/ jueves 12 de noviembre de 2020

El otro gallo | Un buen hombre

Recién se han ido de vuelta al recuerdo nuestros muertos, pero en el ambiente aún se respira su calidez.

Mi madre solía decir que cuando un buen hombre muere dejando un pendiente, siempre regresa a cumplirlo, por lo que pensando en ello y acercándonos cada vez más a la Revolución Mexicana escribí este pequeño cuento, espero les agrade.

El aire caliente abrasaba la curtida piel de los alzados en cuyos labios secos se dibujaban fisuras que sangraban tal como sangraba el alma de aquellos hombres y mujeres que, apostados en un montón de piedras y polvo, esperaban no sabían exactamente qué, pero esperaban lo mismo una orden o simplemente un mendrugo de pan, siempre que fuesen sus caudillos quienes se las dieran, por lo que morirían en la raya antes que retirarse por hambre o sed. Carne de cañón que sacrificaba su vida para irónicamente vivir mejor.

"A mí se me hace que no vendrán", decía Lupe, la mujer de Juan, una soldadera que más que ser fiel a la causa lo era a su hombre, "Tú siempre tan desconfiada Lupe, ya te dije que mi general mandará por nosotros ¿a poco crees que nos va a dejar? ay mujer", le contestó Juan, un alzado fiel a su general y la causa.

En el apostado hombres heridos guardaban reposo en medio de botellas de mezcal mientras sus mujeres molían en el petate el poco maíz que quedaba o lavaban las ropas en el río sobre las piedras lisas.

Lupe era recia y porfiada, pero seguiría a su Juan hasta la muerte, aunque también era lista y sagaz y ella presentía que algo no estaba bien aquella tarde, pues sentía enrarecido el ambiente.

Esa noche le tocó hacer el vigía a Juan que tenía fe ciega en su general que durante casi dos meses no se había aparecido por el apostado y los víveres ya escaseaban.

Lupe, como buena mexicana le hacía caso a las corazonadas, y esa noche estuvo despierta a unos cuantos metros de su hombre. El viento helado se escurría entre el largo pelo de Lupe, cuyo color negro azabache recordaba la belleza de la crin de los caballos que tanto amaba Juan. Pasada la medianoche, Juan se quedó dormido en la guardia, Lupe no lo quiso despertar y pensó montar guardia por él, por lo que se colocó la carrillera y fusil en mano esperaba el alba, pero el sueño rezagado le jugaba a la Lupe malas pasadas sintiendo que los ojos se le cerraban, fue en uno de esos parpadeos que vio aproximarse a un hombre muy parecido al general y a punto estaba de despertar a Juan cuando el hombre llegó hasta donde estaba ella y le dijo: "Lupe, no lo despiertes, déjalo dormir y mañana temprano despiértalos y diles que jalen para el sur, allá los estarán esperando otros compañeros. Yo no había podido venir porque tuve un pequeño contratiempo, diles que no me olvidé de ellos. Allá en el sur encontrarán comida y cobijo", le dijo aquel hombre.

"Así lo haré mi general", contestó la Lupe, "pero duerma, descanse", dijo ella. "No Lupe, debo irme, sólo haz lo que te dije y recuerda a primera hora", dijo el hombre mientras caminaba rumbo a las sombras de la noche perdiéndose entre ellas.

En cuanto cantó el gallo, Lupe trasmitió el mensaje y Juan y los demás tomaron camino rumbo al sur donde llegaron con bien. En el lugar otros compañeros de la causa ya los estaban esperando; sin embargo, ya entrada la tarde Juan preguntó por el general y los de ahí dijeron que lo habían matado justo cuando iba rumbo a donde estaban apostados Juan y compañía, por lo cual no se explicaban cómo habían llegado al campamento si el general nunca pudo darles la noticia.

Juan y Lupe se miraron y solo alcanzaron a decir: "Gracias a un buen hombre".

Recién se han ido de vuelta al recuerdo nuestros muertos, pero en el ambiente aún se respira su calidez.

Mi madre solía decir que cuando un buen hombre muere dejando un pendiente, siempre regresa a cumplirlo, por lo que pensando en ello y acercándonos cada vez más a la Revolución Mexicana escribí este pequeño cuento, espero les agrade.

El aire caliente abrasaba la curtida piel de los alzados en cuyos labios secos se dibujaban fisuras que sangraban tal como sangraba el alma de aquellos hombres y mujeres que, apostados en un montón de piedras y polvo, esperaban no sabían exactamente qué, pero esperaban lo mismo una orden o simplemente un mendrugo de pan, siempre que fuesen sus caudillos quienes se las dieran, por lo que morirían en la raya antes que retirarse por hambre o sed. Carne de cañón que sacrificaba su vida para irónicamente vivir mejor.

"A mí se me hace que no vendrán", decía Lupe, la mujer de Juan, una soldadera que más que ser fiel a la causa lo era a su hombre, "Tú siempre tan desconfiada Lupe, ya te dije que mi general mandará por nosotros ¿a poco crees que nos va a dejar? ay mujer", le contestó Juan, un alzado fiel a su general y la causa.

En el apostado hombres heridos guardaban reposo en medio de botellas de mezcal mientras sus mujeres molían en el petate el poco maíz que quedaba o lavaban las ropas en el río sobre las piedras lisas.

Lupe era recia y porfiada, pero seguiría a su Juan hasta la muerte, aunque también era lista y sagaz y ella presentía que algo no estaba bien aquella tarde, pues sentía enrarecido el ambiente.

Esa noche le tocó hacer el vigía a Juan que tenía fe ciega en su general que durante casi dos meses no se había aparecido por el apostado y los víveres ya escaseaban.

Lupe, como buena mexicana le hacía caso a las corazonadas, y esa noche estuvo despierta a unos cuantos metros de su hombre. El viento helado se escurría entre el largo pelo de Lupe, cuyo color negro azabache recordaba la belleza de la crin de los caballos que tanto amaba Juan. Pasada la medianoche, Juan se quedó dormido en la guardia, Lupe no lo quiso despertar y pensó montar guardia por él, por lo que se colocó la carrillera y fusil en mano esperaba el alba, pero el sueño rezagado le jugaba a la Lupe malas pasadas sintiendo que los ojos se le cerraban, fue en uno de esos parpadeos que vio aproximarse a un hombre muy parecido al general y a punto estaba de despertar a Juan cuando el hombre llegó hasta donde estaba ella y le dijo: "Lupe, no lo despiertes, déjalo dormir y mañana temprano despiértalos y diles que jalen para el sur, allá los estarán esperando otros compañeros. Yo no había podido venir porque tuve un pequeño contratiempo, diles que no me olvidé de ellos. Allá en el sur encontrarán comida y cobijo", le dijo aquel hombre.

"Así lo haré mi general", contestó la Lupe, "pero duerma, descanse", dijo ella. "No Lupe, debo irme, sólo haz lo que te dije y recuerda a primera hora", dijo el hombre mientras caminaba rumbo a las sombras de la noche perdiéndose entre ellas.

En cuanto cantó el gallo, Lupe trasmitió el mensaje y Juan y los demás tomaron camino rumbo al sur donde llegaron con bien. En el lugar otros compañeros de la causa ya los estaban esperando; sin embargo, ya entrada la tarde Juan preguntó por el general y los de ahí dijeron que lo habían matado justo cuando iba rumbo a donde estaban apostados Juan y compañía, por lo cual no se explicaban cómo habían llegado al campamento si el general nunca pudo darles la noticia.

Juan y Lupe se miraron y solo alcanzaron a decir: "Gracias a un buen hombre".