tristemente hay quienes caen en esa trampa, por ignorancia, temor o indiferencia.

En una de las salas de los Museos Vaticanos del Palacio Apostólico en la ciudad de Roma, hay una bella pintura “al fresco” hecha en el siglo XVI por Rafael Sanzio, a la cual llamó “La escuela de Atenas” En el centro y rodeados por discípulos de ambos, se encuentras dos de los más notables filósofos de la Edad Clásica griega: Platón y Aristóteles.

Con su dedo apuntando hacia el cielo, Platón señala dónde, según Él se encuentra la verdad y es en ese “topus uranus”, lugar celestial, donde están las cosas reales, de las cuales, en la tierra sólo vemos sombras, pálidos reflejos de las que allá viven. Para Aristóteles, en cambio, con su dedo señalando hacia la tierra, la verdadera realidad y la verdad de las cosas se encuentra aquí abajo, en este mundo, no en uno falaz e imaginario ¿Quién tendría la razón?

La disputa por la posesión exclusiva de la verdad, no se inició ahí. Desde siempre el hombre ha buscado qué es aquello llamado verdad y el significado que tiene para su vida. Fue así que intentó explicarse, a través de mitos, las cosas que no entendía y que no satisfacían su sentido de búsqueda, pero le proporcionaban consuelo ante las vicisitudes de la vida, que a veces no comprendía. Un buen día dio el salto del mito a la razón, dando inicio a la era del conocimiento científico. Pero entonces la disputa surgió entre los que creían poseerla. Tomemos por ejemplo, el intrigante misterio de la física..¿quien puede afirmar que sabe a ciencia cierta, lo que en verdad la constituye como ciencia y el objeto de su estudio? ¿ Acaso tendría la razón Newton, o la moderna teoría cuántica, o la de la relatividad de Einstein, o las especulaciones de Hawking o tal vez los descubrimientos del próximo físico teórico que enmendará la plana a todos los anteriores?

Para comprender aún más la enorme dimensión que encierra el concepto verdad, quisiera narrar un anécdota sobre los filósofos mencionados antes. Cuestionado sobre porqué iba en contra de la teoría de su Maestro y amigo Platón, el Idealismo, Aristóteles simplemente contestó: “Es cierto que soy amigo de Platón, pero debo ser más amigo de la verdad.” Y es por eso que Sócrates afirmó que su verdadera misión era “ayudar a que el hombre descubriera la verdad” Y Buda igualmente creía que la verdad sólo se encuentra en la “Iluminación”. Pero entonces, ¿qué es, cómo se define y dónde se encuentra la verdad?

Yo, que solo soy un aprendiz de filósofo, quisiera ver su incontrovertible valor desde el ángulo de su influencia en la vida de las personas, sin tener que referirme a su esencia metafísica, sea lógica o moral, sino en cual ha sido el impacto de su encuentro con ella entre los seres humanos, sobre todo en quien afirma poseerla y para quien la acepta sin cuestionar en absoluto su validez, sólo porque otro se lo dice.

En el siglo XVI, Galileo Galilei, celebrado y reconocido astrónomo, fue llevado al Tribunal de la Santa Inquisición, acusado de herejía, por haberse atrevido a negar lo que la Iglesia afirmaba acerca de que la Tierra era el centro del universo, que estaba fija y el sol giraba en torno a ella. La verdad era lo que la Iglesia decía y quien se atreviera a refutarlo sería enviado a prisión..y a veces hasta a la hoguera. Para salvar su vida, Galileo tuvo que retractarse, diciendo que lo había dicho “por soberbia e ignorancia” al negarse a aceptar la verdad que se le imponía… a pesar de que su telescopio le daba otra evidencia objetiva.

Por desgracia la historia sigue repitiéndose. Los emperadores romanos querían ser considerados dioses; Tlatoani, el emperador azteca significaba “el que habla” y los modernos poderosos de esta Tierra, siguen pensando lo mismo: no permiten que alguien bajo su poder, los corrija. Y la consecuencia de todo ello es el vasallaje, el control absoluto del otro y el autoritarismo a ultranza.

Pero afortunadamente los hombres tenemos una arma maravillosa con que Dios nos privilegió, además de la vida misma: nuestro razonamiento y nuestra libertad, para que podamos comprender, como dice el pensador que “si nada más uno piensa, alguien ha dejado de pensar”. Por eso renunciar a ese privilegio es abdicar de una parte de nuestra esencia, desnaturalizando así a la misma dignidad con que fuimos dotados, al negarnos el derecho a pensar, discernir, elegir y discrepar. Lo que por desgracia muchos acaban por aceptar, en detrimento de ellos mismos.

W. Churchill escribió: “La verdad es incontestable. Puede atacarla la malicia; la ignorancia, puede burlarse de ella, pero al final ella estará ahí”

“…Yo puedo no estar de acuerdo

con lo que usted dice:

pero defenderé hasta la muerte,

el derecho que tiene de decirlo…”

Voltaire.


Una de las tentaciones más recurrentes que enfrenta el ser humano, es la de querer tener siempre la razón. Afirmar, y además creer, que es poseedor absoluto de la verdad; poder decir con aire de autosuficiencia que “su palabra es la ley”, aunque tal afirmación no sea sino una visión trasnochada del “egoísmo narcisista” del que habla el psicólogo Daniel Goleman. Y tristemente hay quienes caen en esa trampa, por ignorancia, temor o indiferencia.

En una de las salas de los Museos Vaticanos del Palacio Apostólico en la ciudad de Roma, hay una bella pintura “al fresco” hecha en el siglo XVI por Rafael Sanzio, a la cual llamó “La escuela de Atenas” En el centro y rodeados por discípulos de ambos, se encuentras dos de los más notables filósofos de la Edad Clásica griega: Platón y Aristóteles.

Con su dedo apuntando hacia el cielo, Platón señala dónde, según Él se encuentra la verdad y es en ese “topus uranus”, lugar celestial, donde están las cosas reales, de las cuales, en la tierra sólo vemos sombras, pálidos reflejos de las que allá viven. Para Aristóteles, en cambio, con su dedo señalando hacia la tierra, la verdadera realidad y la verdad de las cosas se encuentra aquí abajo, en este mundo, no en uno falaz e imaginario ¿Quién tendría la razón?

La disputa por la posesión exclusiva de la verdad, no se inició ahí. Desde siempre el hombre ha buscado qué es aquello llamado verdad y el significado que tiene para su vida. Fue así que intentó explicarse, a través de mitos, las cosas que no entendía y que no satisfacían su sentido de búsqueda, pero le proporcionaban consuelo ante las vicisitudes de la vida, que a veces no comprendía. Un buen día dio el salto del mito a la razón, dando inicio a la era del conocimiento científico. Pero entonces la disputa surgió entre los que creían poseerla. Tomemos por ejemplo, el intrigante misterio de la física..¿quien puede afirmar que sabe a ciencia cierta, lo que en verdad la constituye como ciencia y el objeto de su estudio? ¿ Acaso tendría la razón Newton, o la moderna teoría cuántica, o la de la relatividad de Einstein, o las especulaciones de Hawking o tal vez los descubrimientos del próximo físico teórico que enmendará la plana a todos los anteriores?

Para comprender aún más la enorme dimensión que encierra el concepto verdad, quisiera narrar un anécdota sobre los filósofos mencionados antes. Cuestionado sobre porqué iba en contra de la teoría de su Maestro y amigo Platón, el Idealismo, Aristóteles simplemente contestó: “Es cierto que soy amigo de Platón, pero debo ser más amigo de la verdad.” Y es por eso que Sócrates afirmó que su verdadera misión era “ayudar a que el hombre descubriera la verdad” Y Buda igualmente creía que la verdad sólo se encuentra en la “Iluminación”. Pero entonces, ¿qué es, cómo se define y dónde se encuentra la verdad?

Yo, que solo soy un aprendiz de filósofo, quisiera ver su incontrovertible valor desde el ángulo de su influencia en la vida de las personas, sin tener que referirme a su esencia metafísica, sea lógica o moral, sino en cual ha sido el impacto de su encuentro con ella entre los seres humanos, sobre todo en quien afirma poseerla y para quien la acepta sin cuestionar en absoluto su validez, sólo porque otro se lo dice.

En el siglo XVI, Galileo Galilei, celebrado y reconocido astrónomo, fue llevado al Tribunal de la Santa Inquisición, acusado de herejía, por haberse atrevido a negar lo que la Iglesia afirmaba acerca de que la Tierra era el centro del universo, que estaba fija y el sol giraba en torno a ella. La verdad era lo que la Iglesia decía y quien se atreviera a refutarlo sería enviado a prisión..y a veces hasta a la hoguera. Para salvar su vida, Galileo tuvo que retractarse, diciendo que lo había dicho “por soberbia e ignorancia” al negarse a aceptar la verdad que se le imponía… a pesar de que su telescopio le daba otra evidencia objetiva.

Por desgracia la historia sigue repitiéndose. Los emperadores romanos querían ser considerados dioses; Tlatoani, el emperador azteca significaba “el que habla” y los modernos poderosos de esta Tierra, siguen pensando lo mismo: no permiten que alguien bajo su poder, los corrija. Y la consecuencia de todo ello es el vasallaje, el control absoluto del otro y el autoritarismo a ultranza.

Pero afortunadamente los hombres tenemos una arma maravillosa con que Dios nos privilegió, además de la vida misma: nuestro razonamiento y nuestra libertad, para que podamos comprender, como dice el pensador que “si nada más uno piensa, alguien ha dejado de pensar”. Por eso renunciar a ese privilegio es abdicar de una parte de nuestra esencia, desnaturalizando así a la misma dignidad con que fuimos dotados, al negarnos el derecho a pensar, discernir, elegir y discrepar. Lo que por desgracia muchos acaban por aceptar, en detrimento de ellos mismos.

W. Churchill escribió: “La verdad es incontestable. Puede atacarla la malicia; la ignorancia, puede burlarse de ella, pero al final ella estará ahí”

“…Yo puedo no estar de acuerdo

con lo que usted dice:

pero defenderé hasta la muerte,

el derecho que tiene de decirlo…”

Voltaire.