/ jueves 28 de mayo de 2020

El otro gallo | La rayita chueca

Mi madre nació en 1932, por lo que cuando era niña vivió en carne propia los efectos colaterales socioeconómicos de la Segunda Guerra Mundial que afectaron a México y a gran parte del mundo.

Ya de adulta, guardó varias costumbres que cuando era niña aprendió de mi abuela durante aquellos tiempos de recesión y que ponía en práctica en los tiempos en que el dinero tampoco alcanzaba para mucho aunque no hubiese guerra.

Una de esas costumbres la realizaba a la hora de arreglarse, hora que yo no me perdía por nada del mundo durante mi primera infancia, pues ver a mi mamá arreglarse era ver cómo la belleza podía ganarle a la rutina, al tedio y hasta la pobreza pues, como decía mi madre, "nada levanta más la autoestima en tiempos de crisis que sentirse bien con uno mismo".

Por lo que ahí estaba yo sentada sobre mi moto amarilla con negro, mis calcetas "Periquita" y mi vestido de gatitos con crinolina, la que por cierto picaba un montón, cerca del taburete donde mi madre solía sentarse frente al tocador rosa, centro de magia ante mis ojos niños...

Una de esas costumbres de belleza que mi madre adquirió de mi abuela para los tiempos de crisis era la simulación de las medias pues, como recordará amable lector, durante la Segunda Guerra Mundial el nailon, material tan apreciado por las mujeres de la época porque era con lo que se hacían unas medias más durables y que sustituyeron a las de seda, fue destinado en Estados Unidos a la producción de paracaídas afectando la producción de medias, lo que causó gran impacto en el género femeni-no de ese país y, por consecuencia, de México en una época donde salir sin medias era parecido a salir desnuda y no era bien visto, por lo que mi abuela aprendió, como la mayoría de las mujeres de su tiempo, cómo simular traer medias, costumbre que heredó a mi madre.

Pero volvamos con mi mamá sentada en el taburete y yo en mi moto porque, francamente, la crinolina empieza a molestarme; bueno, les decía que mi mamá mezclaba crema de "las tres caritas" como ella la llamaba, con un poco de maquillaje y esta mezcla la untaba en sus piernas desde los pies hasta la altura de la rodilla, donde le llegaba el ruedo de la falda, para después de esto con su lápiz delineador negro o café dibujar una rayita recta en la parte de atrás de las piernas, rayita que en algún momento era la costura de las primeras medias y que después se quedó solo como adorno, pero bueno, esa rayita lo era todo a la hora de hacer creer que la dama traía medias, y es aquí donde yo entro en escena pues mi madre me daba la tarea más peligrosa que una niña de 6 años pueda tener, una misión imposible con una suerte echada desde un principio si fallaba: unos buenos chanclazos.

Pero, como todo buen soldado, bajaba de mi moto y estoicamente aceptaba mi misión como hija obediente y, sinceramente, también metiche, pues quién me mandaba estar cerca del lugar del peligro, pero bueno, a lo hecho pecho y así y todo mi madre me entregaba el famoso lápiz y era yo la encargada de hacer la famosa rayita recta.

Para tales efectos mi madre se colocaba ya vestida y arreglada de espaldas hacia mí con las piernas juntas y era entonces cuando tenía que dibujarle la rayita desde los tobillos hasta la parte posterior de la rodilla, en ocasiones me iba bien al dibujarla y, aunque no quedaba una cosa que digamos qué bruto, qué recta me quedó, las desviaciones eran mínimas, pero en otras la Curva Texas era más recta que la línea dibujada, por lo que ponía pies en polvorosa una vez concluida la misión.

Al final de cuentas, ver a mi madre tan bonita y arreglada era un gran aliciente para mí durante los tiempos de escasez, pues con ello me enseñó a tener el ánimo arriba a pesar de la adversidad, a que a pesar de carecer de algo siempre había manera de improvisar y salir avante con la mejor cara, y ahora que soy adulta adopto ese recuerdo como el poder de una actitud que, lejos de la superficialidad, tiene una connotación más profunda como lo es poder hacer frente a la situación que se presente con lo que se tiene a la mano sin llorar ni lamentarse y siempre con la mejor cara, aunque con nuestra rayita en las piernas toda chueca.

Mi madre nació en 1932, por lo que cuando era niña vivió en carne propia los efectos colaterales socioeconómicos de la Segunda Guerra Mundial que afectaron a México y a gran parte del mundo.

Ya de adulta, guardó varias costumbres que cuando era niña aprendió de mi abuela durante aquellos tiempos de recesión y que ponía en práctica en los tiempos en que el dinero tampoco alcanzaba para mucho aunque no hubiese guerra.

Una de esas costumbres la realizaba a la hora de arreglarse, hora que yo no me perdía por nada del mundo durante mi primera infancia, pues ver a mi mamá arreglarse era ver cómo la belleza podía ganarle a la rutina, al tedio y hasta la pobreza pues, como decía mi madre, "nada levanta más la autoestima en tiempos de crisis que sentirse bien con uno mismo".

Por lo que ahí estaba yo sentada sobre mi moto amarilla con negro, mis calcetas "Periquita" y mi vestido de gatitos con crinolina, la que por cierto picaba un montón, cerca del taburete donde mi madre solía sentarse frente al tocador rosa, centro de magia ante mis ojos niños...

Una de esas costumbres de belleza que mi madre adquirió de mi abuela para los tiempos de crisis era la simulación de las medias pues, como recordará amable lector, durante la Segunda Guerra Mundial el nailon, material tan apreciado por las mujeres de la época porque era con lo que se hacían unas medias más durables y que sustituyeron a las de seda, fue destinado en Estados Unidos a la producción de paracaídas afectando la producción de medias, lo que causó gran impacto en el género femeni-no de ese país y, por consecuencia, de México en una época donde salir sin medias era parecido a salir desnuda y no era bien visto, por lo que mi abuela aprendió, como la mayoría de las mujeres de su tiempo, cómo simular traer medias, costumbre que heredó a mi madre.

Pero volvamos con mi mamá sentada en el taburete y yo en mi moto porque, francamente, la crinolina empieza a molestarme; bueno, les decía que mi mamá mezclaba crema de "las tres caritas" como ella la llamaba, con un poco de maquillaje y esta mezcla la untaba en sus piernas desde los pies hasta la altura de la rodilla, donde le llegaba el ruedo de la falda, para después de esto con su lápiz delineador negro o café dibujar una rayita recta en la parte de atrás de las piernas, rayita que en algún momento era la costura de las primeras medias y que después se quedó solo como adorno, pero bueno, esa rayita lo era todo a la hora de hacer creer que la dama traía medias, y es aquí donde yo entro en escena pues mi madre me daba la tarea más peligrosa que una niña de 6 años pueda tener, una misión imposible con una suerte echada desde un principio si fallaba: unos buenos chanclazos.

Pero, como todo buen soldado, bajaba de mi moto y estoicamente aceptaba mi misión como hija obediente y, sinceramente, también metiche, pues quién me mandaba estar cerca del lugar del peligro, pero bueno, a lo hecho pecho y así y todo mi madre me entregaba el famoso lápiz y era yo la encargada de hacer la famosa rayita recta.

Para tales efectos mi madre se colocaba ya vestida y arreglada de espaldas hacia mí con las piernas juntas y era entonces cuando tenía que dibujarle la rayita desde los tobillos hasta la parte posterior de la rodilla, en ocasiones me iba bien al dibujarla y, aunque no quedaba una cosa que digamos qué bruto, qué recta me quedó, las desviaciones eran mínimas, pero en otras la Curva Texas era más recta que la línea dibujada, por lo que ponía pies en polvorosa una vez concluida la misión.

Al final de cuentas, ver a mi madre tan bonita y arreglada era un gran aliciente para mí durante los tiempos de escasez, pues con ello me enseñó a tener el ánimo arriba a pesar de la adversidad, a que a pesar de carecer de algo siempre había manera de improvisar y salir avante con la mejor cara, y ahora que soy adulta adopto ese recuerdo como el poder de una actitud que, lejos de la superficialidad, tiene una connotación más profunda como lo es poder hacer frente a la situación que se presente con lo que se tiene a la mano sin llorar ni lamentarse y siempre con la mejor cara, aunque con nuestra rayita en las piernas toda chueca.