/ domingo 7 de agosto de 2022

El Universo de Maxwell | De Rerum Natura

Todo está compuesto por átomos; los terremotos y los rayos no son causados por unos dioses enojados, sino que simplemente son fenómenos de la naturaleza. Supongo que el lector está familiarizado con estos conceptos y piensa que son producto de la ciencia moderna.

Sin embargo, hace más de dos mil años un filósofo y poeta romano los enunció en un libro. Además, afirmaba que no estamos en este mundo para sufrir, y que el mayor propósito en la vida debe ser la búsqueda de la felicidad y el placer, ya que todo se acaba con la muerte. De los conceptos vertidos en esta obra, así como de la forma en que fue rescatada de su destrucción y olvido para llegar hasta nuestros días, hablaremos en este ocasión.

Epicuro

Epicuro nació en la isla griega de Samos en el año 371 a.C. Posteriormente se trasladó a Atenas, y después viajó por distintas ciudades en donde hizo amistad con varios filósofos. En el 306 a.C. fundó su escuela del Jardín –en la que pasaría el resto de su vida– para enseñar sus doctrinas, incluso a las mujeres.

La filosofía de Epicuro se basaba en la búsqueda del placer y la felicidad, así como la disminución del dolor. En la puerta del Jardín estaba inscrita la leyenda: “Aquí nuestro mayor bien es el placer”. Pero no se refería a la búsqueda de placeres desenfrenados, bebidas y lujosas comidas, sino a una vida mesurada en la que se cultive la amistad y el saber.

Epicuro predicaba que el hombre debe eliminar todo aquello que le produce infelicidad, como el miedo a la muerte y a los dioses. Además, retomó la doctrina de Demócrito sobre los átomos. Según el historiador griego Diógenes Laercio, sus enseñanzas fueron recogidas en una gran cantidad de obras, de las cuales la mayoría se perdió. Sin embargo, su filosofía quedó inmortalizada en el libro escrito por el poeta latino Tito Lucrecio Caro. Epicuro falleció en el 270 a.C. en Atenas.

Lucrecio Caro

Tito Lucrecio Caro fue un poeta y filósofo romano que vivió en el siglo I a. C. Se cuenta con muy pocos datos sobre su vida. Pudo haber pertenecido a la aristocracia de Roma, ya que los Lucrecio eran un clan muy antiguo, pero como los esclavos generalmente tomaban el nombre de la familia a la que habían servido y que los liberó, no es posible asegurarlo. San Jerónimo afirmaba –siglos después– que Lucrecio fue envenenado con pócimas de amor, y se suicidó a la edad de 44 años. Sin embargo, debido a la aversión de la Iglesia a su obra, esta afirmación debe ser puesta en duda.

Su gran legado es la obra De Rerum Natura (De la Naturaleza de las Cosas) en la cual plasma la filosofía de Epicuro. El escritor Gustavo Flaubert expresó alguna vez: “Justo cuando los dioses habían dejado de ser, y El Cristo aún no había llegado, hubo un momento único en la historia, entre Cicerón y Marco Aurelio, en el que el hombre estuvo solo”. Fue en esta época (106 a.C. – 160 d.C.). en el que el libro de Lucrecio fue difundido.

Lucrecio afirmaba que todo está compuesto por partículas minúsculas, indivisibles e indestructibles, llamadas átomos –faltaban dos milenios para la comprobación científica de esta idea–. Además, predicaba que no había que temer a los dioses, ya que a ellos no les importamos para nada. El trueno, los terremotos, la lluvia y el viento, son fenómenos naturales y no se deben a esos seres. La máxima de su obra es que el hombre debe buscar la felicidad y evitar el dolor (contrario a lo que predicaría la Iglesia unos siglos después, cuando por primera vez en la historia el sufrimiento fue ensalzado).

Un punto importante era su pensamiento sobre la muerte: Lucrecio afirmaba que no había por qué temerle, ya que cuando estamos vivos la muerte no está, y cuando llegue, ya no estaremos, así que no sentiremos nada. Con el ascenso al poder de la Iglesia en el mundo occidental, estas ideas fueron vistas con recelo, por lo que fueron prohibidas, así como el libro De Rerum Natura (permaneció oculto durante siglos, a punto de desaparecer para siempre).

Poggio

Poggio Bracciolini nació en Terranuova –perteneciente a Florencia– en 1380. Era hijo de un notario y tuvo acceso a una buena educación. Gracias a su cultura, carisma, dominio del latín, y a su hermosa caligrafía, llegó a ser secretario (poseedor de los secretos) de varios Papas. Conoció de cerca el mundo –incluyendo las intrigas– de El Vaticano. Se dedicó –junto con otros humanistas– a rescatar y traducir a los grandes autores latinos como Virgilio y Cicerón (al cual podía citar de memoria), e incluso escribió historias picantes.

En 1419 aceptó el puesto de secretario del Obispo de Winchester, por lo que viajó a Inglaterra, donde permaneció por tres años. Regresó desilusionado debido a que no pudo realizar bien sus trabajos sobre los autores antiguos. Además de su labor académica, Poggio disfrutó de una gran vida, con lujos, mansiones, viajes, mujeres y muchos hijos (con su amante tuvo catorce). En 1436, a la edad de cincuenta y seis años, se casó con una mujer de dieciocho. Tuvo cinco hijos y todo indica que fue feliz en su matrimonio. Poggio Bracciolini llegó a ser Canciller de Florencia; falleció en 1459, a la edad de 79 años.

El rescate

Los humanistas de la época se dedicaron a rescatar las obras de los autores griegos y latinos de los monasterios, donde habían permanecido guardados por siglos (recordemos que los libros eran copiados a mano por monjes). Poggio llevó esta labor al extremo: no dudó en cruzar los Alpes para llegar hasta Alemania y Suiza con el fin de encontrarlos.

En 1417, en la biblioteca de un monasterio de Alemania, Poggio encontró un ejemplar del libro De Rerum Natura, del cual sólo había escuchado rumores y leído citas de otros autores clásicos. Había permanecido oculto por siglos: era un sobreviviente de guerras, incendios, revueltas e invasiones del fin del Imperio Romano y la Edad Media. Le encargó una copia a un monje para poderlo llevar de regreso a Florencia; aunque después se lo prestó a un amigo –quien tardó ocho años en devolvérselo– esta obra genial y revolucionaria fue salvada.

Con los años se realizaron muchas copias a mano, y con la llegada de la imprenta, su lectura se difundió por toda Europa; su influencia fue muy importante en las grandes mentes del Renacimiento: William Shakespeare, Giordano Bruno, Maquiavelo, John Donne, Galileo, Montaigne, Leonardo Da Vinci, Donatello, entre otros. Con el paso de los siglos ha sido leído por científicos de distintas épocas.

El libro

De Rerum Natura no es una obra fácil de leer. Está escrita en hexámetros, que era la forma en que los grandes poetas latinos imitaban a Homero. Dividido en seis libros, en los que se enlaza una belleza poética con tratados sobre filosofía, religión, placer, muerte, sexo, enfermedad, evolución de las sociedades y teorías físicas. Entre las ideas más importantes que presenta Lucrecio podemos citar las siguientes (si le parecen impactantes en estos tiempos, imagínese lo que era leerlo hace dos mil años o en la Edad Media):

Todo está compuesto de partículas elementales invisibles e indivisibles –llamadas átomos–, las cuales están siempre en movimiento, adoptando nuevas formas.

Las partículas elementales de la materia, los átomos (las semillas de las cosas) son eternas. Ni la creación ni la destrucción prevalece, la suma total de la materia es siempre la misma.

Las partículas elementales son infinitas en número, pero limitadas en forma y tamaño. Todas las partículas están en movimiento en un vacío infinito.

El Universo no tiene un creador.

Todo lo que existe es el resultado de giros en su movimiento de las partículas elementales. Este giro es la causa del libre albedrío.

La Naturaleza experimenta sin cesar. No existe un momento de la Creación divina; evolucionamos a través de un proceso de prueba y error.

El Universo no fue creado para los humanos en particular. Somos una más de las millones de especies que lo habitan. Por lo tanto, no somos especiales.

Las sociedades humanas no iniciaron en un paraíso, sino en una batalla brutal y primitiva por la supervivencia.

El alma muere y no hay vida después de la muerte. Por lo tanto, la muerte no debe de asustarnos, ya que cuando llegue simplemente no existiremos.

Todas las religiones son ilusiones de la superstición e invariablemente crueles. No existen ángeles, demonios ni espíritus inmateriales.

El principal propósito en la vida debe ser el aumento del placer y la reducción del dolor. El mayor obstáculo para el placer no es el dolor, sino la ilusión y el engaño.

Entender las naturaleza de las cosas (mediante la ciencia) es un paso muy importante en la búsqueda de la felicidad.

Legado

Resulta increíble que algunas ideas que nos parecen modernas, hayan sido enunciadas hace dos milenios y puestas en un libro; también es sorprendente que éste haya sobrevivido durante siglos oculto en una biblioteca, y que un académico del siglo XV lo descubriera. Solo podemos agradecer estas circunstancias que propiciaron el despertar del hombre, después de haber pasado siglos sumido casi por completo en la oscuridad. Esto dio origen al Renacimiento y a la llegada de la ciencia, sin la cual no podríamos concebir nuestro mundo moderno.

Contacto: rechavarrias@upv.edu.mx

Todo está compuesto por átomos; los terremotos y los rayos no son causados por unos dioses enojados, sino que simplemente son fenómenos de la naturaleza. Supongo que el lector está familiarizado con estos conceptos y piensa que son producto de la ciencia moderna.

Sin embargo, hace más de dos mil años un filósofo y poeta romano los enunció en un libro. Además, afirmaba que no estamos en este mundo para sufrir, y que el mayor propósito en la vida debe ser la búsqueda de la felicidad y el placer, ya que todo se acaba con la muerte. De los conceptos vertidos en esta obra, así como de la forma en que fue rescatada de su destrucción y olvido para llegar hasta nuestros días, hablaremos en este ocasión.

Epicuro

Epicuro nació en la isla griega de Samos en el año 371 a.C. Posteriormente se trasladó a Atenas, y después viajó por distintas ciudades en donde hizo amistad con varios filósofos. En el 306 a.C. fundó su escuela del Jardín –en la que pasaría el resto de su vida– para enseñar sus doctrinas, incluso a las mujeres.

La filosofía de Epicuro se basaba en la búsqueda del placer y la felicidad, así como la disminución del dolor. En la puerta del Jardín estaba inscrita la leyenda: “Aquí nuestro mayor bien es el placer”. Pero no se refería a la búsqueda de placeres desenfrenados, bebidas y lujosas comidas, sino a una vida mesurada en la que se cultive la amistad y el saber.

Epicuro predicaba que el hombre debe eliminar todo aquello que le produce infelicidad, como el miedo a la muerte y a los dioses. Además, retomó la doctrina de Demócrito sobre los átomos. Según el historiador griego Diógenes Laercio, sus enseñanzas fueron recogidas en una gran cantidad de obras, de las cuales la mayoría se perdió. Sin embargo, su filosofía quedó inmortalizada en el libro escrito por el poeta latino Tito Lucrecio Caro. Epicuro falleció en el 270 a.C. en Atenas.

Lucrecio Caro

Tito Lucrecio Caro fue un poeta y filósofo romano que vivió en el siglo I a. C. Se cuenta con muy pocos datos sobre su vida. Pudo haber pertenecido a la aristocracia de Roma, ya que los Lucrecio eran un clan muy antiguo, pero como los esclavos generalmente tomaban el nombre de la familia a la que habían servido y que los liberó, no es posible asegurarlo. San Jerónimo afirmaba –siglos después– que Lucrecio fue envenenado con pócimas de amor, y se suicidó a la edad de 44 años. Sin embargo, debido a la aversión de la Iglesia a su obra, esta afirmación debe ser puesta en duda.

Su gran legado es la obra De Rerum Natura (De la Naturaleza de las Cosas) en la cual plasma la filosofía de Epicuro. El escritor Gustavo Flaubert expresó alguna vez: “Justo cuando los dioses habían dejado de ser, y El Cristo aún no había llegado, hubo un momento único en la historia, entre Cicerón y Marco Aurelio, en el que el hombre estuvo solo”. Fue en esta época (106 a.C. – 160 d.C.). en el que el libro de Lucrecio fue difundido.

Lucrecio afirmaba que todo está compuesto por partículas minúsculas, indivisibles e indestructibles, llamadas átomos –faltaban dos milenios para la comprobación científica de esta idea–. Además, predicaba que no había que temer a los dioses, ya que a ellos no les importamos para nada. El trueno, los terremotos, la lluvia y el viento, son fenómenos naturales y no se deben a esos seres. La máxima de su obra es que el hombre debe buscar la felicidad y evitar el dolor (contrario a lo que predicaría la Iglesia unos siglos después, cuando por primera vez en la historia el sufrimiento fue ensalzado).

Un punto importante era su pensamiento sobre la muerte: Lucrecio afirmaba que no había por qué temerle, ya que cuando estamos vivos la muerte no está, y cuando llegue, ya no estaremos, así que no sentiremos nada. Con el ascenso al poder de la Iglesia en el mundo occidental, estas ideas fueron vistas con recelo, por lo que fueron prohibidas, así como el libro De Rerum Natura (permaneció oculto durante siglos, a punto de desaparecer para siempre).

Poggio

Poggio Bracciolini nació en Terranuova –perteneciente a Florencia– en 1380. Era hijo de un notario y tuvo acceso a una buena educación. Gracias a su cultura, carisma, dominio del latín, y a su hermosa caligrafía, llegó a ser secretario (poseedor de los secretos) de varios Papas. Conoció de cerca el mundo –incluyendo las intrigas– de El Vaticano. Se dedicó –junto con otros humanistas– a rescatar y traducir a los grandes autores latinos como Virgilio y Cicerón (al cual podía citar de memoria), e incluso escribió historias picantes.

En 1419 aceptó el puesto de secretario del Obispo de Winchester, por lo que viajó a Inglaterra, donde permaneció por tres años. Regresó desilusionado debido a que no pudo realizar bien sus trabajos sobre los autores antiguos. Además de su labor académica, Poggio disfrutó de una gran vida, con lujos, mansiones, viajes, mujeres y muchos hijos (con su amante tuvo catorce). En 1436, a la edad de cincuenta y seis años, se casó con una mujer de dieciocho. Tuvo cinco hijos y todo indica que fue feliz en su matrimonio. Poggio Bracciolini llegó a ser Canciller de Florencia; falleció en 1459, a la edad de 79 años.

El rescate

Los humanistas de la época se dedicaron a rescatar las obras de los autores griegos y latinos de los monasterios, donde habían permanecido guardados por siglos (recordemos que los libros eran copiados a mano por monjes). Poggio llevó esta labor al extremo: no dudó en cruzar los Alpes para llegar hasta Alemania y Suiza con el fin de encontrarlos.

En 1417, en la biblioteca de un monasterio de Alemania, Poggio encontró un ejemplar del libro De Rerum Natura, del cual sólo había escuchado rumores y leído citas de otros autores clásicos. Había permanecido oculto por siglos: era un sobreviviente de guerras, incendios, revueltas e invasiones del fin del Imperio Romano y la Edad Media. Le encargó una copia a un monje para poderlo llevar de regreso a Florencia; aunque después se lo prestó a un amigo –quien tardó ocho años en devolvérselo– esta obra genial y revolucionaria fue salvada.

Con los años se realizaron muchas copias a mano, y con la llegada de la imprenta, su lectura se difundió por toda Europa; su influencia fue muy importante en las grandes mentes del Renacimiento: William Shakespeare, Giordano Bruno, Maquiavelo, John Donne, Galileo, Montaigne, Leonardo Da Vinci, Donatello, entre otros. Con el paso de los siglos ha sido leído por científicos de distintas épocas.

El libro

De Rerum Natura no es una obra fácil de leer. Está escrita en hexámetros, que era la forma en que los grandes poetas latinos imitaban a Homero. Dividido en seis libros, en los que se enlaza una belleza poética con tratados sobre filosofía, religión, placer, muerte, sexo, enfermedad, evolución de las sociedades y teorías físicas. Entre las ideas más importantes que presenta Lucrecio podemos citar las siguientes (si le parecen impactantes en estos tiempos, imagínese lo que era leerlo hace dos mil años o en la Edad Media):

Todo está compuesto de partículas elementales invisibles e indivisibles –llamadas átomos–, las cuales están siempre en movimiento, adoptando nuevas formas.

Las partículas elementales de la materia, los átomos (las semillas de las cosas) son eternas. Ni la creación ni la destrucción prevalece, la suma total de la materia es siempre la misma.

Las partículas elementales son infinitas en número, pero limitadas en forma y tamaño. Todas las partículas están en movimiento en un vacío infinito.

El Universo no tiene un creador.

Todo lo que existe es el resultado de giros en su movimiento de las partículas elementales. Este giro es la causa del libre albedrío.

La Naturaleza experimenta sin cesar. No existe un momento de la Creación divina; evolucionamos a través de un proceso de prueba y error.

El Universo no fue creado para los humanos en particular. Somos una más de las millones de especies que lo habitan. Por lo tanto, no somos especiales.

Las sociedades humanas no iniciaron en un paraíso, sino en una batalla brutal y primitiva por la supervivencia.

El alma muere y no hay vida después de la muerte. Por lo tanto, la muerte no debe de asustarnos, ya que cuando llegue simplemente no existiremos.

Todas las religiones son ilusiones de la superstición e invariablemente crueles. No existen ángeles, demonios ni espíritus inmateriales.

El principal propósito en la vida debe ser el aumento del placer y la reducción del dolor. El mayor obstáculo para el placer no es el dolor, sino la ilusión y el engaño.

Entender las naturaleza de las cosas (mediante la ciencia) es un paso muy importante en la búsqueda de la felicidad.

Legado

Resulta increíble que algunas ideas que nos parecen modernas, hayan sido enunciadas hace dos milenios y puestas en un libro; también es sorprendente que éste haya sobrevivido durante siglos oculto en una biblioteca, y que un académico del siglo XV lo descubriera. Solo podemos agradecer estas circunstancias que propiciaron el despertar del hombre, después de haber pasado siglos sumido casi por completo en la oscuridad. Esto dio origen al Renacimiento y a la llegada de la ciencia, sin la cual no podríamos concebir nuestro mundo moderno.

Contacto: rechavarrias@upv.edu.mx