/ jueves 6 de agosto de 2020

El otro gallo | De lo que veo

Algo maravilloso ocurre en tu mente cuando viajas, sobre todo en esos viajes locos e intempestivos que decides emprender de último momento cuando la emoción y la adrenalina en tu cuerpo se desatan como cien caballos que atrapados encuentran la salida.

Las vistas maravillosas en carretera son lo mejor, porque puedes apreciar el amanecer o el ocaso dependiendo de qué tan largo sea tu recorrido, en lo particular gusto del ocaso, pues ver cómo el Sol pesadamente cae entre dos montañas, que asemejan las piernas de una mujer en espera de su amante, es de lo más sensual y apacible que ojos algunos puedan ver.

Cuando viajas la tierra se torna de un color dorado ocre cobrando un matiz que resulta seductor y capaz de provocar en el ánimo del afortunado espectador la nostalgia y la melancolía por tiempos aún no vividos.

Amo viajar sin destino y sin una razón simplemente por lograr la apertura del corazón que yerto yace cuando cuatro paredes lo encierran aniquilando su esencia y absorbiendo su vida.

Los motivos para realizar un viaje son lo de menos, pues siempre hay en nuestras vidas algo que nos motive hacerlo, quizá un encuentro con un amigo a quien hace mucho se dejó de ver, diligenciar algún asunto importante en otro lugar, o solo por huir, por escapar y poner pies en polvorosa y tierra de por medio de algo. Los motivos son infinitos, y aunque es bien cierto que todo viaje implica un riesgo, no hay peor riesgo que morir sin aventura, que vivir encerrados por miedo al miedo mismo, al cambio, al dolor y a la pérdida.

Ya no más de eso, por favor, al tope me encuentro y satisfecha mi hambre está de miedos, por lo que he decidido tomar el toro por los cuernos, por lo que cada que puedo y pese a todo, viajo tan solo por placer de hacerlo, aun con poco dinero, para poder disfrutar a tope las cosas nimias y gratuitas que te ofrecen los viajes.

Desato mis pies que se encuentran prisioneros de la rutina y el apego y los dejo ir junto con mi mente para que, como cien caballos salvajes, corran maravillándose del ocaso dorado, del olor de la lluvia o simplemente del amanecer, pero siempre abriendo mi mente y exhalando muerte.

Algo maravilloso ocurre en tu mente cuando viajas, sobre todo en esos viajes locos e intempestivos que decides emprender de último momento cuando la emoción y la adrenalina en tu cuerpo se desatan como cien caballos que atrapados encuentran la salida.

Las vistas maravillosas en carretera son lo mejor, porque puedes apreciar el amanecer o el ocaso dependiendo de qué tan largo sea tu recorrido, en lo particular gusto del ocaso, pues ver cómo el Sol pesadamente cae entre dos montañas, que asemejan las piernas de una mujer en espera de su amante, es de lo más sensual y apacible que ojos algunos puedan ver.

Cuando viajas la tierra se torna de un color dorado ocre cobrando un matiz que resulta seductor y capaz de provocar en el ánimo del afortunado espectador la nostalgia y la melancolía por tiempos aún no vividos.

Amo viajar sin destino y sin una razón simplemente por lograr la apertura del corazón que yerto yace cuando cuatro paredes lo encierran aniquilando su esencia y absorbiendo su vida.

Los motivos para realizar un viaje son lo de menos, pues siempre hay en nuestras vidas algo que nos motive hacerlo, quizá un encuentro con un amigo a quien hace mucho se dejó de ver, diligenciar algún asunto importante en otro lugar, o solo por huir, por escapar y poner pies en polvorosa y tierra de por medio de algo. Los motivos son infinitos, y aunque es bien cierto que todo viaje implica un riesgo, no hay peor riesgo que morir sin aventura, que vivir encerrados por miedo al miedo mismo, al cambio, al dolor y a la pérdida.

Ya no más de eso, por favor, al tope me encuentro y satisfecha mi hambre está de miedos, por lo que he decidido tomar el toro por los cuernos, por lo que cada que puedo y pese a todo, viajo tan solo por placer de hacerlo, aun con poco dinero, para poder disfrutar a tope las cosas nimias y gratuitas que te ofrecen los viajes.

Desato mis pies que se encuentran prisioneros de la rutina y el apego y los dejo ir junto con mi mente para que, como cien caballos salvajes, corran maravillándose del ocaso dorado, del olor de la lluvia o simplemente del amanecer, pero siempre abriendo mi mente y exhalando muerte.