/ jueves 30 de enero de 2020

El otro gallo | “De catego”

Como "de catego" o no, calificaba mi madre mis acciones cuando éstas le parecían buenas o acordes a lo que yo debía ser, por ejemplo cuando discutía a gritos con alguna compañera del colegio entonces me señalaba que eso no era correcto, que eso no era "de catego", refiriéndose a que tal acción no iba con mi categoría de niña educada, de igual forma cuando le sacaba la lengua a otra niña, mi madre me miraba fijamente y volvía a decirme que eso no era "de catego"...

Vivimos en una época donde nuestras charlas se han reducido a intercambiar impresiones sobre otros, desafortunadamente lejos estamos de la disertación de temas donde el intelecto pueda florecer sin acaloramientos en búsqueda de la verdad sin apegos a nuestros propios dogmas.

Hemos preferido en cambio ser quien más rápido menoscabe o haga mofa del triunfo de un tercero con el único fin de provocar la hilaridad vulgar en los demás, como sólo la sorna a costillas de alguien totalmente ajeno a nuestro mediocre pensamiento puede provocar. Lo de hoy es utilizar nuestro ingenio para colocar motes, criticar, comparar y menospreciar a las personas que han tenido la audacia o el atrevimiento de hacer lo que nosotros cobardemente no haríamos.

La razón de este desgaste inútil de intelecto se debe a que todo aquello que nosotros no llegamos a poseer y otro sí, nos provoca escozor. El cómo el otro ha podido lo que yo no he podido impulsa nuestro deseo de opacar la belleza, el temple, la fortuna o la inteligencia del otro, y sin embargo, tendemos a emular lo peor de otros siempre que esto requiera de un mínimo de esfuerzo y otorgue una máxima recompensa y si es inmediata, mejor.

Así que emulamos acciones como la estupidez, la maldad o la adquisición de cosas inútiles, siempre que estas acciones nos beneficien de alguna forma, sea con pertenecer a un grupo determinado u obtener una recompensa pecunaria y siempre con la ley del menor esfuerzo.

Mientras que las acciones que requieren constancia, disciplina y trabajo y cuya recompensa es tardía y no siempre pecunaria, de esas preferimos hacer memes y rebajar el esfuerzo que costaron calificando de suerte lo que es producto de perseverancia y arrojo, o bien, buscamos defectos o fallas en las acciones del otro o hasta en su propia persona, todo lo que sea para ridiculizar y opacar su triunfo solamente porque no es de nosotros.

Cuando entenderemos que lo que decimos de los demás habla de nosotros mismos, de nuestra calidad no sólo como personas sino de nuestra calidad de pensamientos, tal como lo expresó Eleanor Roosevelt "las mentes grandes hablan de ideas, las mentes comunes hablan de sucesos y las mentes pequeñas hablan de otra gente", o como diría mi madre "hablar mal de los demás no es de catego".

Como "de catego" o no, calificaba mi madre mis acciones cuando éstas le parecían buenas o acordes a lo que yo debía ser, por ejemplo cuando discutía a gritos con alguna compañera del colegio entonces me señalaba que eso no era correcto, que eso no era "de catego", refiriéndose a que tal acción no iba con mi categoría de niña educada, de igual forma cuando le sacaba la lengua a otra niña, mi madre me miraba fijamente y volvía a decirme que eso no era "de catego"...

Vivimos en una época donde nuestras charlas se han reducido a intercambiar impresiones sobre otros, desafortunadamente lejos estamos de la disertación de temas donde el intelecto pueda florecer sin acaloramientos en búsqueda de la verdad sin apegos a nuestros propios dogmas.

Hemos preferido en cambio ser quien más rápido menoscabe o haga mofa del triunfo de un tercero con el único fin de provocar la hilaridad vulgar en los demás, como sólo la sorna a costillas de alguien totalmente ajeno a nuestro mediocre pensamiento puede provocar. Lo de hoy es utilizar nuestro ingenio para colocar motes, criticar, comparar y menospreciar a las personas que han tenido la audacia o el atrevimiento de hacer lo que nosotros cobardemente no haríamos.

La razón de este desgaste inútil de intelecto se debe a que todo aquello que nosotros no llegamos a poseer y otro sí, nos provoca escozor. El cómo el otro ha podido lo que yo no he podido impulsa nuestro deseo de opacar la belleza, el temple, la fortuna o la inteligencia del otro, y sin embargo, tendemos a emular lo peor de otros siempre que esto requiera de un mínimo de esfuerzo y otorgue una máxima recompensa y si es inmediata, mejor.

Así que emulamos acciones como la estupidez, la maldad o la adquisición de cosas inútiles, siempre que estas acciones nos beneficien de alguna forma, sea con pertenecer a un grupo determinado u obtener una recompensa pecunaria y siempre con la ley del menor esfuerzo.

Mientras que las acciones que requieren constancia, disciplina y trabajo y cuya recompensa es tardía y no siempre pecunaria, de esas preferimos hacer memes y rebajar el esfuerzo que costaron calificando de suerte lo que es producto de perseverancia y arrojo, o bien, buscamos defectos o fallas en las acciones del otro o hasta en su propia persona, todo lo que sea para ridiculizar y opacar su triunfo solamente porque no es de nosotros.

Cuando entenderemos que lo que decimos de los demás habla de nosotros mismos, de nuestra calidad no sólo como personas sino de nuestra calidad de pensamientos, tal como lo expresó Eleanor Roosevelt "las mentes grandes hablan de ideas, las mentes comunes hablan de sucesos y las mentes pequeñas hablan de otra gente", o como diría mi madre "hablar mal de los demás no es de catego".