/ jueves 20 de febrero de 2020

El otro gallo | Buena acción

Recuerdo que de niña mi madre me decía que siempre debía hacer una buena acción antes de que terminara el día, entonces buscaba con afán a quién ayudar a cruzar la calle, cargar una bolsa de mandado o al menos saludar y decir algo agradable.

Sentía que cuando lo hacía una estrella dorada se dibujaba en mi frente y me iba a la cama tranquila.

No sé si las circunstancias cambiaron o la vida misma modificó los sentimientos o nuestro entendimiento, pero cierto es que el hacer bien al otro en la medida de nuestras posibilidades y sin esperar nada a cambio se ha perdido. Nadie se preocupa por no herir a otro siempre que se conserve el Yo primero y Yo después. La empatía trasmutó hasta convertirse en estrategia para obtener lo que se desea. La ambición se ha vestido de hipocresía y buenas maneras y se manifiesta como norma de urbanidad sin que detrás de ella exista un respaldo moral; así alguien que saluda cortésmente puede hablar a nuestras espaldas, inventar rumores e incluso ser nuestro enemigo.

El valor principal intrínseco en el ser humano que es la bondad se ha perdido, hasta decir que alguien es “buena persona” se considera sinónimo de estupidez.

Me pregunto ¿dónde está la bondad de nuestras diarias acciones? ¿dónde la ética que debe regir nuestros actos públicos y privados? y no me refiero a aquella que se hace por guardar las apariencias o ser bien vistos por la sociedad, sino aquella que nazca de nuestro interior, que sea parte vital de nuestra forma de ser sin que sea afectada por terceros o el ambiente.

Dejar de mimetizarnos con tal de pertenecer al grupo mayoritario, dejar de tener miedo a la soledad que da nuestra individualidad por ser diferentes, dejar aflorar la parte noble de cada uno sin importar que nos paguen bien o mal. Ser verdaderamente humanos.

Añoro volver a recrearme con el verdadero ser humano, el que cree , el que ama hasta la muerte, el que da lo poco que tiene en aras de ayudar, el que no busca protagonismo, el que siente el hambre y el frío que otro pueda sentir y lo acoge como propio, el que prefiere morir antes de traicionar su ideal o su concepto de justicia, ese el ser humano maravilloso y creativo que forjó imperios, ciudades, cultura, civilización...me pregunto ¿dónde está? quizá esté escondido en un rincón de nuestra alma temeroso de salir porque es diferente al común denominador, porque teme que le den muerte como se mata a todo lo que no es igual a lo demás...

Extraño ese ser humano, forjador de espíritus llenos de heroicidad y de justicia. Ojalá renazca de nuevo y no se pierda en la noche de los tiempos.

Recuerdo que de niña mi madre me decía que siempre debía hacer una buena acción antes de que terminara el día, entonces buscaba con afán a quién ayudar a cruzar la calle, cargar una bolsa de mandado o al menos saludar y decir algo agradable.

Sentía que cuando lo hacía una estrella dorada se dibujaba en mi frente y me iba a la cama tranquila.

No sé si las circunstancias cambiaron o la vida misma modificó los sentimientos o nuestro entendimiento, pero cierto es que el hacer bien al otro en la medida de nuestras posibilidades y sin esperar nada a cambio se ha perdido. Nadie se preocupa por no herir a otro siempre que se conserve el Yo primero y Yo después. La empatía trasmutó hasta convertirse en estrategia para obtener lo que se desea. La ambición se ha vestido de hipocresía y buenas maneras y se manifiesta como norma de urbanidad sin que detrás de ella exista un respaldo moral; así alguien que saluda cortésmente puede hablar a nuestras espaldas, inventar rumores e incluso ser nuestro enemigo.

El valor principal intrínseco en el ser humano que es la bondad se ha perdido, hasta decir que alguien es “buena persona” se considera sinónimo de estupidez.

Me pregunto ¿dónde está la bondad de nuestras diarias acciones? ¿dónde la ética que debe regir nuestros actos públicos y privados? y no me refiero a aquella que se hace por guardar las apariencias o ser bien vistos por la sociedad, sino aquella que nazca de nuestro interior, que sea parte vital de nuestra forma de ser sin que sea afectada por terceros o el ambiente.

Dejar de mimetizarnos con tal de pertenecer al grupo mayoritario, dejar de tener miedo a la soledad que da nuestra individualidad por ser diferentes, dejar aflorar la parte noble de cada uno sin importar que nos paguen bien o mal. Ser verdaderamente humanos.

Añoro volver a recrearme con el verdadero ser humano, el que cree , el que ama hasta la muerte, el que da lo poco que tiene en aras de ayudar, el que no busca protagonismo, el que siente el hambre y el frío que otro pueda sentir y lo acoge como propio, el que prefiere morir antes de traicionar su ideal o su concepto de justicia, ese el ser humano maravilloso y creativo que forjó imperios, ciudades, cultura, civilización...me pregunto ¿dónde está? quizá esté escondido en un rincón de nuestra alma temeroso de salir porque es diferente al común denominador, porque teme que le den muerte como se mata a todo lo que no es igual a lo demás...

Extraño ese ser humano, forjador de espíritus llenos de heroicidad y de justicia. Ojalá renazca de nuevo y no se pierda en la noche de los tiempos.