/ martes 10 de julio de 2018

Elegía del silencio


Imagino el silencio frío y lejano de las tierras eternamente nevadas.


El silencio de las voces que no volveremos a escuchar, aunque pasen millones de años.


El silencio beatífico de los santos. El silencio benévolo de los poetas. El silencio administrativo negativo.


El silencio de los inocentes.


El silencio de los dictadores.


El silencio de los sátrapas.


El silencio de los enamorados.


El silencio de la Mona Lisa.


Me pregunto, qué será confinar a una persona en un sitio herméticamente sellado, a oscuras, en silencio total, aislado de cualquier ruido. Y me ocupo en imaginar la fuerza sobrehumana indispensable para resistir esta forma de aflicción sin extraviar la cordura.


El estar expuesto al silencio absoluto y no escuchar ni la propia voz es comparable a la muerte o aún peor, supongo.


Ponga usted a dos personas sentadas frente a frente sin articular palabra alguna, y automáticamente tendrá a las fuerzas del universo conspirando para transformar esto en un suceso inquietante.


Quienes estudian la esencia de los detalles ocultos del comportamiento humano, declaran que ocho minutos de silencio en una relación de pareja debe ser motivo de preocupación y análisis.


Por otro lado, existe el mutismo de los gobernantes que eventualmente nos tiran a “Lucas” y fingen sordera ante los justos reclamos de la población.


En ocasiones los políticos se rehúsan a contestar preguntas que les resultan incómodas. Dicen: “Mire, me gustaría disponer de más tiempo para satisfacer su curiosidad; pero antes quiero analizar todos los datos posibles”. Y si escucha “¿Significa que usted desea evadir la cuestión?" Entonces contestará, enfáticamente, que no es así, que en este preciso momento no dispone de todos los detalles del problema y le gustaría conocerlos y analizarlos concienzudamente antes de dar la última palabra.


¿Qué le parece?


Imagino el silencio frío y lejano de las tierras eternamente nevadas.


El silencio de las voces que no volveremos a escuchar, aunque pasen millones de años.


El silencio beatífico de los santos. El silencio benévolo de los poetas. El silencio administrativo negativo.


El silencio de los inocentes.


El silencio de los dictadores.


El silencio de los sátrapas.


El silencio de los enamorados.


El silencio de la Mona Lisa.


Me pregunto, qué será confinar a una persona en un sitio herméticamente sellado, a oscuras, en silencio total, aislado de cualquier ruido. Y me ocupo en imaginar la fuerza sobrehumana indispensable para resistir esta forma de aflicción sin extraviar la cordura.


El estar expuesto al silencio absoluto y no escuchar ni la propia voz es comparable a la muerte o aún peor, supongo.


Ponga usted a dos personas sentadas frente a frente sin articular palabra alguna, y automáticamente tendrá a las fuerzas del universo conspirando para transformar esto en un suceso inquietante.


Quienes estudian la esencia de los detalles ocultos del comportamiento humano, declaran que ocho minutos de silencio en una relación de pareja debe ser motivo de preocupación y análisis.


Por otro lado, existe el mutismo de los gobernantes que eventualmente nos tiran a “Lucas” y fingen sordera ante los justos reclamos de la población.


En ocasiones los políticos se rehúsan a contestar preguntas que les resultan incómodas. Dicen: “Mire, me gustaría disponer de más tiempo para satisfacer su curiosidad; pero antes quiero analizar todos los datos posibles”. Y si escucha “¿Significa que usted desea evadir la cuestión?" Entonces contestará, enfáticamente, que no es así, que en este preciso momento no dispone de todos los detalles del problema y le gustaría conocerlos y analizarlos concienzudamente antes de dar la última palabra.


¿Qué le parece?