/ jueves 7 de mayo de 2020

El otro gallo | Buenos días

Me gustaba la gente de antes, la que me tocó conocer cuando era niña. Aquella que te daba los buenos días a primera vista fueses o no conocido.

Aquella gente que gustaba caminar sin más adornos que una sonrisa y un gesto amable hacia los otros. Me recuerdo caminar junto a mi madre para ir al rodante inundada del aroma a jabón, a fresco, a pureza que relucía cuando la gente daba los buenos días a los que se encontraban a su paso.

Añoro a la gente del Tampico de antes, gente franca que era capaz de ayudar a otros y que cuando pedías orientación sobre alguna dirección no sólo te la daban sino hasta eran tu guía porque aún conservábamos la candidez de pueblo y en los pueblos el valor de ayudar es grande porque saben que todos dependen de todos.

Por eso cuando alguien enfermaba, el vecino, el tendero de la esquina, la señora de enfrente te visitaban y apoyaban y cuando hablo de apoyar, no me refiero a las dádivas que se hacen para figurar en esferas sociales o para deducir impuestos y no daban lo que les sobraba sino lo que tenían, porque sabían que el enfermo mañana podían ser ellos. El viejo dicho "hoy por ti mañana por mí" cobraba vigencia.

Quizá por eso añoro tanto el Tampico de mi niñez porque ahora lo que me ha tocado vivir nada tiene que ver con la candidez de la gente de antes.

Ahora hemos cambiado la candidez por el egoísmo, la preocupación por los demás por nuestra propia satisfacción, friéguese quien se friegue, ahora hacemos el bien bajo reflectores y el respeto a un policía o a un médico se ha perdido devaluando nuestros valores a simples apariencias sociales.

A pesar de las condiciones tan problemáticas que estamos viviendo y que no recuerdo haber vivido jamás, no hemos aprendido nada.

La modernidad nos arrebató nuestra sensibilidad y nos confinó a ser esclavos de nuestros deseos y así aferrados a nuestras sensaciones momentáneas nos volvimos egoístas e inconscientes, a quienes les vale muy poco lo que otros sufran, mientras no suframos nosotros.

Por eso hemos dejado a un lado el interés por la salud de los demás, pues a pesar de saber que podemos dañar a otros continuamos saliendo de casa a cada rato y sin motivo alguno en plena pandemia sin cubrebocas y sin respeto para los otros pues en nuestra mente solo ejercemos nuestro derecho.

Exigimos libertad porque es nuestro derecho, pero no sabemos que esa libertad se termina cuando empieza el derecho del otro.

Recapitulemos sobre nuestro actuar para que cuando esto termine podamos salir de nuevo a la calle satisfechos de haber cumplido con nuestro deber cívico y humano, para que podamos caminar como en el Tampico de mi niñez con la sonrisa franca y regresando a los valores y candidez que teníamos cuando éramos gente de pueblo podamos de nuevo decir a los demás: "Buenos días".

Me gustaba la gente de antes, la que me tocó conocer cuando era niña. Aquella que te daba los buenos días a primera vista fueses o no conocido.

Aquella gente que gustaba caminar sin más adornos que una sonrisa y un gesto amable hacia los otros. Me recuerdo caminar junto a mi madre para ir al rodante inundada del aroma a jabón, a fresco, a pureza que relucía cuando la gente daba los buenos días a los que se encontraban a su paso.

Añoro a la gente del Tampico de antes, gente franca que era capaz de ayudar a otros y que cuando pedías orientación sobre alguna dirección no sólo te la daban sino hasta eran tu guía porque aún conservábamos la candidez de pueblo y en los pueblos el valor de ayudar es grande porque saben que todos dependen de todos.

Por eso cuando alguien enfermaba, el vecino, el tendero de la esquina, la señora de enfrente te visitaban y apoyaban y cuando hablo de apoyar, no me refiero a las dádivas que se hacen para figurar en esferas sociales o para deducir impuestos y no daban lo que les sobraba sino lo que tenían, porque sabían que el enfermo mañana podían ser ellos. El viejo dicho "hoy por ti mañana por mí" cobraba vigencia.

Quizá por eso añoro tanto el Tampico de mi niñez porque ahora lo que me ha tocado vivir nada tiene que ver con la candidez de la gente de antes.

Ahora hemos cambiado la candidez por el egoísmo, la preocupación por los demás por nuestra propia satisfacción, friéguese quien se friegue, ahora hacemos el bien bajo reflectores y el respeto a un policía o a un médico se ha perdido devaluando nuestros valores a simples apariencias sociales.

A pesar de las condiciones tan problemáticas que estamos viviendo y que no recuerdo haber vivido jamás, no hemos aprendido nada.

La modernidad nos arrebató nuestra sensibilidad y nos confinó a ser esclavos de nuestros deseos y así aferrados a nuestras sensaciones momentáneas nos volvimos egoístas e inconscientes, a quienes les vale muy poco lo que otros sufran, mientras no suframos nosotros.

Por eso hemos dejado a un lado el interés por la salud de los demás, pues a pesar de saber que podemos dañar a otros continuamos saliendo de casa a cada rato y sin motivo alguno en plena pandemia sin cubrebocas y sin respeto para los otros pues en nuestra mente solo ejercemos nuestro derecho.

Exigimos libertad porque es nuestro derecho, pero no sabemos que esa libertad se termina cuando empieza el derecho del otro.

Recapitulemos sobre nuestro actuar para que cuando esto termine podamos salir de nuevo a la calle satisfechos de haber cumplido con nuestro deber cívico y humano, para que podamos caminar como en el Tampico de mi niñez con la sonrisa franca y regresando a los valores y candidez que teníamos cuando éramos gente de pueblo podamos de nuevo decir a los demás: "Buenos días".