/ domingo 3 de julio de 2022

El universo de Maxwell | Breve historia del cigarro

Anuncio de la industria tabacalera publicado a página entera en algunos periódicos de Estados Unidos, en 1954. Ahora les parecerá increíble a los jóvenes, pero hasta hace unas décadas era aceptado socialmente fumar en cualquier reunión, sin importar si había niños cerca; lo normal en los hogares era contar con ceniceros para ofrecerlos como cortesía a los invitados. Incluso, en los aviones, los autobuses, los restaurantes y los bares –obviamente–, se podía disfrutar de unos cigarros sin ningún problema.

En esta ocasión comentaremos sobre este mal que se convirtió en una epidemia durante el siglo XX: el tabaquismo.

ANTECEDENTES

En 1761, John Hill, un científico aficionado de Londres –que se presentaba como botánico, boticario, poeta, dramaturgo, o lo que fuera necesario– publicó un folleto titulado “Cautions against the inmoderate use of snuff” (Precauciones contra el uso inmoderado del rapé). En dicho estudio presentaba el argumento de que el consumo de rapé –tabaco consumido de forma oral– podía causar cáncer de garganta, labios y boca.

Era la primera vez que se exponía el consumo de tabaco como probable causa de cáncer –y por lo tanto, prevenible–. Desafortunadamente, el estudio no fue tomado en serio: no contaba con pruebas sólidas, Hill era considerado un payaso, y en esos años el tabaco ya adquiría el carácter de adicción nacional. En Inglaterra, la importación de este producto se triplicó en menos de un siglo: pasó de 38 millones de libras en 1700, a más de 100 millones en 1770.

HISTORIA

El tabaco (Nicotiana tabacum) ha sido utilizado por los indígenas americanos desde tiempos inmemoriales. Cristóbal Colón narra en el diario de su primer viaje (con fecha del 15 de octubre de 1492) que observó en la isla de Guanahaní a un hombre con unas hojas secas, las cuales envolvían como si fuera un mosquetón hecho de papel; menciona además que debía ser “cosa muy apreciada entre ellos”. De acuerdo con la tradición, el primer europeo que fumó era un marino español que formaba parte de la tripulación de la Santa María: Rodrigo de Jerez.

Varios viajeros europeos narraron la costumbre de fumar tabaco, muy extendida entre los indígenas de México, Florida, el Caribe y Brasil. Incluso, Fray Bartolomé de las Casas menciona en uno de sus escritos: “unas hierbas secas metidas en una cierta hoja seca […] que dan un humo con el cual se adormecen las carnes y casi emborracha y así dizque no sienten el cansancio”.

A su regreso a Europa, los marinos difundieron esta costumbre entre la población de España y Portugal, y de ahí su uso se extendió al resto de Europa. Para el siglo XVII el tabaco era conocido en la mayor parte del mundo como una planta que se podía fumar. Obviamente, las grandes potencias de la época monopolizaron su cultivo en las colonias con el fin de comercializarlo y obtener grandes ingresos para sus imperios.

ENEMIGO INVISIBLE

Se dice que en la Guerra de Crimea, en 1855, un soldado otomano que no contaba con una pipa a la mano, tuvo la idea de enrollar el tabaco en una hoja de papel periódico para fumarlo. Aunque este método no era nuevo, sí tuvo una gran repercusión debido al lugar y el momento en que lo realizó. Pronto fue copiado por soldados de todos los países involucrados en el conflicto, y al regresar a sus hogares llevaron consigo este hábito que se expandió como un virus en cada una de sus naciones.

Pronto el hábito de fumar llegó a los Estados Unidos: en 1870 el consumo per cápita era de menos de un cigarrillo por año; para 1953 –en menos de un siglo– el consumo había llegado a 3 mil 500 cigarros por persona al año. En esos años, en promedio, un estadounidense fumaba 10 cigarrillos al día, un inglés 12 y un escocés 20.

El cigarrillo representaba un bálsamo para todos los conflictos que se desarrollaron en el mundo entre 1850 y 1950 –incluyendo un par de guerras mundiales–. Precisamente, ese crecimiento exponencial ocasionó que sus riesgos a la salud permanecieran ocultos. A comienzos del siglo XX, cuatro de cada cinco hombres fumaban; por lo tanto, relacionar el cáncer con el hábito de fumar era como asociarlo con estar sentado.

Un historiador llamó al siglo XX “el siglo del cigarrillo”. En los años 50 las ventas de este producto en los Estados Unidos habían alcanzado cifras estratosféricas. Al igual que con la Guerra de Crimea, los soldados que regresaron de la Segunda Guerra Mundial llevaron el hábito de fumar a sus ciudades de origen, pero esta vez de forma amplificada.

Ante esta gran oportunidad, la industria tabacalera invirtió cientos de millones de dólares en publicidad.

El peligro de fumar pasaba tan desapercibido que un anuncio decía: “Cada vez más médicos fuman Camel”. La publicidad de cigarros era normal en las revistas médicas, y en los congresos de doctores se regalaban cigarrillos. En el año de 1955 la compañía Philip Morris presentó a su ícono más famoso: “El Hombre Marlboro”, con el cual aumentó sus ventas en cinco mil por ciento en tan solo ocho meses.

EL VÍNCULO

En Nueva York, en el año de 1948, un estudiante de medicina llamado Ernst Wynder atendía regularmente a enfermos de cáncer de pulmón. Después de realizar una autopsia y observar los pulmones de una persona fallecida –que había sido fumador por muchos años– por esta enfermedad, pensó en la posibilidad de que la causa de muerte fuera el consumo de tabaco (parece increíble, pero ninguno de sus colegas había considerado esa relación). Solicitó una beca a la Facultad de Medicina de su universidad para analizar la asociación entre el hábito de fumar y el cáncer pulmonar; sin embargo, fue rechazada sin más rodeos con el argumento de que era un esfuerzo inútil.

Wynder consiguió el apoyo de un médico reconocido, Evarts Graham, quien operaba decenas de casos de cáncer de pulmón por semana –y rara vez se le veía sin un cigarrillo en sus labios–; su nuevo mentor acepta apoyarlo en la realización del estudio, pero con la idea de descartar definitivamente la supuesta conexión entre el cáncer pulmonar y el tabaquismo.

Del mismo modo, en Inglaterra los médicos Richard Doll y Austin Hill llevaron a cabo una investigación exhaustiva que incluyó entrevistas a decenas de pacientes. Los resultados fueron concluyentes: existía una relación entre el hábito de fumar y el cáncer de pulmón. El estudio realizado por Wynder y Graham en Estados Unidos había llegado a una conclusión similar. El equipo de médicos americanos y el de ingleses publicaron sus resultados en 1950 en las revistas Journal of the American Medical Association y British Medical Journal, respectivamente.

Aunque al principio el vínculo entre el cáncer de pulmón y fumar tabaco fue recibido con escepticismo –y a pesar de la millonaria campaña de las compañías tabacaleras para desacreditar los resultados–, la verdad terminó por salir a la luz. Debido a la presión de los medios y de la sociedad, los gobiernos tomaron cartas en el asunto con el fin de limitar la venta de cigarrillos y su publicidad, además de invertir millones de dólares en la lucha contra el cáncer.

MÉXICO

En el 2002 el consumo de tabaco en México ocasionaba la muerte de 144 personas al día. En ese año el número de fumadores en nuestro país era de 13 millones, de los cuales el 10% eran adolescentes. A partir del primer día de 2003 quedó prohibida la publicidad de cigarros en radio y televisión. Además, se colocó una leyenda sobre el peligro de fumar en las cajetillas. Con el tiempo continuarían las restricciones: se prohibió fumar en dependencias gubernamentales, restaurantes, autobuses y aviones.

La Ley General para el Control del Tabaco establece lo siguiente: “Queda prohibido a cualquier persona consumir o tener encendido cualquier producto del tabaco y nicotina en los espacios 100 por ciento libres de humo de tabaco y emisiones, en los espacios cerrados, los lugares de trabajo, el transporte público, espacios de concurrencia colectiva, las escuelas públicas y privadas en todos los niveles educativos y en cualquier otro lugar con acceso al público que en forma expresa lo establezca la Secretaría”.

CONCLUSIÓN

A pesar de las graves consecuencias del consumo de cigarros, su compra es todavía libre de trabas, y casi en cualquier establecimiento se pueden encontrar. Sin embargo, se han dado pasos gigantescos en su erradicación: nos encontramos lejos de aquellas épocas en que se fumaba en todos lados, y las personas que no tenían el hábito se volvían fumadores pasivos de todas formas. Demos gracias a los médicos que descubrieron que la principal causa del cáncer de pulmón es el fumar tabaco –a pesar de la miopía científica de todos sus colegas– y con ello han salvado millones de vidas.

E-mail: rechavarrias@upv.edu.mx

Anuncio de la industria tabacalera publicado a página entera en algunos periódicos de Estados Unidos, en 1954. Ahora les parecerá increíble a los jóvenes, pero hasta hace unas décadas era aceptado socialmente fumar en cualquier reunión, sin importar si había niños cerca; lo normal en los hogares era contar con ceniceros para ofrecerlos como cortesía a los invitados. Incluso, en los aviones, los autobuses, los restaurantes y los bares –obviamente–, se podía disfrutar de unos cigarros sin ningún problema.

En esta ocasión comentaremos sobre este mal que se convirtió en una epidemia durante el siglo XX: el tabaquismo.

ANTECEDENTES

En 1761, John Hill, un científico aficionado de Londres –que se presentaba como botánico, boticario, poeta, dramaturgo, o lo que fuera necesario– publicó un folleto titulado “Cautions against the inmoderate use of snuff” (Precauciones contra el uso inmoderado del rapé). En dicho estudio presentaba el argumento de que el consumo de rapé –tabaco consumido de forma oral– podía causar cáncer de garganta, labios y boca.

Era la primera vez que se exponía el consumo de tabaco como probable causa de cáncer –y por lo tanto, prevenible–. Desafortunadamente, el estudio no fue tomado en serio: no contaba con pruebas sólidas, Hill era considerado un payaso, y en esos años el tabaco ya adquiría el carácter de adicción nacional. En Inglaterra, la importación de este producto se triplicó en menos de un siglo: pasó de 38 millones de libras en 1700, a más de 100 millones en 1770.

HISTORIA

El tabaco (Nicotiana tabacum) ha sido utilizado por los indígenas americanos desde tiempos inmemoriales. Cristóbal Colón narra en el diario de su primer viaje (con fecha del 15 de octubre de 1492) que observó en la isla de Guanahaní a un hombre con unas hojas secas, las cuales envolvían como si fuera un mosquetón hecho de papel; menciona además que debía ser “cosa muy apreciada entre ellos”. De acuerdo con la tradición, el primer europeo que fumó era un marino español que formaba parte de la tripulación de la Santa María: Rodrigo de Jerez.

Varios viajeros europeos narraron la costumbre de fumar tabaco, muy extendida entre los indígenas de México, Florida, el Caribe y Brasil. Incluso, Fray Bartolomé de las Casas menciona en uno de sus escritos: “unas hierbas secas metidas en una cierta hoja seca […] que dan un humo con el cual se adormecen las carnes y casi emborracha y así dizque no sienten el cansancio”.

A su regreso a Europa, los marinos difundieron esta costumbre entre la población de España y Portugal, y de ahí su uso se extendió al resto de Europa. Para el siglo XVII el tabaco era conocido en la mayor parte del mundo como una planta que se podía fumar. Obviamente, las grandes potencias de la época monopolizaron su cultivo en las colonias con el fin de comercializarlo y obtener grandes ingresos para sus imperios.

ENEMIGO INVISIBLE

Se dice que en la Guerra de Crimea, en 1855, un soldado otomano que no contaba con una pipa a la mano, tuvo la idea de enrollar el tabaco en una hoja de papel periódico para fumarlo. Aunque este método no era nuevo, sí tuvo una gran repercusión debido al lugar y el momento en que lo realizó. Pronto fue copiado por soldados de todos los países involucrados en el conflicto, y al regresar a sus hogares llevaron consigo este hábito que se expandió como un virus en cada una de sus naciones.

Pronto el hábito de fumar llegó a los Estados Unidos: en 1870 el consumo per cápita era de menos de un cigarrillo por año; para 1953 –en menos de un siglo– el consumo había llegado a 3 mil 500 cigarros por persona al año. En esos años, en promedio, un estadounidense fumaba 10 cigarrillos al día, un inglés 12 y un escocés 20.

El cigarrillo representaba un bálsamo para todos los conflictos que se desarrollaron en el mundo entre 1850 y 1950 –incluyendo un par de guerras mundiales–. Precisamente, ese crecimiento exponencial ocasionó que sus riesgos a la salud permanecieran ocultos. A comienzos del siglo XX, cuatro de cada cinco hombres fumaban; por lo tanto, relacionar el cáncer con el hábito de fumar era como asociarlo con estar sentado.

Un historiador llamó al siglo XX “el siglo del cigarrillo”. En los años 50 las ventas de este producto en los Estados Unidos habían alcanzado cifras estratosféricas. Al igual que con la Guerra de Crimea, los soldados que regresaron de la Segunda Guerra Mundial llevaron el hábito de fumar a sus ciudades de origen, pero esta vez de forma amplificada.

Ante esta gran oportunidad, la industria tabacalera invirtió cientos de millones de dólares en publicidad.

El peligro de fumar pasaba tan desapercibido que un anuncio decía: “Cada vez más médicos fuman Camel”. La publicidad de cigarros era normal en las revistas médicas, y en los congresos de doctores se regalaban cigarrillos. En el año de 1955 la compañía Philip Morris presentó a su ícono más famoso: “El Hombre Marlboro”, con el cual aumentó sus ventas en cinco mil por ciento en tan solo ocho meses.

EL VÍNCULO

En Nueva York, en el año de 1948, un estudiante de medicina llamado Ernst Wynder atendía regularmente a enfermos de cáncer de pulmón. Después de realizar una autopsia y observar los pulmones de una persona fallecida –que había sido fumador por muchos años– por esta enfermedad, pensó en la posibilidad de que la causa de muerte fuera el consumo de tabaco (parece increíble, pero ninguno de sus colegas había considerado esa relación). Solicitó una beca a la Facultad de Medicina de su universidad para analizar la asociación entre el hábito de fumar y el cáncer pulmonar; sin embargo, fue rechazada sin más rodeos con el argumento de que era un esfuerzo inútil.

Wynder consiguió el apoyo de un médico reconocido, Evarts Graham, quien operaba decenas de casos de cáncer de pulmón por semana –y rara vez se le veía sin un cigarrillo en sus labios–; su nuevo mentor acepta apoyarlo en la realización del estudio, pero con la idea de descartar definitivamente la supuesta conexión entre el cáncer pulmonar y el tabaquismo.

Del mismo modo, en Inglaterra los médicos Richard Doll y Austin Hill llevaron a cabo una investigación exhaustiva que incluyó entrevistas a decenas de pacientes. Los resultados fueron concluyentes: existía una relación entre el hábito de fumar y el cáncer de pulmón. El estudio realizado por Wynder y Graham en Estados Unidos había llegado a una conclusión similar. El equipo de médicos americanos y el de ingleses publicaron sus resultados en 1950 en las revistas Journal of the American Medical Association y British Medical Journal, respectivamente.

Aunque al principio el vínculo entre el cáncer de pulmón y fumar tabaco fue recibido con escepticismo –y a pesar de la millonaria campaña de las compañías tabacaleras para desacreditar los resultados–, la verdad terminó por salir a la luz. Debido a la presión de los medios y de la sociedad, los gobiernos tomaron cartas en el asunto con el fin de limitar la venta de cigarrillos y su publicidad, además de invertir millones de dólares en la lucha contra el cáncer.

MÉXICO

En el 2002 el consumo de tabaco en México ocasionaba la muerte de 144 personas al día. En ese año el número de fumadores en nuestro país era de 13 millones, de los cuales el 10% eran adolescentes. A partir del primer día de 2003 quedó prohibida la publicidad de cigarros en radio y televisión. Además, se colocó una leyenda sobre el peligro de fumar en las cajetillas. Con el tiempo continuarían las restricciones: se prohibió fumar en dependencias gubernamentales, restaurantes, autobuses y aviones.

La Ley General para el Control del Tabaco establece lo siguiente: “Queda prohibido a cualquier persona consumir o tener encendido cualquier producto del tabaco y nicotina en los espacios 100 por ciento libres de humo de tabaco y emisiones, en los espacios cerrados, los lugares de trabajo, el transporte público, espacios de concurrencia colectiva, las escuelas públicas y privadas en todos los niveles educativos y en cualquier otro lugar con acceso al público que en forma expresa lo establezca la Secretaría”.

CONCLUSIÓN

A pesar de las graves consecuencias del consumo de cigarros, su compra es todavía libre de trabas, y casi en cualquier establecimiento se pueden encontrar. Sin embargo, se han dado pasos gigantescos en su erradicación: nos encontramos lejos de aquellas épocas en que se fumaba en todos lados, y las personas que no tenían el hábito se volvían fumadores pasivos de todas formas. Demos gracias a los médicos que descubrieron que la principal causa del cáncer de pulmón es el fumar tabaco –a pesar de la miopía científica de todos sus colegas– y con ello han salvado millones de vidas.

E-mail: rechavarrias@upv.edu.mx