/ domingo 29 de julio de 2018

El privilegio de soñar

“…la esperanza es esa cosa con alas que vive en nuestra alma y canta sin cesar…”
Emily Dickinson.

Un filósofo escribió alguna vez que soñar es lo único que hace tolerable la existencia humana. Quien es incapaz de hacerlo no sólo encontrará que su vida es inútil, sino que además no será apto para vivirla.

Soñar constituye la parte más sublime de la naturaleza esencial del ser humano, en su ruta hacia las estrellas. Los soñadores han hecho posible nuestro progreso, en el despliegue alucinado de sus variadas utopías; a través de sus sueños han proporcionado la felicidad a muchos herederos de su legado maravilloso, y su visión siempre renovada y optimista del porqué de nuestro misterioso devenir en el tiempo ha hecho que la humanidad no derive, decepcionada, hacia el suicidio colectivo. Son, como dice Albert Camus, los que responden atinadamente a la única pregunta realmente válida sobre el destino del hombre: si acaso vale la pena vivir.

Los soñadores son tejedores de ilusiones que el mundo anhela con devoción para reconciliarse con la esperanza; son explicaciones vivas en medio de tantos que las desean pero no las buscan; son los inspiradores de ese vuelo que nos lleva al infinito; los felices descubridores de la perla evangélica, ilusos para muchos pero consuelo para otros ante tantas angustias existenciales que nos agobian; y para todos horizonte claro y sereno de mil inquietudes no resueltas, eje y flecha de esa evolución por la que multitud de sueños son impulsados, pero que están siempre ahí, esperando ser realizados.

Nosotros mismos somos hijos del sueño que un día tuvieron nuestros padres y por eso la mejor herencia que podremos dejar a los nuestros es que sueñen a su vez, porque la renuncia a soñar solo puede conducir a la aniquilación definitiva del espíritu humano. Por eso el poeta afirma: “dame un hombre que no haya soñado alguna vez, y yo te diré que no es un hombre, sino un duende”.

Pero soñar supone un riesgo, si es que nos atrevemos a hacer realidad lo que soñamos. Por desgracia hay muchos que prefieren la comodidad del temeroso, aunque con ello pierda la oportunidad de ganar. Aún existen seres cuyos rostros desencantados frente a la vida solo son patéticas imágenes de quienes no decidieron soñar, y cuya falta de osadía les convirtió finalmente en algo semejante a los barcos surtos en la bahía y que nunca han cruzado el océano: sin duda están seguros en el puerto, pero definitivamente no fueron hechos para estar ahí.

Soñar es desprenderse de realidades tangibles y objetivas, pero que solo nos atan a lo banal e intrascendente; es lo único que nos salva de la mediocridad a la que es tan proclive la generalidad de las personas. Soñar es permitir que nuestro espíritu supere la externalidad de la materia, haciéndose uno con quien nos dio la capacidad para lograrlo.Y es haber entendido cabalmente que detrás de cada cumbre conquistada se esconde siempre otra, que nos retará a escalarla.

Por eso el soñar nos costará tanto cuanto queramos desafanarnos con alegría de las ataduras con que nos limitan nuestros paradigmas caducos. Es decidirnos a quitar el piloto automático que necio gobierna nuestra rutinaria vida haciendo obsoletos nuestros anhelos, que buscan metas superiores. Es soltar de una vez por todas el malévolo anclaje que atrapa nuestras más acariciadas ilusiones y liberar el potencial que se encierra en nuestra obstinada lucha por trascender el aquí y el ahora de la vida.

Soñar es creer que aún brilla en nosotros la chispa de la divinidad, esa que un día Dios encendió en nuestro corazón, pero que mantenemos oculta por temor a que ese resplandor nos ciegue y quedemos indefensos ante su verdad. Es aceptar que finalmente en nuestras manos estará siempre la capacidad de transformar el gris de nuestra existencia, en ese glorioso caleidoscopio que matizará con su alegre colorido nuestra vida y la de los demás.

Por eso en cada soñador se encuentra la sublime paradoja por la que finalmente comprende que es dentro de sí mismo donde encontrará su recompensa. El que desprecia sus sueños por creer que son inalcanzables se pierde la magnífica oportunidad de descubrir en su alma el despliegue generoso de un mundo que clama por reinventarse; en cambio el que confía en ellos será, como dice el poeta, sediento y audaz aventurero en busca de manantiales de luz para beber, y al encontrarlos, con ya nada menos que con ellos, podrá colmar “la cuenca amarga de su sueño”

Uno de los más grandes soñadores de este siglo, Viktor Frankl, escribió alguna vez que es una peculiaridad del hombre que solo pueda vivir proyectándose en el futuro a través de sus sueños y sus esperanzas. Pero que es esa su salvación, aun en los momentos más difíciles de su existencia. Y si alguien lo supo bien fue él, perseguidor fiel de los suyos, en medio de ese holocausto que le tocó vivir en Auschwitz, y del cual regresó para hacernos ver que es posible ir al mismo infierno y regresar de él, revestido únicamente con las propias ansias por trascender.

Pero para ello es menester que todos sigamos con tenacidad los propios sueños, porque solo seremos en verdad libres cuando finalmente ellos nos pertenezcan por completo.

“…la esperanza es esa cosa con alas que vive en nuestra alma y canta sin cesar…”
Emily Dickinson.

Un filósofo escribió alguna vez que soñar es lo único que hace tolerable la existencia humana. Quien es incapaz de hacerlo no sólo encontrará que su vida es inútil, sino que además no será apto para vivirla.

Soñar constituye la parte más sublime de la naturaleza esencial del ser humano, en su ruta hacia las estrellas. Los soñadores han hecho posible nuestro progreso, en el despliegue alucinado de sus variadas utopías; a través de sus sueños han proporcionado la felicidad a muchos herederos de su legado maravilloso, y su visión siempre renovada y optimista del porqué de nuestro misterioso devenir en el tiempo ha hecho que la humanidad no derive, decepcionada, hacia el suicidio colectivo. Son, como dice Albert Camus, los que responden atinadamente a la única pregunta realmente válida sobre el destino del hombre: si acaso vale la pena vivir.

Los soñadores son tejedores de ilusiones que el mundo anhela con devoción para reconciliarse con la esperanza; son explicaciones vivas en medio de tantos que las desean pero no las buscan; son los inspiradores de ese vuelo que nos lleva al infinito; los felices descubridores de la perla evangélica, ilusos para muchos pero consuelo para otros ante tantas angustias existenciales que nos agobian; y para todos horizonte claro y sereno de mil inquietudes no resueltas, eje y flecha de esa evolución por la que multitud de sueños son impulsados, pero que están siempre ahí, esperando ser realizados.

Nosotros mismos somos hijos del sueño que un día tuvieron nuestros padres y por eso la mejor herencia que podremos dejar a los nuestros es que sueñen a su vez, porque la renuncia a soñar solo puede conducir a la aniquilación definitiva del espíritu humano. Por eso el poeta afirma: “dame un hombre que no haya soñado alguna vez, y yo te diré que no es un hombre, sino un duende”.

Pero soñar supone un riesgo, si es que nos atrevemos a hacer realidad lo que soñamos. Por desgracia hay muchos que prefieren la comodidad del temeroso, aunque con ello pierda la oportunidad de ganar. Aún existen seres cuyos rostros desencantados frente a la vida solo son patéticas imágenes de quienes no decidieron soñar, y cuya falta de osadía les convirtió finalmente en algo semejante a los barcos surtos en la bahía y que nunca han cruzado el océano: sin duda están seguros en el puerto, pero definitivamente no fueron hechos para estar ahí.

Soñar es desprenderse de realidades tangibles y objetivas, pero que solo nos atan a lo banal e intrascendente; es lo único que nos salva de la mediocridad a la que es tan proclive la generalidad de las personas. Soñar es permitir que nuestro espíritu supere la externalidad de la materia, haciéndose uno con quien nos dio la capacidad para lograrlo.Y es haber entendido cabalmente que detrás de cada cumbre conquistada se esconde siempre otra, que nos retará a escalarla.

Por eso el soñar nos costará tanto cuanto queramos desafanarnos con alegría de las ataduras con que nos limitan nuestros paradigmas caducos. Es decidirnos a quitar el piloto automático que necio gobierna nuestra rutinaria vida haciendo obsoletos nuestros anhelos, que buscan metas superiores. Es soltar de una vez por todas el malévolo anclaje que atrapa nuestras más acariciadas ilusiones y liberar el potencial que se encierra en nuestra obstinada lucha por trascender el aquí y el ahora de la vida.

Soñar es creer que aún brilla en nosotros la chispa de la divinidad, esa que un día Dios encendió en nuestro corazón, pero que mantenemos oculta por temor a que ese resplandor nos ciegue y quedemos indefensos ante su verdad. Es aceptar que finalmente en nuestras manos estará siempre la capacidad de transformar el gris de nuestra existencia, en ese glorioso caleidoscopio que matizará con su alegre colorido nuestra vida y la de los demás.

Por eso en cada soñador se encuentra la sublime paradoja por la que finalmente comprende que es dentro de sí mismo donde encontrará su recompensa. El que desprecia sus sueños por creer que son inalcanzables se pierde la magnífica oportunidad de descubrir en su alma el despliegue generoso de un mundo que clama por reinventarse; en cambio el que confía en ellos será, como dice el poeta, sediento y audaz aventurero en busca de manantiales de luz para beber, y al encontrarlos, con ya nada menos que con ellos, podrá colmar “la cuenca amarga de su sueño”

Uno de los más grandes soñadores de este siglo, Viktor Frankl, escribió alguna vez que es una peculiaridad del hombre que solo pueda vivir proyectándose en el futuro a través de sus sueños y sus esperanzas. Pero que es esa su salvación, aun en los momentos más difíciles de su existencia. Y si alguien lo supo bien fue él, perseguidor fiel de los suyos, en medio de ese holocausto que le tocó vivir en Auschwitz, y del cual regresó para hacernos ver que es posible ir al mismo infierno y regresar de él, revestido únicamente con las propias ansias por trascender.

Pero para ello es menester que todos sigamos con tenacidad los propios sueños, porque solo seremos en verdad libres cuando finalmente ellos nos pertenezcan por completo.