/ domingo 9 de mayo de 2021

El universo de Maxwell | Mi madre, mi mentora

La madre ha jugado siempre un papel preponderante en la vida de todos, su influencia queda marcada por siempre, e incluso, es transmitida a las siguientes generaciones. De la misma manera, en la historia de muchos científicos y de grandes personas su mamá ha sido fundamental en su deseo de querer trascender. En esta ocasión me voy a permitir comentarles un poco sobre mi madre.

María del Carmen Solís Ortiz nació un día primero de febrero en Tampico. Hija de José Ángel Solís –quien llegó a ser regidor del Ayuntamiento– y de María de la Luz Ortiz, originaria de San Luis Potosí. Tuvo dos hermanos, María Guadalupe y Alfredo. Creció en un ambiente bonito y agradable en la zona centro de la ciudad, cercana al conocido Parque Méndez, en los años de mediados del siglo XX. Su padre, criado en la época de la Revolución, era de tendencia anticlerical mientras que su madre era una persona católica devota que acostumbraba ir a misa diario.

Después de los años de niñez y de graduarse en la Academia Comercial Guerrero, Carmen estaba convertida en una guapa jovencita que solía asistir a los bailes de la época. Fue en uno de estos bailes en el Parque Méndez donde conoce a mi padre, Rodolfo Echavarría. Él la invita a bailar y acepta bailar no solo esa canción, sino la música de la vida.

María del Carmen y Rodolfo se casan en 1966 y forman una familia con cinco hijos: Juan José, Joaquín, Rodolfo Arturo, Jorge Alberto y Luz Alelí. Las primeras imágenes de mi madre son atendiéndonos y cuidándonos a todos. Además de sus hijos, a la muerte de mis abuelos tuvo que hacerse cargo de mi tía Lupita, quien tenía una discapacidad. A esto le sumamos a mi tío Alfredo que vivía con mi primo del mismo nombre al lado de nuestra casa. Mi primo Alfredo creció con nosotros como un hermano, así que mamá dirigía una familia de diez personas.

Nunca la veía quejarse, siempre tuvo la sabiduría, el pragmatismo y la fe para educarnos a todos. No recuerdo haberla visto sentarse a comer antes que sus hijos; asumió con gusto su responsabilidad, mientras mi padre trabajaba, ella dirigía la casa. Gracias a la influencia de mi abuela creció formada en la fe católica, y esa es una herencia que le transmitió a sus hijos.

LEGADO

Uno de los recuerdos más bellos que tengo y que me ha motivado a continuar en mi carrera, es la visión de aquella mujer que caminaba por la calle con sus cinco hijos y un sobrino rumbo a la Escuela Primaria "Adolfo López Mateos", en la Colonia Del Pueblo; nos conducía a todos no solo hacia la educación, sino a un mejor futuro. Siempre nos dejó en claro que en la casa no había otra opción más que estudiar. Conforme crecimos y empezamos a salir de fiesta mantuvo una mezcla de disciplina y permisividad que hizo que todos obtuviéramos un título universitario y nos convirtiéramos en personas de bien.

A pesar de haber visto partir a sus padres, a sus hermanos y a los de su esposo, nunca la he visto flaquear en su fe. Esto es definitivamente lo que más admiro de mi madre, su fe inquebrantable en Dios; quisiera tener una décima parte de esa fe que ella posee. Al día de hoy le doy gracias al Creador porque la veo sana y plena, con sus actividades diarias –limitadas por la pandemia– como ir a misa, a jugar lotería, convivir con sus hijos, sus nietos y con el compañero de su vida.

CONCLUSIÓN

Supongo que los lectores también tendrán una historia que narrar, y algo que agradecer a su mamá que creyó en ellos y los apoyó para conseguir sus metas. Aunque no existe la madre perfecta, ya que no venimos a este mundo con instrucciones, su labor es muy importante en el desarrollo de cada uno de nosotros.

Salí de mi casa a los 23 años con la idea de estudiar más y recorrer el mundo, pero su influencia se ha mantenido conmigo. He cometido muchos errores en la vida, pero mi carácter, fortaleza e ideales se los debo a aquella mujer que se encargó de dirigir una familia grande a pesar de cualquier adversidad. Gracias, madre, espero que te guste este pequeño regalo.

rodolfoechavarria@eluniversodemaxwell.com

La madre ha jugado siempre un papel preponderante en la vida de todos, su influencia queda marcada por siempre, e incluso, es transmitida a las siguientes generaciones. De la misma manera, en la historia de muchos científicos y de grandes personas su mamá ha sido fundamental en su deseo de querer trascender. En esta ocasión me voy a permitir comentarles un poco sobre mi madre.

María del Carmen Solís Ortiz nació un día primero de febrero en Tampico. Hija de José Ángel Solís –quien llegó a ser regidor del Ayuntamiento– y de María de la Luz Ortiz, originaria de San Luis Potosí. Tuvo dos hermanos, María Guadalupe y Alfredo. Creció en un ambiente bonito y agradable en la zona centro de la ciudad, cercana al conocido Parque Méndez, en los años de mediados del siglo XX. Su padre, criado en la época de la Revolución, era de tendencia anticlerical mientras que su madre era una persona católica devota que acostumbraba ir a misa diario.

Después de los años de niñez y de graduarse en la Academia Comercial Guerrero, Carmen estaba convertida en una guapa jovencita que solía asistir a los bailes de la época. Fue en uno de estos bailes en el Parque Méndez donde conoce a mi padre, Rodolfo Echavarría. Él la invita a bailar y acepta bailar no solo esa canción, sino la música de la vida.

María del Carmen y Rodolfo se casan en 1966 y forman una familia con cinco hijos: Juan José, Joaquín, Rodolfo Arturo, Jorge Alberto y Luz Alelí. Las primeras imágenes de mi madre son atendiéndonos y cuidándonos a todos. Además de sus hijos, a la muerte de mis abuelos tuvo que hacerse cargo de mi tía Lupita, quien tenía una discapacidad. A esto le sumamos a mi tío Alfredo que vivía con mi primo del mismo nombre al lado de nuestra casa. Mi primo Alfredo creció con nosotros como un hermano, así que mamá dirigía una familia de diez personas.

Nunca la veía quejarse, siempre tuvo la sabiduría, el pragmatismo y la fe para educarnos a todos. No recuerdo haberla visto sentarse a comer antes que sus hijos; asumió con gusto su responsabilidad, mientras mi padre trabajaba, ella dirigía la casa. Gracias a la influencia de mi abuela creció formada en la fe católica, y esa es una herencia que le transmitió a sus hijos.

LEGADO

Uno de los recuerdos más bellos que tengo y que me ha motivado a continuar en mi carrera, es la visión de aquella mujer que caminaba por la calle con sus cinco hijos y un sobrino rumbo a la Escuela Primaria "Adolfo López Mateos", en la Colonia Del Pueblo; nos conducía a todos no solo hacia la educación, sino a un mejor futuro. Siempre nos dejó en claro que en la casa no había otra opción más que estudiar. Conforme crecimos y empezamos a salir de fiesta mantuvo una mezcla de disciplina y permisividad que hizo que todos obtuviéramos un título universitario y nos convirtiéramos en personas de bien.

A pesar de haber visto partir a sus padres, a sus hermanos y a los de su esposo, nunca la he visto flaquear en su fe. Esto es definitivamente lo que más admiro de mi madre, su fe inquebrantable en Dios; quisiera tener una décima parte de esa fe que ella posee. Al día de hoy le doy gracias al Creador porque la veo sana y plena, con sus actividades diarias –limitadas por la pandemia– como ir a misa, a jugar lotería, convivir con sus hijos, sus nietos y con el compañero de su vida.

CONCLUSIÓN

Supongo que los lectores también tendrán una historia que narrar, y algo que agradecer a su mamá que creyó en ellos y los apoyó para conseguir sus metas. Aunque no existe la madre perfecta, ya que no venimos a este mundo con instrucciones, su labor es muy importante en el desarrollo de cada uno de nosotros.

Salí de mi casa a los 23 años con la idea de estudiar más y recorrer el mundo, pero su influencia se ha mantenido conmigo. He cometido muchos errores en la vida, pero mi carácter, fortaleza e ideales se los debo a aquella mujer que se encargó de dirigir una familia grande a pesar de cualquier adversidad. Gracias, madre, espero que te guste este pequeño regalo.

rodolfoechavarria@eluniversodemaxwell.com