/ jueves 27 de agosto de 2020

El otro gallo | Sin suelo

De niña, mi madre me decía que hiciera palitos y bolitas para entretenerme y entonces me daba un cuaderno en blanco "Polito" para que lo hiciera.

Me recuerdo estar sentada en el piso de concreto de color rojo cerca de la cocina y de mi madre, con mi cuaderno encima de un pequeño banco amarillo de plástico que mi madre había comprado en "Cubetitas" y que yo tomaba como mesita, y con el lápiz en la mano me ponía a dibujar lo que, según yo, una niña de 5 años, sería mi futuro.

Me recuerdo dibujando una casa de madera siempre pequeña y siempre con un techo de dos aguas sobre el cual se erguía una pequeña chimenea de la cual emanaba humo, y a un costado de mi pequeña casa dibujaba un árbol muy grande y frondoso del cual pendía un columpio con una llanta como asiento. Sin embargo, por extraño que parezca, nunca pude dibujar el ambiente que rodearía mi futura casa, ni siquiera dibujaba el suelo sobre el cual ésta estaría fincada. Ignoro el porqué, tal pareciera que mi pequeña mano dibujaba lo que mi mente deseaba y no lo que realmente me tocaría vivir.

Mil veces me he preguntado qué hubiese pasado de haber tomado el camino alterno y no el que tomé. Qué hubiese pasado si en lugar de haberme ido por 15 años de Tampico al momento de terminar mi primera licenciatura me hubiera quedado al lado de mi madre, qué hubiese pasado si en lugar de haberme casado me hubiese quedado sola y si en lugar de eso o aquello hubiese hecho otra cosa; en fin, a veces me pregunto qué hubiese pasado de haber doblado la esquina y no haberme ido recto.

En nuestra vida tomamos miles de decisiones todos los días desde el momento de levantarnos y hasta que volvemos a dormir. Las decisiones pueden ser intrascendentes o relevantes y aunque casi siempre pensamos que hemos analizado todos nuestros pros y contras antes de tomarlas, claro, cuando esto es posible, siempre la vida nos mostrará su as oculto y créanme que nos sorprenderá en plena partida justo antes de poder nosotros cantar victoria. Es entonces cuando la vida nos gana y hasta incluso nos rebasa, en ese momento tratamos de digerir y pasar el trago amargo de nuestra derrota, o bien, tratamos de encontrar culpables o desquitarnos con alguien con el único fin de no sentirnos fracasados, burlados o hasta estúpidos por no haber previsto todas las consecuencias de nuestras decisiones.

La vida me ha enseñado que lo que consideramos fracaso no es neta y necesariamente solo nuestra culpa. He aprendido que hay situaciones que por más que las hubiese querido prever no hubiese podido nunca hacerlo, una enfermedad, la muerte de mi esposo, la quiebra de su negocio, la muerte de mi madre, en fin. Nos creemos dueños de nuestro ambiente y de nuestro mundo en el cual tenemos control, mismo que no deseamos perder y que cuando perdemos, o nos derrumbamos o nos fortalecemos, y eso sí depende únicamente de nosotros mismos, pero para lograr esto último debemos poner oídos sordos a las críticas de los que gustan hacer leña del árbol caído, perdonarnos, levantarnos del piso, sacudir el polvo y continuar.

He aprendido con el paso del tiempo a perdonarme y a entender que lo que pasó en mi vida fue lo que debió pasar, ni más ni menos, que de haber tomado el camino alterno quizá y el resultado hubiese sido el mismo o hasta peor, que hice lo que debía hacer en el momento con lo que tenía y que, errada o no, aún sigo viviendo.

A los 5 años jamás pudiese haber imaginado el entorno que debía dibujar alrededor de mi casa de madera con chimenea, pues la vida me mostró que ella colocaría ese entorno el cual cambió a placer.

Si ahora la dibujara la haría igual, porque aún conservo en mi mente esa imagen que anhelo y que, por fortuna, los golpes de la vida no han podido quitarme porque, así como la vida guarda su as oculto, el mío era no dibujar el suelo sobre el cual estaría mi casa, lo que significa que mi casa está donde está mi pensamiento, un lugar al que los golpes de la vida simplemente no pueden alcanzar.

De niña, mi madre me decía que hiciera palitos y bolitas para entretenerme y entonces me daba un cuaderno en blanco "Polito" para que lo hiciera.

Me recuerdo estar sentada en el piso de concreto de color rojo cerca de la cocina y de mi madre, con mi cuaderno encima de un pequeño banco amarillo de plástico que mi madre había comprado en "Cubetitas" y que yo tomaba como mesita, y con el lápiz en la mano me ponía a dibujar lo que, según yo, una niña de 5 años, sería mi futuro.

Me recuerdo dibujando una casa de madera siempre pequeña y siempre con un techo de dos aguas sobre el cual se erguía una pequeña chimenea de la cual emanaba humo, y a un costado de mi pequeña casa dibujaba un árbol muy grande y frondoso del cual pendía un columpio con una llanta como asiento. Sin embargo, por extraño que parezca, nunca pude dibujar el ambiente que rodearía mi futura casa, ni siquiera dibujaba el suelo sobre el cual ésta estaría fincada. Ignoro el porqué, tal pareciera que mi pequeña mano dibujaba lo que mi mente deseaba y no lo que realmente me tocaría vivir.

Mil veces me he preguntado qué hubiese pasado de haber tomado el camino alterno y no el que tomé. Qué hubiese pasado si en lugar de haberme ido por 15 años de Tampico al momento de terminar mi primera licenciatura me hubiera quedado al lado de mi madre, qué hubiese pasado si en lugar de haberme casado me hubiese quedado sola y si en lugar de eso o aquello hubiese hecho otra cosa; en fin, a veces me pregunto qué hubiese pasado de haber doblado la esquina y no haberme ido recto.

En nuestra vida tomamos miles de decisiones todos los días desde el momento de levantarnos y hasta que volvemos a dormir. Las decisiones pueden ser intrascendentes o relevantes y aunque casi siempre pensamos que hemos analizado todos nuestros pros y contras antes de tomarlas, claro, cuando esto es posible, siempre la vida nos mostrará su as oculto y créanme que nos sorprenderá en plena partida justo antes de poder nosotros cantar victoria. Es entonces cuando la vida nos gana y hasta incluso nos rebasa, en ese momento tratamos de digerir y pasar el trago amargo de nuestra derrota, o bien, tratamos de encontrar culpables o desquitarnos con alguien con el único fin de no sentirnos fracasados, burlados o hasta estúpidos por no haber previsto todas las consecuencias de nuestras decisiones.

La vida me ha enseñado que lo que consideramos fracaso no es neta y necesariamente solo nuestra culpa. He aprendido que hay situaciones que por más que las hubiese querido prever no hubiese podido nunca hacerlo, una enfermedad, la muerte de mi esposo, la quiebra de su negocio, la muerte de mi madre, en fin. Nos creemos dueños de nuestro ambiente y de nuestro mundo en el cual tenemos control, mismo que no deseamos perder y que cuando perdemos, o nos derrumbamos o nos fortalecemos, y eso sí depende únicamente de nosotros mismos, pero para lograr esto último debemos poner oídos sordos a las críticas de los que gustan hacer leña del árbol caído, perdonarnos, levantarnos del piso, sacudir el polvo y continuar.

He aprendido con el paso del tiempo a perdonarme y a entender que lo que pasó en mi vida fue lo que debió pasar, ni más ni menos, que de haber tomado el camino alterno quizá y el resultado hubiese sido el mismo o hasta peor, que hice lo que debía hacer en el momento con lo que tenía y que, errada o no, aún sigo viviendo.

A los 5 años jamás pudiese haber imaginado el entorno que debía dibujar alrededor de mi casa de madera con chimenea, pues la vida me mostró que ella colocaría ese entorno el cual cambió a placer.

Si ahora la dibujara la haría igual, porque aún conservo en mi mente esa imagen que anhelo y que, por fortuna, los golpes de la vida no han podido quitarme porque, así como la vida guarda su as oculto, el mío era no dibujar el suelo sobre el cual estaría mi casa, lo que significa que mi casa está donde está mi pensamiento, un lugar al que los golpes de la vida simplemente no pueden alcanzar.